martes, 19 de septiembre de 2017

El terremoto que no fue

Crónica personal del sismo

Por Andrés Gallegos

I

A las 10:58 horas, el vuelo 121 de Aeroméxico salió del aeropuerto de Guadalajara con destino a la Ciudad de México. Cumpliendo la bitácora, el Boeing 747 arribó a la capital del país a las 12:25 horas.

Allí esperan a una persona. Empleados de una agencia de viajes lo conducirán a Puebla, en un viaje por carretera de dos horas aproximadamente. En las instalaciones de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), se celebrará el Seminario Iberoamericano de Periodismo Científico, Tecnológico y de Innovación, del 20 al 22 de septiembre.

- Bienvenido a la Ciudad de México. Si tenemos fortuna, llegaremos a comer a Puebla. Allá ya están varios de los participantes del seminario, y por supuesto, conocerá el hotel donde se va a hospedar. ¿Todo bien durante su viaje? – pregunta una amable agente de viajes

- No, ningún problema – responde el pasajero recién desempacado del avión

Minutos después, la tierra tembló, el suelo se resquebrajó, y todo se volvió difuso…

II

Cuando sentí el temblor del 85, yo tenía 16 años e iba en el Colegio del Aire. Éramos muy pendejos. Nos estábamos bañando y cuando el agua se movía de un lado a otro y chocábamos con las paredes, nos reíamos y decíamos, “que chingón se siente”. Pero dieron la orden de evacuar y casi salimos todos encuerados, sin entender nada, todavía haciendo bromas.

Entendí la verdadera magnitud de la tragedia cuando salimos a las calles a ayudar y veíamos a la gente dormir en la intemperie, llorando por haberlo perdido todo, sacábamos personas de los escombros y el olor a muerto era insoportable. Admiré el gran valor de los chilangos, mis respetos a esos cabrones, solidarios y dispuestos a echar una mano. ¿Quieres un pueblo capaz de sobrevivir a todo?, allí están los defeños.

Lo peor no fue el temblor principal, sino las réplicas. Cuando percibía una de ellas, el miedo se apoderaba de mí y tuve que sacar valor de donde ya no lo tenía. Pero hubo una noche que recuerdo con mucho dolor. Casi después de una réplica, cayó un tormentón, y cuando observé el sufrimiento de los damnificados, la terrible indefensión que percibí en sus rostros, el cómo las gruesas gotas de lluvia se confundían con el llanto de aquellas mejillas, y puse atención a los edificios derrumbados a mí alrededor, me eché a llorar.

Espero que nunca vivas lo que yo viví en esos días, hijo. Nadie puede explicar ni soportar tal desasosiego. Es feo… muy feo.

III

Por las vidas truncadas, por cada lágrima derramada.
Por el dolor y la pena inabarcables.
Por la desgracia que nos ha dejado en la nada,
te ofrezco solidaridad y ayuda inagotables.

Ninguna diferencia nos separará,
ningún temor nos dividirá.
Es tiempo del perdón que nos curará
y de la mano que reparará.

Ensombrecidos estamos, y en sombras deambulamos,
sin entender las razones de este infortunio
Pero con esperanza y valor nos levantamos,
reconstruiremos cada casa y cada palacio

19 de septiembre maldito,
si no podemos borrarte del calendario,
que este sea el día bendito,
de la esperanza y el espíritu gregario

IV

... Pero en realidad, el vuelo se retrasó casi tres horas, y nunca emprendí mi viaje a Puebla.

A las 10:58 horas, yo estaba tomando un chocolate pasando unas grabaciones de un reportaje para su periódico, un poco molesto porque a esa hora debía abrocharse el cinturón de mi asiento, el 23-A, junto a la ventana

- Saldrá a las 12:00, está atrasado, le hicieron unas modificaciones al avión – me dijeron

Deambulé con mi chayo-maleta regalada por la empresa Intel y mi mochila de siete libros y una computadora desgastada que ya juega tiempos extras.  Hice el check-in, y miré las tiendas y restaurantes ubicados en las salas de espera

- ¡Pinche comida está carísima!. No mames –hablé para mí mismo, como fan de los soliloquios que soy, al ver que el precio de una hamburguesa era de 150 pesos.

Tardé en encontrar la puerta 20, pero la encontré. Llegué 15 minutos antes.

- Disculpe señor, el avión todavía no ha llegado al aeropuerto. Vuelva a las 12:40 – le dijo una empleada de Aeroméxico.

A la hora indicada, empezaron a pasar a los pasajeros a unos camiones que los llevarían a abordar el avión.

- Por razones de tráfico aéreo, saldremos a la 1:30 de la tarde – nos advirtió la empleada con una bocina defectuosa.

Ya en el avión, las sobrecargos explicaban cómo se deben poner los cinturones y las máscaras de oxígeno en caso de una emergencia.

Alguien habla de un sismo en la Ciudad de México. “Debe ser igual al de hace doce días”, pensé, “seguramente la ciudad volvió a resistir”.

Pero 10 minutos después, el capitán del vuelo 121 Aeroméxico indica que el sismo suspendió los vuelos, por lo que no saldrán de Guadalajara hasta nuevas órdenes.

Los pasajeros, preocupados, llaman a sus familias.

- ¡Estuvo fuerte el temblor, no mames, ya me dijeron!

- El aeropuerto está cerrado, no creo que salgamos hoy, mi vida

- Chale, ya perdí la conexión de las cuatro

- ¿Podemos cambiar nuestros boletos? - En la operadora de Aeroméxico, señorita.

- ¡Tengan cuidado, no salgan!, me dicen que todo está muy cabrón por allá.

- Para que los quieran quedarse en Guadalajara, vendrán autobuses para llevarlos de nuevo al aeropuerto.

Whatsapp, Facebook y Twitter informan al instante de la desgracia. Es un absurdo tener el celular en modo vuelo. Mientras tanto en el avión, con un calor sofocante por el nulo aire acondicionado, ya llevamos casi dos horas esperando las determinaciones del aeropuerto capitalino. Sabía ya que el Seminario sería cancelado.

- Y yo que me quería desenfocar un poco del trabajo diario del periódico, y que me ayudaran con mi tesis pendiente de Muy Interesante – pensé resignado.

A las cuatro, se confirma que no habrá Seminario. El sismo ha ocupado toda la atención. “Lo mejor es estar con nuestras familias y apoyar a la comunidad”, leo uno de los mensajes del grupo de Whatsapp del evento en Puebla.

Hay varios de los asistentes a ese evento que si vivieron lo que yo no sentí. Estaban en México y en Puebla, ciudad donde perdieron la vida unas 30 personas por el terremoto. Terribles minutos deben de estar pasando.

