O el pobre debut de Sin Filtro
Por Carlos Andrés Gallegos Valdez
Televisa se salió con la suya. Redujo su promesa de abrir espacios
críticos a la juventud en un ramillete de estereotipos. Las fresas, los
pseudointelectuales, el grillo, el nerd de lentes grandes, el rollero, el
mamón, todos formaron parte del espectáculo. Foro TV convirtió una de las
tantas charlas hipster, de café y cigarros, en un programa semanal de 54 minutos.
A eso se resume la respuesta del gigante mediático de América Latina a las
demandas de pluralidad en medios de comunicación. Seis chicos “bien”
naufragando en un océano de obviedades, lugares comunes, frases y poses hechas.
Yo, como muchos televidentes, terminé fastidiado. Y Azcárraga Jean, desde su
trono, celebra con vino y rosas. Sin Filtro no le puede hacer nada a nadie. Televisa
ha triunfado otra vez.
El proyecto nació muerto y sin credibilidad. El caso de Antonio Attolini, quien dejó el movimiento #YoSoy132 (del que era cara visible) y acepto el espacio televisivo de Sin Filtro para criticar a Televisa “desde adentro”, es el ejemplo más claro. Bajo promesas vagas de libertad de expresión, Attolini y sus compañeros de emisión se embarcan en un laberinto cuyo Minotauro ha devorado presas mucho más grandes y guerreras. Azcárraga Jean, lamentablemente, se aprovechará de estudiantes que carecen de la inteligencia de Dédalo. Un ejemplo, si tanto presumes independencia y del poder de Internet, ¿Por qué no hacer el programa por este medio?. Lo que yo pienso es que buscan más la fama que la congruencia o la integridad intelectual. Las cámaras de televisión son los cantos de sirena que despistan al “rebelde” y “revolucionario”, y si a eso le agregas el ego y la soberbia, el caldo de cultivo solo engendrará más bacterias.
Pero la razón principal de este escrito radica en la
ingenuidad de su autor. Aún con el escepticismo y la incredulidad ante el debut
de Sin Filtro, pensé que la primera emisión podría tener algunos atisbos de
calidad. La formación universitaria de sus jóvenes y un hipotético traslado efectivo
a la práctica de los ideales ingenuos con los que se creó la emisión me
condujeron a esa inferencia. Cuando vi el promocional de este programa, me temí
lo peor, pero aduje ese pesimismo a los nervios e inexperiencia de sus
participantes. Vi casi completo el primer programa, y como el protagonista del
poema de Edgar Allan Poe ante el cuervo y su sombra en el dintel de la puerta,
puedo gritar con horror: “Nunca más”. Describo para ustedes las dolencias
estomacales del alimento chatarra que ingerí.
Una escenografía digna de un KFC, apabullada por demasiados
colores (parecidos al mejor sueño de Erno Rubik) y un montón de inscripciones
del título del programa, era la carta de bienvenida a una sucesión de tropiezos.
El moderador Genaro Lozano y sus compañeros dedicaron el primer bloque a responder
agravios y acusaciones, hechas en su mayor parte por usuarios de las redes
sociales. En suma, una serie de justificaciones que nadie solicitó, solo para
salvar la imagen de los estudiantes que participan en Sin Filtro. Desde el primer
momento, el tono fresa de algunos de sus participantes logró poner en estado de
emergencia a mis tímpanos. Y cuando mencionaron que su tema sería la
democratización de los medios, me pregunté, ¿qué eso no lo habían dicho antes,
en otros lugares bajo otras denominaciones?. El formato, poco novedoso, se degeneró en una concatenación de interrupciones y gritos, donde el moderador no moderó nada y los participantes soltaron ocurrencias de los temas o se desviaban de los mismos. La opinología, en su versión especial juvenil.
Sin Filtro carece de estudiantes que realmente sean
representantes de una juventud estudiosa, informada y crítica. Con molestia
recibí cada participación de Gisela Pérez de Acha, estudiante del ITAM mejor
conocida como “EstoyHarta”. Sus
intervenciones eran condimentadas con frases repetidas hasta la epilepsia como “el
estado falló”, excusa y explicación para sus naderías intelectuales. La
muchacha siempre caía en contradicciones, ya que aceptaba que Televisa simulaba
pluralidad con el ejercicio de Sin Filtro (¿y qué carajos hacía en Foro TV?).