- Gracias a Dios que su vuelo se retrasó y no le tocó vivir esto tan complicado – me manda decir por Whatsapp la agente de viajes que me esperaba en Ciudad de México.

De nuevo en el aeropuerto de Guadalajara, varado como Tom Hanks en La Terminal, no puedo evitar sentirme afortunado y soltar una lágrima.

domingo, 3 de septiembre de 2017

20 libros recomendados editados por el Fondo de Cultura Económica

Daniel Cosío Villegas, uno de los cerebros más importantes de la historia de México, fundó el Fondo de Cultura Económica (FCE) un 3 de septiembre de 1934. Para entender la influencia de Cosío en la vida intelectual nacional, baste señalar que también fundó la facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e impulsó el crecimiento de la entonces Casa de España, un centro de investigación en ciencias sociales y humanidades hoy conocido como El Colegio de México.

Este esfuerzo editorial ha derivado en una compañía que, a pesar de tener sus momentos de decadencia (Miguel de la Madrid como director del Fondo o esa espantosa entrevista donde Lilly Téllez le hizo ojitos a nuestro amo y lord Don Presidente de México), ha aportado mucho al ámbito cultural nacional. Además, sus libros son un poco más accesibles en precio que, por ejemplo, las editoriales españolas de corte académico como Gedisa o Alianza, así que es una ventaja. 

Aprovechando su aniversario 83, hago un recuento de mis 20 libros recomendados de este sello editorial. Igual, no todos los los he leído y entendido al completo, y muchos son ladrillazos imposibles de terminar, pero espero que les sirvan de algo. No incluyo los libros de ciencia, especialmente los de la colección "La ciencia para todos", al incluir algunos en mi anterior recuento;

1.- La Sociedad, Una introducción a la sociología, de Ely Chinoy: Una muy buena introducción a esta ciencia, y de precio accesible. El único inconveniente podría ser su fecha de edición (de 1966), pero es un gran libro para estudiantes de ciencias sociales, ya que cada uno de los capítulos trata de temas amplios como la familia, la burocracia, las relaciones entre ciencia y sociedad, o las instituciones políticas.

2.- Historia de América Latina, de Edwin Williamson: Amplio relato sobre las vicisitudes, confrontaciones y pasado (muchas veces tortuoso) de nuestra región. Especial para estudiantes de historia o para interesados en comprender los antecedentes o el pasado detrás de personajes (vivos o muertos) que aún hoy influyen en la vida del continente. Otro libro de temas similares, también del FCE, es "América Latina" de Francois Chevalier.

3.- Al pie de la letra, de Cristina Pacheco: Un compendio de entrevistas con los escritores mexicanos y latinoamericanos más importantes de la segunda mitad del Siglo XX. La capacidad de Pacheco de detonar las conversaciones nos permite conocer detalles muy interesantes sobre la infancia de los entrevistados, su proceso creativo, sus motivaciones al hacer literatura, y sus ideas políticas y filosóficas.

4 y 5.- La epopeya de México, tomos I y II, de Armando Ayala Anguiano: Originalmente artículos de divulgación histórica publicados en la revista Contenido bajo el nombre "México de carne y hueso", ambos libros son una muy interesante introducción para conocer la historia de nuestro país. Sorprende por algunas valoraciones de personajes lejanas al cánon o mito oficial (no pone en buen lugar a Benito Juárez o Emiliano Zapata, por ejemplo), y por la facilidad con que se lee su prosa.

6.- Historia Universal del Hombre, de Erich Kahler: Pocos libros que traten sobre la historia de la humanidad desde la prehistoria son tan interesantes y analíticos como éste. Ayudará muchísimo a comprender etapas e instituciones históricas de gran influencia como el cristianismo, el Renacimiento o la Revolución Industrial. 

7.- Guía ilustrada de la historia moderna, de Norman Lowe: Para los interesados en conocer sobre la historia mundial, el autor narra los acontecimientos que sucedieron desde 1914, comienzo de la Primera Guerra Mundial, hasta los eventos de la primera década del Siglo XXI. Voluminoso ladrillo que recomendaría leer por capítulos, temas o para corroborar datos y nombres propios. Lo malo, su encuadernación es algo deficiente, por lo que tengan cuidado al abrirlo y darle vuelta a las páginas.

8.- Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana, de Oscar Lewis: Aquí haré algo de trampa. El libro lo leí en una edición de Joaquín Mortiz, pero su publicación bajo el sello del FCE provocó una polémica muy fuerte que terminó con la salida de Arnaldo Orfila de la dirección, presionado por las autoridades priístas de entonces de publicar un libro "obsceno" e "indecente". Una cruda, realista y honesta historia de una familia pobre y urbana de Tepito, que a pesar de contar realidades de la mitad del siglo pasado, muchas de estas son muy vigentes ahora. 

9 y 10. - Lo mejor del periodismo en América Latina, varios autores. Tomos I y II: Ideal para adentrarse en la crónica periodística, sus dos tomos publicados reunen las mejores historias del Premio CEMEX-Fondo Nuevo Periodismo Iberoamericano. Las crónicas no son solo ejemplos de la fusión más selecta entre periodismo y literatura, sino también ventanas para conocer las desigualdades, injusticias, miedos y personajes que habitan las periferias latinoamericanas. 

11.- La comunicación y los medios, de Klaus Bruhn Jensen (coordinador): Un voluminoso pero sintético libro especialmente hecho para estudiantes e investigadores de comunicación, con un repaso claro y didáctico a las principales teorías con las que la academia estudia la comunicación. Lo utilice para asesorar la tesina de un amigo mío, Ernesto Navarro, y fue de gran ayuda para dar un análisis con cierto barniz académico, sobretodo en alguien tan desorganizado y diletante como yo.

12.- Psicoterapia y humanismo, ¿Tiene un sentido la vida?, de Viktor Frankl: Breve y sucinto repaso a las principales ideas de este psicólogo. Aquí se ven conceptos como "neurosis del desempleo" y otros tipos de neurosis contemporáneas que no dejan vivir al hombre una vida plena.

13.- La globalización desde abajo, de Carlos Alba Vega, Gustavo Lins Ribeiro y Gordon Mathews: Conjunto de investigaciones sobre las redes de comercio informal consideradas "ilegales", mediante las cuales millones de personas alejadas de las bondades de la globalización mantienen a sus familias. Se estudia, desde la antropología, la economía y la sociología, fenómenos como el ambulantaje, los puestos callejeros o la venta de productos "pirata".

14.- Obras, de Juan José Arreola: La mejor antología sobre el escritor de Zapotlán (en la imagen), incluyendo el "Confabulario", el "Bestiario", "Varia invención", o su novela "La feria". Además de esta obra, recomendaría "Memoria y Olvido de Juan José Arreola", una autobiografía de la infancia y juventud editada por el escritor que a continuación sigue.

15.- Obras III, Ensayo y Obra Periodística, de Fernando del Paso: La mayoría conoce a Del Paso por sus monumentales novelas José Trigo, Palinuro de México o Noticias del Imperio. Sin embargo, Del Paso tuvo una gran producción de ensayos y artículos periodísticos, sobretodo en su etapa como corresponsal de la BBC en Gran Bretaña. En contraste con la prosa de sus novelas, deslumbrante, poética, pero a veces extenuante, los textos de este tomo son claros, precisos y concisos, además de un ejemplo de cómo hacer buen periodismo. Para los futboleros, recomiendo sus reseñas sobre el Mundial de España 1982.

16.- Amor líquido, de Zygmunt Bauman: Hay tres inconvenientes respecto a Bauman: la desafección que por él sienten muchos académicos, su prosa a veces rebuscada, y la sensación de que se repite en su obra ensayística machacando su idea de "liquidez". Pero al leerlo, se pueden extraer ideas interesantes sobre temas muy importantes de la actualidad; como modernidad, globalización, pobreza, o en este caso, las relaciones afectivas de la sociedad actual.

17.- El ensayo hispanoamericano del Siglo XX, de John Skirius (compilador): Una amplia y variada compilación de ensayos de varios nombre pesados de las letras latinoamericanas. Además de contar con textos desde literarios (Alfonso Reyes), hasta políticos (José Carlos Mariátegui) o antropológicos (Néstor García Canclini), son de gran valía las biografías de cada autor que vienen como prólogo a sus ensayos, para conocer mejor a los autores recopilados.

18.- El cuento hispanoamericano, de Seymour Menton: Similar al anterior libro, pero enfocado al género del cuento, es una valiosa introducción a la obra de muchos autores. Por supuesto, aquí vienen relatos de Horacio Quiroga, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Juan José Arreola, pero también hallazgos como "El matadero", del argentino Esteban Echeverría. Al final, Menton hace su propio comentario de los cuentos, auxiliando en una mejor comprensión y entendimiento de los mismos. 

19.- La ética. Fundamentos y problemáticas contemporáneas, de Pierre Blackburn: Interesante y diferente libro de texto para aprender de ética, que no se distingue por hacer recuentos históricos de sistemas filosóficos o explicaciones engorrosas de conceptos, sino que es capaz de poner ejemplos e historias para entender mejor los temas, y relacionaarlos con problemáticas y tópicos sociales actuales como la democracia o la economía.

20.- El laberinto de la soledad. Postdata, Vuelta a "El laberinto de la soledad", de Octavio Paz: No hace falta decir nada más, uno de los mejores ensayos de la literatura mexicana, que todavía se discute en los círculos intelectuales de este país.

jueves, 24 de agosto de 2017

20 libros recomendados sobre ciencia

Por Andrés Gallegos

Aclaro de una vez, la gran mayoría de estos libros no los he terminado de leer (como Enrique Peña Nieto, solo he leído partes), y tampoco puedo decirles que extraje de ellos el total entendimiento de los temas que explican. Aunque son obras en su mayoría de divulgación científica, es decir, son un vehículo de acercamiento de temas de ciencia al gran público, no garantizo que sean lecturas "divertidas" o "entretenidas", de hecho, demandan plena atención de sus lectores. Muchos de estos libros son ladrillos de más de 800 páginas, y comprarlos equivale a casi una semana de salario.

Sin embargo, desde mi experiencia como lector, me siento con la capacidad de recomendarles los siguientes textos si ustedes están interesados en la ciencia. Pueden servir como lecturas de estudio autodidacta, para incrementar el acervo cultural y convertirse en cadáveres con mucha materia gris, o como textos escolares o para cursos educativos sobre ciencia. Sin más, les presento una lista de 20 libros que considero, serán de su agrado:

“Ciencia sin seso, locura doble”, de Marcelo Cerejido: Una acertada introducción a cómo se hace la ciencia, dirigida sobre todo a jóvenes con intenciones de ser científicos. Atención al relato sobre las precarias condiciones en que trabajan los investigadores mexicanos y sus estudiantes.

“El poder de la ciencia”, de José Manuel Sánchez Ron: Es un ladrillote de más de mil páginas, pero es una gran crónica de la ciencia de los últimos dos siglos desde una perspectiva social y política. Narra grandes historias como la dificultad de la mujer en abrirse camino en la ciencia, cómo Napoleón Bonaparte apoyó a los científicos franceses durante su imperio, o la crónica que derivó en el Proyecto Manhattan, la creación de la bomba atómica y la tecnociencia tal y como la conocemos ahora.

“El mundo y sus demonios”, de Carl Sagan: El famoso divulgador estadounidense nos ayuda a distinguir entre las ciencias y las pseudociencias, hace un repaso histórico sobre las creencias esotéricas populares como la astrología, y ayuda al lector a detectar cuáles son las herramientas de la investigación científica para ejercer un espíritu crítico sobre los fenómenos que nos rodean.

“Los descubridores”, de Daniel Boorstin: Maravilloso relato sobre cómo la humanidad fue descubriendo muchas cosas sobre él mismo y su entorno, por ejemplo, cómo llegó a conocer su propio cuerpo humano, cómo empezó a mirar el cielo y hacer conjeturas sobre las estrellas y astros observados, o cómo la exploración del mundo dio pasó a inventos como la brújula o la corroboración de que nuestro planeta era redondo. Indispensable.

“Mala ciencia”, de Ben Goldacre: Crítica irónica y argumentada de muchas lacras disfrazadas de pseudociencia; como la jerga aparentemente científica de los nutriólogos y vendedores de vitaminas, los voceros anti-vacunas o, atención, cómo se hace mal periodismo científico a partir de estudios poco rigurosos o conclusiones exageradas.

“Cien preguntas básicas sobre la ciencia”, de Isaac Asimov: El genio tiene la capacidad de responder dudas con la mayor claridad posible y la cantidad de palabras indispensable. Este es solo uno de decenas de libros de divulgación científica escritos por Asimov.

“¿Tenían ombligo Adán y Eva?”, de Martin Gardner: Críticas a diversas pseudociencias, ufología disfrazada de conocimiento riguroso, y otros temas de dudosa procedencia. Hace una crítica a la antropología de Carlos Castaneda (con la que muchos no estarán de acuerdo), y otra a la secta Puerta del Cielo, cuya delirante doctrina que combinaba extraterrestres y religión, terminó con el suicidio colectivo de casi 50 personas.