En un ejercicio de inusitada soberbia y en abierto frente contra lo que
defendió cuando pertenecía al movimiento #YoSoy132 , Pérez sentenció: “no tengo
interés en democratizar los medios mediante esta vía, sólo vengo a opinar sobre
los temas que me interesan”. En otra contradicción, pide más voces para evitar
la fusión entre verdad y poder en los medios de comunicación y luego dice que no
hay que abrir espacio a todas las voces porque no todas las opiniones “son
brillantes” (¿y cómo se mide la brillantez?, ¿cuáles son las inteligentes y
pésimas opiniones?). Pero la joya de la corona fue el término nuevo que acuñó
para la posteridad, la “bonditud”. Palabra inexistente, pero que Pérez de Acha
puede decir con toda impunidad mientras el castellano se retuerce del dolor. Con este vocablo, me queda claro que los “meros
moles” de esta joven son las charlas de Starbucks televisadas para mero
onanismo mental.
El caso de Antonio Attolini fue menos trágico, pero
igualmente revelador. Defendiendo con fervor su congruencia, el ex integrante
de #YoSoy132 se paso repitiendo datos sin sustentar debidamente las fuentes,
sólo para apantallar a las audiencias (no se acordó del nombre de un libro de
Trejo Delarbre y no citó las fuentes oficiales donde sacó los datos del número
de canales y radiodifusoras de este país). Sus explicaciones sobre el espectro
radioeléctrico y la concentración de medios eran reiterativas en ciertos puntos
del debate, además de insuficientes (ok, el 80% de las radiodifusoras están en
diez manos, pero ¿qué más?, ¿porqué esa concentración?, ¿cuáles son las
comparaciones de este tema respecto a otros países? ). En un argumento que
pudo agradecer con aplausos y vítores Hugo Chávez, calificó como “golpista” al canal
de Venezuela RCTV, lo que alimenta las sospechas de varios críticos de aceptar
implícitamente la conveniencia de un Estado interventor que ejerza la censura
en los medios de comunicación. Y junto a Gisela Pérez de Acha, dedicó buena
parte de la emisión a hablar sobre la veracidad del periodismo en base a artículos
que escribieron medios como Proceso o MVS respecto a su persona. Algunos dicen
que Attolini fue el mejor panelista de este programa, pero es como decir que en
tierra de ciegos el tuerto es rey.
Los demás chicos no se salvan. Jorge Galván, un estudiante
militante del PRI, soltó una frase que bien pudo firmar al pie de la letra
cualquiera de los presentes: “vengo aquí a defender mis opiniones”, y “quizá” a
generar propuestas. El mismo Galván sentenciaba que se confundían “conceptos
técnicos, políticos” cuando se habló de pluralidad, pero jamás explicó cómo se
debía abordar esos temas, además de insistir en el sesgo de las opiniones de
Televisa. Aunque es difícil delimitar lo que significan conceptos como poder,
veracidad, sesgo informativo, Estado o democracia para los especialistas en
Ciencias Sociales, al menos se basan en los postulados de los expertos de
la materia para abordarlos en la realidad concreta. En Sin Filtro, no se vio
ese esclarecimiento. Marco Vinicio, por su parte, habló sobre un acceso universal
a Internet para lograr una mejor democratización de los medios como una
muletilla, sin explicar cómo será el modo de acceder a la conexión en red o las
políticas para que los pueblos y comunidades más empobrecidos y sin instrucción
tengan las computadoras o los medios para poseer esa panacea, que por sí sola
no ejerce la total democracia. Al alabar la Ley de Medios de Argentina, se le
olvidó que la Human Right Watch (Derechos Humanos) y la Sociedad Interamericana
de Prensa se han pronunciado con grandes reservas y críticas a las “bondades”
de esta ley. Jorge Pérez, el “Astroboy”,
no tuvo demasiadas intervenciones como para criticarlo, más allá de su sueño de
hacer una cinta de video sexual. Y Daniela Higuera, estudiante del Tec de
Monterrey, demostró muchos nervios e incapacidad para hilar dos frases
coherentes, denotó poca preparación y nunca podía terminar una frase sin soltar
una risa nerviosa, lo que comprobó que nunca tuvo idea de lo que se estaba
hablando.
Luego de 54 minutos que pude emplear para rascarme la
entrepierna o hacer mis tareas escolares, ratifico que el daño está hecho.
Aunque es la primera emisión y pese a mi obstinación en que algo de Sin Filtro
podrá cambiar, lo que pasó el domingo se presta más a una broma involuntaria
que a un verdadero ejercicio democrático. El discurso hueco, la verborragia
crónica y el tratamiento baladí de los temas solo pueden generar sopor y ganas
de sintonizar una buena cinta porno en vez de este programa. Desacreditado por muchos
sectores de la juventud, este espacio y su presencia en una empresa cuyo ropaje
de abuelita esconde a un lobo feroz vuelve frágil su permanencia y recuerdo en
los televidentes. Donde se presume apertura, sólo hay una falsa ilusión que se
desvanece, entre poses hipsters y charlas de café y cigarros.