“Historia de la ciencia”, de John Gribbin: Voluminosa crónica sobre los principales científicos y teorías que proceden desde 1543 hasta 2001. Sobre todo, vale la pena por los amplios y sucintos repasos biográficos a los científicos más importantes de la historia, como Galileo Galilei, Michael Faraday, Charles Darwin o Albert Einstein

“La física del futuro”, de Michio Kaku: El físico y divulgador cuenta sobre los avances científicos que sucederán en el Siglo XXI. Kaku predice el auge de la computación cuántica, el dominio de los objetos con nuestras mentes, la medicina genómica o los avances de la inteligencia artificial.

“¿Existe el método científico?”, de Ruy Pérez Tamayo: Uno de los cerebros más brillantes que tiene nuestro país es además un prolífico divulgador de la ciencia. El libro citado es un repaso breve pero muy informativo sobre los principales filósofos y teóricos de la ciencia que han ayudado a comprender mejor esta actividad humana, como Francis Bacon, Charles Peirce, Rudolf Carnap, Karl Popper o Thomas S. Kuhn

“La ciencia y la tecnología en la sociedad del conocimiento”, de León Olivé: El académico mexicano realiza un ensayo donde pone a discusión los desafíos éticos y sociales de la ciencia en la llamada “sociedad del conocimiento”, como el acceso del público al conocimiento especializado, cómo deberían adquirir conocimiento científico para participar en las grandes discusiones sociales que involucren a la ciencia (como, por ejemplo, los alimentos transgénicos) o la responsabilidad social de los científicos y la investigación científica.

“Los grandes ensayos de la ciencia”, compilado de Martin Gardner: Esta es una compilación de ensayos donde pensadores como José Ortega y Gasset, Bertrand Russell, Sagan, o escritores como Aldous Huxley o Gilbert K. Chesterton, opinan sobre la ciencia, sus retos y desafíos, o sus relaciones con otras disciplinas como la religión o la literatura.

“Revolución en la ciencia” de L. Bernard Cohen: Repaso de cómo se fueron gestando las grandes teorías que han conformado la ciencia actual y los conocimientos previos en los que se basan: como la Evolución de Charles Darwin, la Teoría de la Relatividad o inclusive las teorías de las ciencias sociales como el marxismo.

“La ciencia en la historia” y “la ciencia en nuestro tiempo”, de John D. Bernal (también se le encuentra como "Historia Social de la Ciencia", que incluye ambos volúmenes): Estos libros se consiguen en las librerías de viejo principalmente. Es un repaso histórico de la ciencia elaborado por un científico que se declaró marxista, y narra la ciencia desde la perspectiva y herramientas analíticas de esta escuela, lo que le permite poner en perspectiva una historia de la ciencia muy ligada a las desigualdades sociales, el control de la ciencia por parte de las élites capitalistas y una visión de la ciencia como herramienta de transformación social. Las traducciones fueron hechas por Eli de Gortari, un reconocido filósofo de la ciencia mexicano que fue detenido durante las manifestaciones estudiantiles de 1968.

“La estructura de las revoluciones científicas”, de Thomas S. Kuhn: Una muy interesante visión sobre cómo se crea el conocimiento científico y cómo avanzan las ciencias a lo largo de la historia. De aquí se popularizaron conceptos ahora muy utilizados en el campo de la filosofía de la ciencia (de manera indiscriminada), por ejemplo, “paradigma”. Durante mi estancia en la Maestría en Ciencias Sociales, fue una de las lecturas más recurrentes.

“El ascenso de la ciencia” de Brian L. Silver: Un libro voluminoso, pero muy explicativo, sobre los diversos fenómenos y teorías de la ciencia. Muy recomendables su repaso a la Revolución Científica que comenzó en el Siglo XVI, la manera en que Galileo Galilei y otros científicos derribaron el edificio aristotélico en el que se fundamentaba la ciencia, y el repaso histórico a teorías vigentes como la Relatividad o la Teoría Cuántica.

“La ciencia, la calle y otras mentiras” de Luis González de Alba: Tal vez muchos detestaron a González de Alba como columnista político, pero como divulgador de la ciencia era muy solvente. Este es un compendio de artículos, originalmente escritos para La Jornada, que dan testimonio de su capacidad para explicar fenómenos complejos al gran público.

“La ciencia nuestra de cada día” de Francisco Rebolledo: Además de su precio accesible (forma parte de la colección “La ciencia para todos”, del Fondo de Cultura Económica), el mérito de este libro es la capacidad de combinar la ciencia con una buena literatura y una increíble capacidad de síntesis (originalmente eran columnas publicadas en el suplemento cultural “Laberinto” en el diario Milenio).

“La ciencia, su método y filosofía”, de Mario Bunge: La mejor introducción para entender los componentes y fundamentos epistemológicos de esta fascinante actividad intelectual.


jueves, 17 de noviembre de 2016

Los comienzos del Caganotas: El Becario

Por Andrés Gallegos

I

Como ya saben, Odilón Solís está muerto. Pero antes de que su mierda llenara planas de periódicos y su olor nauseabundo se impregnara en las rotativas del diario “Mañanitas”, se podría decir que era un estreñido de la profesión. Hace tres años, cuando iniciaba sus prácticas en la sección económica de otro periódico, “Noticias frescas”, un editor le recriminó una falta, a su juicio, imperdonable: Odilón tenía diez minutos sin colocar una sola letra en el procesador de textos de su computadora, y su cara reflejaba preocupación.

- ¿Por qué no estás trabajando? – el editor vestía un chaleco gris de la empresa, el cual lucía todos los días ya que, según él, eso lo hacía ser periodista, como la bata al médico o la chaqueta negra a un motociclista.

- Estoy pensando en cómo hacer la nota de esta entrevista con el subsecretario de Tranzas y Embutes de la Confederación Estatal de Campesinos de Sorgo y Otras Gramíneas de Jalisco… - Odilón hizo una pausa y complementó – La verdad es que tengo ganas de ir al baño.

- No, no, no – negó como San Pedro el editor – Regla número uno de la profesión, primero hace las notas y después caga.

- ¿Y si me hago caca encima? – preguntó Odilón, con ojos suplicantes de cachorro canino y frotando sus nalgas en el asiento.

- Aguántese. El periodismo es sufrimiento. Todo se posterga, hasta los intestinos, con tal de traer la nota de ocho. ¡Mejor cague esos cinco mil caracteres que le pedí, rápido, que lleva media hora de retraso!

Nuestro protagonista canceló sus necesidades fisiológicas por el bien de la institución periodística. Pero como era joven y apenas iba aprendiendo, esos cinco mil caracteres tardaron poco más de una hora en reflejarse en el procesador de textos. Ya iba a enviar su nota al editor, cuando éste le dijo

- Ni se moleste ya, nos llevamos el boletín. Acá ya lo revolqué, no se preocupe.

Odilón enfureció y pensó en cagarse, pero en la cara de su jefe inmediato. Pero ese día, aprendió que en la profesión, la mejor manera de protestar ese tipo de decisiones es pedorreándose lejos de los jefes y patrones, de tal manera que no perciban el olor con sus hipersensibles narices.  

II

Odilón abandonó sus prácticas en “Noticias frescas” el día en que, como buen becario, le llevó un café y un panecillo de cierta tienda de autoservicio al director general del periódico, a quien por razones de confidencialidad, solo llamaremos Raymundo Valadez. Entró a la oficina, donde se celebraba una junta editorial. Algunos jefes de sección y subalternos incondicionales del jefe, incluyendo al editor de economía, estaban presentes.

- ¿Se acuerdan de esta vieja, la que sale dando noticias en la tele?. Pues yo la vi un día y lo primero que le dije fue, “mamacita, con ese culo bien podrías cagar bombones”. – narró Raymundo

Jajajajaja, asintieron los presentes.

- ¿Y saben lo que me respondió? –  continuó el director con la historia – “viejo pelado, ya sé quién eres, te mataré en el noticiero, hijo de la chingada”. Pero yo le comenté, “mejor mátame a pedos, que quiero morir hediondo”.

Jajajajaja, aprobaron los presentes, en las que estaban tres o cuatro mujeres.

Pero hubo uno que no hizo jajajajaja, y el director, a quien le gustaba que todos respondieron con jajajajaja a cualquiera de sus chistes o historias, lo notó. 

- Y usted por qué no se ríe de mi historia, ¿eh? – le preguntó, sin nada de jajajajaja, Raymundo Valadez.

Odilón se caracterizaba por ser sincero.

- Por qué no me parece graciosa – replicó – Además, solo vine a dejarle su café y su pan. Adiós.

Como dos horas después, el director lo llama a solas en su oficina. Lo invitó a sentarse y le dijo.

- Me gusta su sinceridad. Usted es honesto, no es como mis aduladores que se ríen de todo para escalar posiciones en el periódico, o para evitar que yo los corra, haciéndoles firmar la renuncia. Pero al final, usted entenderá que uno se tiene que reír de muchas cosas, aunque no sean graciosas, con tal de sobrevivir en este entorno lleno de lágrimas.

Nuestro joven prospecto de periodista no entendía muy bien aquellas palabras, pero no pidió aclaraciones. Solo atinó a decir “gracias”. Raymundo Valadez prosiguió y se puso a divagar

- Juventud, divino tesoro. Cómo quisiera ser joven como usted, tener esa vitalidad, esos sueños. ¿Sabe?, yo a su edad era bastante guapo y había varias periodistas que morían por mí. ¿Usted tiene novia?, no me lo tome a mal, eso que dije de la mujer del noticiero no es literal, lo que pasa es que me gusta jugar un poco. Las mujeres son bellas, son divinas, nada podríamos hacer sin ellas, ¿no cree?.

- Ajá – respondió Odilón

- Bueno, solo quería conocerle – dijo el director con tono suave – ya puede irse a trabajar tranquilamente, que hay que desquitar el sueldo, ¿eh?

Odilón, como ya dijimos, era sincero. Demasiado.

- Pues la verdad no recibo ningún sueldo. Soy practicante, yo pongo todo de mi dinero, camiones, recargas a celular, comidas. Me gustaría tener algún apoyo económico – señaló.

Raymundo Valadez le entregó una gran lección, con consecuencias perdurables para la posterior historia y leyenda del Caganotas.

- De niños, no aprendíamos a controlar el culo, y pues nos cagábamos en cualquier lado, por eso usábamos pañales. Pero los adultos tenemos la capacidad de aguantar la mierda un rato más mientras buscamos un baño donde tirar la nutria. La clave de esta profesión es saber el momento adecuado y conveniente para soltar la mierda, pero para eso se necesita haber almacenado muchos excrementos previamente. Usted está en la época donde está comiendo mucho para finalmente cagar todo de una vez. Tenga paciencia, pronto llegará el momento en que podrá soltar toda su diarrea al mundo, y ser recompensando por ello. Joven, debe entender que en cualquier trabajo, se necesita estar estreñido y cagar piedras para entender el disfrute de un buen zurrar.

Al día siguiente, Odilón revisaba las secciones de empleo.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Muerte en abonos chiquitos (Cuento basado en hechos reales)

Por Andrés Gallegos

Jacinta se empeñó en comprar un ataúd para Adrián, su hijo, desde aquella noche en que murió su madre Consuelo. En aquellos últimos minutos, Jacinta pareció escuchar de los labios moribundos y pálidos de su madre una última voluntad, y como Juan Preciado en Pedro Páramo, ella estaba en un plan de prometerlo todo.


- Compra una caja… de caoba… que la pinten de blanco… para mi nieto… -

La impaciencia de Tanatos interrumpió su consejo.

Apenas enterró a su madre, Jacinta acudió a una funeraria cuyo nombre nadie quiere recordar. Serían 16 mil 500 pesos por el ataúd, de contado, pero podía pagar un poco más, por una módica cantidad de 200 pesos semanales.

- No se moleste en venir, señora, nosotros mandaremos personalmente a uno de nuestros vendedores a recoger el dinero en su casa– dijo el ejecutivo que firmó el contrato con Jacinta, cuyo nombre no diremos por miedo a represalias.

A Jacinta todo le pareció bien; las condiciones del contrato, las facilidades de pago, hasta el olor floral de la oficina donde firmó el convenio. “Hay que prevenir, porque la muerte nos llega a todos, Dios no lo quiera, en algún momento, ojalá no pronto”, pensaba esta mujer de casi 50 años de edad, mientras miraba hacia abajo sentada, tal vez para esconder sus propias contradicciones.

Semana a semana, como un Ghost Rider con pantalones de lana, camisa amarilla de botones y un casco negro que se estaba despintando, tocaba a la puerta un señor desgarbado, con bigote revolucionario y una cara tan regordeta donde apenas entraba el casco, con nombre de azúcar, Fructuoso. En las primeras semanas, Jacinta daba puntualmente sus 200 pesos, pero de pronto, sus pagos se volvieron intermitentes. Sus manos cansadas dejaron de limpiar casas, ocupación a la que se dedicaba, y tenía que dedicarse a otros negocios que daban ingresos intermitentes, como llevar comida a domicilio o vender productos de belleza por catálogo.

La funeraria le llamaba por teléfono, insistiéndole en la importancia de abonar oportunamente. “No pierda la posibilidad de darle a su hijo un buen descanso en la otra vida”, le decían. Una de las semanas en las que Jacinta quedó a deber, Fructuoso, el vendedor, le gritó con una voz desgastada como los ruidos de su motocicleta.

- Ultimadamente, señora, si no tiene dinero para pagar, que a usted y a su hijo se los lleve el diablo. Pero no me haga venir acá para nada –

Jacinta le comentó que ella les hablaría cuando tuviera dinero, pero el motociclista seguía acudiendo a su casa cada semana, con o sin los 200 pesos de rigor. Temiendo encontrarse con ese vendedor, Jacinta prefirió mandar a su hijo, el beneficiario de aquél ataúd comprado prematuramente, a recibirlo en la puerta. Adrián era un joven de 22 años, estudiaba una licenciatura en psicología, y siempre renegaba cuando iba a decirle a Fructuoso que no tenían dinero, que a lo mejor la próxima semana habría mejor suerte.

- Pues no entiendo cómo te metiste en esa bronca. Ya te dije que el día en que muera, mi pinche cuerpo lo hagan cenizas y si quieren, las espolvorean en galletas –  Adrián acababa de ver un episodio de South Park, en donde el protagonista Eric Cartman se comía accidentalmente las cenizas de su amigo, mil veces muerto y siempre resucitado, Kenny McCormick.

- ¡Ah, cabrón, como reniegas!, todavía que la pinche caja será para ti, andas poniendo peros – decía su madre.

- No me quieras matar tan pronto. ¿Qué ya no me quieres? – le decía su hijo en broma, mientras la abrazaba y le daba un beso en la mejilla, como buen hijo chiqueado y mimado que era.

Pasaron varias semanas, y las amenazas telefónicas, más los mohines y berrinches de Fructuoso, se elevaron de tono. Jacinta llegó a pensar en evadir para siempre aquel compromiso, no suicidándose, por supuesto, pero si cancelando la deuda, aunque perdiera el dinero que ya había dado. Pero ella era una mujer cumplida a la que no le gustaba deber, y además, estaba la promesa que le hizo a su madre agónica. Su hijo no moriría en una fosa común como su abuela, corrompiéndose con los huesos de extraños, que en vida fueron delincuentes, indigentes, facinerosos, vagabundos, y sepa Dios que otras actividades malvadas.

Luego de ese tiempo que dejó de pagar, como cuatro meses, Jacinta se volvió a poner al corriente con los pagos, aunque a veces no le alcanzara para comer. Le faltaban como 7 mil pesos que liquidó puntualmente. La semana en la que solventó sus últimos 200 pesos con la funeraria, Fructuoso le comentó que, la próxima semana, le haría una última visita, donde le entregaría un documento donde constaba la adquisición de un ataúd, blanco, de caoba, que podía reclamar cualquier pariente o familiar para cuando Adrián diera sus últimos estertores en la Tierra.

A la semana siguiente, Fructuoso ya no manejaba una motocicleta, sino una especie de limusina. Junto a él venían dos hombres vestidos de pantalón negro, saco del mismo color y camisas blancas. Fructuoso les pidió que sacaran el ataúd y aguardaran fuera del coche, ya que en esas colonias, cualquier vivales ve un auto lujoso y decide rayonearlo por placer.

- Venimos a enterrar a su hijo, tal y como lo estipula el contrato – dijo Fructuoso.

Adrián estaba en su cuarto, navegando en Internet. Se había graduado en psicología y trabajaba como ayudante en un consultorio terapéutico del padre de un amigo de la facultad. Todavía vivía con su madre porque, en este México de salarios escasos y rentas por las nubes, resulta más económico seguir viviendo en el techo familiar.

Quienes fueron testigos de aquel evento, aseguran que el joven salió de su casa, saludó a los miembros de la carroza fúnebre por voluntad propia, y se acostó en el ataúd para siempre. El documento que Fructuoso le había prometido a Jacinta solo consistía del logo de la funeraria y una frase, atribuida al filósofo helénico Epicuro:

“La muerte, temida como el más horrible de los males, no es en realidad nada, pues mientras nosotros somos, la muerte no es, y cuando esta llega, nosotros no somos”.

lunes, 22 de agosto de 2016

Enrique Peña Nieto y el problema del plagio

Por Andrés Gallegos

Tal vez la investigación de Aristegui Noticias sobre el plagio de la tesis de derecho del presidente Enrique Peña Nieto, no tenga la fuerza o el escándalo mediático de la Casa Blanca, pero no es un trabajo periodístico menor. Así como tampoco es menor el problema del plagio, una de las manifestaciones más visibles de la deshonestidad y la simulación, estos virus que después mutan en situaciones graves que nuestro país no se quita de encima, como la corrupción, el despilfarro o la hediondez que desprende el poder para no desapegarse de sus privilegios. En la academia, el plagio de una tesis representa un asunto muy grave el cuál, la mayoría de las veces, concluye con el descrédito de académicos que creíamos intachables y eruditos, o la expulsión de estudiantes que han decidido equivocarse intencionalmente. No creo que suceda lo mismo con Enrique Peña Nieto, pero en todo caso, es una manchita más a un tigre demasiado desacreditado ya, y aunque solo sea eso, una manchita, pintarla es un logro para el mejor periodismo, ese que convierte en cebras hasta a los animales más salvajes.

En México, los plagios académicos se han presentado con más frecuencia en los últimos años. El chileno Rodrigo Núñez Arancibia hizo carrera como historiador en México, y daba clases en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Se especializaba en multitud de temas; Revolución Mexicana, liberalismo en Sudamérica, religión de la Nueva España, etnicidad, el concepto de historia de Collingwood, o el método de enseñanza mutua en Hispanoamérica. El problema era que todas sus investigaciones eran trabajos de otros que él copiaba y entregaba como suyos a comités evaluadores de editoriales universitarias. Descubierto e inhabilitado por el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología (CONACYT) por 20 años, regresó a Chile y lo confesó todo, “sabía que iba a chocar como un tren contra una pared, haciéndome pedazos”, declaró a finales del 2015 al periódico andino La Tercera. Nuñez perdió, inclusive, su título de doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de México, que había obtenido tras plagiar su tesis sobre el empresariado chileno.

Boris Berenzon Gorn era un profesor de historia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), famoso por faltar a las clases y cobrarlas mandando a un tercero a firmar por él, lo que ocasionó la queja de una estudiante a través del blog “Yo quiero un trabajo como el de Boris”. Con el tiempo, resultó que Berenzon era un simulador que no solo fingía dar clases, sino que fingió su prestigio académico plagiando ensayos, trabajos de investigación, ponencias y su tesis de doctorado. A pesar de los intentos de sus amigos académicos, los cuales insistían en que las acusaciones eran un intento por minar la credibilidad de la UNAM, Berenzon fue despedido de su cargo en el 2013 por “graves deficiencias en las labores docentes o de investigación, objetivamente comprobadas”.

En la academia, el plagio es una de las peores acusaciones que pueden existir, ya que la ciencia maneja un “ethos” donde el científico e investigador debe respetar la honradez intelectual y la veracidad, siguiendo el análisis sobre la investigación científica defendida por el sociólogo estadounidense Robert K. Merton. Lo sabe gente como Juan Pascual Gay, despedido por el Colegio de San Luis por copiar un ensayo académico de una revista española, o el ya conocido caso de Sealtiel Alatriste, quien renunció a un lucrativo empleo como coordinador de Difusión Cultural de la UNAM y al Premio Xavier Villaurrutia, posiblemente el más importante de la literatura mexicana, por sus múltiples copy-paste, inclusive de la Wikipedia. Otro plagiador, Alfredo Bryce Echenique, eclipsó su maestría literaria, reconocida por obras como “Un Mundo para Julius”, gracias al plagio de decenas de artículos periodísticos, lo que provocó una fuerte oposición a la decisión de darle el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. La misma Universidad de Guadalajara tiene casos de plagio, como el profesor Mario Alberto Orozco, quien copió sin citar debidamente 84 párrafos de su tesis doctoral en Ingeniería Ambiental por la Universidad Politécnica de Cataluña.

En mi trayectoria de estudiante, se han presentado también casos de plagio. En la licenciatura en periodismo, un profesor del cual no diré su nombre, pero hasta hace poco estuvo trabajando en el gabinete de un municipio de la Zona Metropolitana de Guadalajara, copió entero el artículo de la Enciclopedia Encarta sobre la Revolución Mexicana, para presentarlo en diapositivas durante una clase, sin citar la fuente. Inclusive, el periodismo deportivo es un gran teatro de simuladores. Por ejemplo, Kary Correa, conocida por ser presentadora de programas en ESPN y por presumir muy buenas carnes, plagió un escrito de una página de deportes, llamada “El nueve y medio”, que hablaba sobre la gesta de la selección de Islandia en la Eurocopa, firmado por Gustavo Gutiérrez. El texto, titulado “El modelo islandés”, constaba de una entrevista a profundidad a un exjugador y asistente técnico islandés, pero solo tenía un inconveniente, no tenía el potencial de repercusión mediática del “líder mundial en deportes”.

Pal Schmitt, presidente de Hungría quien dimitió por plagio académico.
Todos nos acordamos de la incapacidad del presidente al dar el título de tres libros que le habían marcado su vida, pero pocos se acuerdan del motivo por el cual Peña Nieto estaba en la FIL; la presentación de “su” libro, titulado “México, la gran esperanza”. A saber quién le haya escrito ese texto, allí nos dimos cuenta de que una persona con semejantes signos de estupidez nunca hubiera podido escribir ni un solo párrafo de aquel desperdicio de papel, pero el escándalo mediático impidió el análisis de un plagio potencial. Ahora un equipo de periodistas, encabezados por Carmen Aristegui, comprueba que de su tesis de licenciatura es “trucha” en un 30 por ciento, y todos se quejan de que “no ha dicho nada nuevo” y que es un caso de bullying mediático de Aristegui contra el presidente que, "en las sombras", provocó su salida de MVS. Solo diré lo siguiente, todos los días hay percances automovilísticos que casi terminan en accidentes, gracias a choferes distraídos y automovilistas sin respeto por las leyes de vialidad, y todos los días, mínimo, les mentamos la madre a esos peligros del volante, aunque sea en nuestras mentes. Sería una insensatez disculpar al próximo que nos choque el vehículo, bajo el argumento de que ya sabíamos que el que nos chocó era un burro de dos patas, o porque todos los días hay accidentes de tránsito. Lo mismo acá, ya sabemos que Peña Nieto es un corrupto y un inepto, pero si lo recalca día tras día, no nos queda otra más que mostrarlo.

Probablemente en México no pase nada, pero recordemos que el plagio ha ocasionado cismas y despidos en mandatarios y secretarios de estado de otros países. Políticos de otras naciones han renunciado a sus cargos tras darse a conocer sus plagios académicos. El presidente de Hungría, Pál Schmitt, renunció a su cargo en abril de 2012 tras corroborarse el plagio de su tesis de doctorado, que trataba sobre los Juegos Olímpicos, e irónicamente, había sido premiada con el título “summa cum laude” (“con los máximos honores” en latín). En Alemania, el entonces ministro de defensa Karl Theodor zu Guttenberg abandonó su puesto en 2011 tras comprobarse que hizo copy-paste de su tesis doctoral en Derecho. Dos años después, Annette Schavan, ministra de educación y ciencia de Alemania, gran crítica de Guttenberg por su plagio, dijo adiós a su puesto al piratearse la investigación que le permitió obtener un doctorado en Filosofía por la Universidad de Düsseldorf.

Yo no he terminado todavía mi tesis de maestría, pero al menos tuve mucho cuidado en que no me acusaran de plagio, y nunca lo hicieron durante mis presentaciones de avances en los coloquios semestrales de investigación, a pesar de algunos errores en las citas. Si a un pobre diablo como yo le exigían no copiar, y tenía clases completas sobre cómo citar con APA y demás, supongo que al presidente de la República habría que exigírselo también. Al hacer contrición de sus plagios en La Tercera, Rodrigo Núñez decía no merecer una segunda oportunidad, ya que el plagio “es una vergüenza muy grande. Ahora estoy asumiendo la sanción social de haberle fallado a mucha gente, que es lo que más duele, y las sanciones que vengan. Pero si fallé en algo tan básico, como la responsabilidad moral de ser honesto, algo que aprendemos de niños”...

martes, 9 de agosto de 2016

Deportistas buenotas o el sexismo en las Olimpiadas

Por Andrés Gallegos

En Beijing 2008, Yelena Isinbayeva era la belleza que conquistó al mundo por su récord mundial en el salto con pértiga. Tengo ojos para ver y sensibilidad para apreciar, la rusa es hermosa y está buenísima. ¿Pero que hubiéramos pensado si algún medio hubiera titulado a ocho columnas, “Usain Bolt, el guapo más veloz de la Tierra”?, lo más probable es que pensarían que ese periódico salió del closet (y además, presume de gustos excesivos).

Traigo esto a colación, debido a un estudio de la Universidad de Cambridge que encuentra evidencias de sexismo en varios medios deportivos a nivel mundial. Es decir, se utiliza un lenguaje denigrante o machista hacia las mujeres atletas, quienes además, reciben menor reconocimiento de sus logros deportivos. Por ejemplo, mientras los hombres son “genios”, “dominantes” y “fantásticos”, las mujeres son “participantes”, “esposas de”, “soltera”, “embarazada” o “sexys”.

Lo que más me llama la atención de esta investigación es la reacción a la defensiva de muchas personas. Prácticamente, señalan que el estudio es una pérdida de tiempo, lo catalogan como berrinches y pataletas de feminazis con mucho tiempo libre, y se quejan, al estilo Clint Eastwood, de vivir en la dictadura de lo políticamente correcto, con una generación de cobardes que se victimizan por todo. Reconozco que, al menos en lo que dice el cineasta, puedo estar de acuerdo (aunque no en su totalidad). Pero sí creo que hay un sexismo latente el cual no queremos reconocer, no solo en los medios de comunicación, sino en la sociedad.

Recuerdo que cuando Ana Guevara era la mejor corredora de 400 metros del mundo, muchos aficionados no solo hablaban de sus medallas de oro, sino de su aspecto “masculino” y su voz grave, poco “femenina”. Años después, al dedicarse a una actividad de claro dominio varonil como la política, cuyo estigma no se circunscribe a la corrupción, sino a la deshonra de “haber dado las nalgas” o ser “la esposa del gobernador”, Ana Guevara hizo críticas a la medalla de oro del futbol varonil en Londres. A “Anita”, como algún palurdo comentarista la llamaba (a nadie escuché llamar “Nandito” a Fernando Platas, por ejemplo), no solo le cayó el descrédito de redes sociales y aficionados por envidiosa y andar de grilla, sino además, dudaron abiertamente de su sexualidad y directamente la llamaban hombre o travesti.

En los Juegos Olímpicos que me ha tocado ver, los medios de comunicación han solido dirigir algún alborozado piropo a atletas estéticamente más proclives a ser catalogadas como bellas, como Iridia Salazar o Paola Espinosa. No podían decir lo mismo de mujeres como Guevara o Soraya Jiménez, cuyo cuerpo fornido, estatura baja y pelo corto, motivó a cierto profesor de licenciatura a decir que las mexicanas tienen cuerpos como Soraya y que se bajaran de la nube, porque era imposible emular una belleza como la de María Sharapova. A otras medallistas como Belem Guerrero, fueron durante mucho tiempo ninguneadas, entre otras cosas, por su origen humilde y constitución física menudita, mientras compañeras ciclistas de mayor atractivo como Nancy Contreras, eran requeridas para sesiones de fotos en revistas.

El sexismo no está solo en medios de comunicación, sino que repercute directamente en las audiencias. Pero la influencia mediática es innegable. Las principales televisoras, con excepciones, tienen a la mujer como un objeto visual más que como una aportación sustancial de conocimientos deportivos. Los periódicos sensacionalistas sacan en sus páginas traseras y en los más buscados de la web a mujeres desnudas, y solo sacan a un muchacho en poca ropa sino es para mofarse de él por su pretendida mariconería, como Cristiano Ronaldo y sus modelajes de calzones Calvin Klein o sus abrazos con amigos en algún yate. Los medios, como entidades de lucro, no cambiarán ese trato al sexo femenino porque les da ventas

Inclusive, esto no solo aplica para las mujeres. Cuando el clavadista británico Thomas Daley dio a conocer que tenía una relación amorosa con un hombre, pasó de ser uno de los “papacitos” del deporte, a hacer continuas acotaciones y señalamientos sobre sus preferencias sexuales. En un entorno que debería aceptar con normalidad la homosexualidad de x o y deportista, no se darían estas explicaciones. Es como si los medios de comunicación hicieran hincapié en que a Lionel Messi le gustan los días soleados y la cumbia villera cada vez que da un pase de gol. Las preferencias no inciden en el rendimiento deportivo, aunque puedan ser buenas historias.

No obstante, noto que mucho público, por supuesto en su mayoría varones, es resistente a detectar estas anomalías. Ya dije que una reacción es acusar de exageradas a quienes hacen alguna observación medianamente crítica, o directamente anularla en base a estereotipos que nos ayudan a hacer bromas fáciles. Una de las estratagemas más burdas para ridiculizar la ideología del adversario, consiste en hacer simplificaciones groseras de lo que defiende. Así, las feministas pasan a ser feminazis, un cónclave esotérico de brujas gordas y malcogidas, con vello en las axilas, y cuyo tiempo destinan a quejarse de su fealdad omnisciente con carteles que atacan al “machista falocéntrico heteropatriarcal”.

Finalizo diciendo que, aunque es cierto que hoy existe una moda de victimizarse por cualquier cosa, existen elementos para reconocer, aunque sea, ciertos atisbos sexistas en nuestro modo de ver y analizar a las mujeres deportistas de los Juegos Olímpicos. Es como el grito de “puto” en los estadios, el cual yo y muchos hemos gritado, no nos hace unos homofóbicos intolerantes ni religiosos monoteístas fanáticos, pero el grito, en su origen, contiene elementos que responden a un ambiente de rechazo al “cobarde”, al “pasivo”, en suma, al “poco hombre” que se asocia a los homosexuales. Y aunque ser conscientes de ese sexismo no obliga a rechazar el disfrute estético de traseros firmes y caras bonitas (confieso que mis favoritas son las voleibolistas), reducir esa visión mediática y sesgada de la mujer nos haría bien.

Les pondré el siguiente ejemplo. Invito a leer este texto, con elementos que podrían considerarse sexistas, sobre Michael Phelps. Es un ejemplo tan sonrojante que no lo publicarían ni en Cosmopolitan:

El muñeco de Baltimore

Michael Phelps no solo impacta por sus medallas, sino por su belleza. El nadador estadounidense vence a sus rivales en la piscina y derrite corazones con sus ojos negros, mirada retadora que intimidó a otros buenorros como el sudáfricano Chad Le Clos, su barba cerrada, su abdomen marcado y unos brazos fuertes y largos para ser estrechados por ellos para siempre. Sus participaciones en Juegos Olímpicos han robado la atención de los medios por la elegancia de su sonrisa al alcanzar oros y récords mundiales, más su capacidad de combinar su talento en la piscina con un arrollador sex-appeal

Sus 25 medallas olímpicas no serían posibles sin el apoyo de su esposa Nichole Johnson, quien ha sido clave para la estabilidad emocional de su esposo y para que compagine sus ganas de competir con las labores del hogar, más ahora que tienen un bebé de pocos meses de edad. Así, Phelps demuestra no solo ser un bombón, sino además un campeón en todos los aspectos de su vida.

Obviamente es un ejemplo algo burdo, pero ¿acaso no es diferente a lo que comúnmente leen en la prensa deportiva sobre Michael Phelps?, ¿leen cosas de este tipo en la prensa general sobre los atletas masculinos?.