Por Carlos Andrés Gallegos Valdez
Miles de mexicanos repitieron
durante años la doctrina del catecismo laico, y el dogma se convirtió en
realidad. Cuando un mexicano quiere escapar del presente, se refugia en un
pasado utópico, en la tierra de la leche y miel, llena de corridos, cartucheras
y adelitas. México recuerda de vez en tanto la Revolución, la prueba fehaciente
de un país que mira hacia atrás cuando los demás caminan hacia adelante.
La Revolución significa el
ideario de generaciones educadas en discursos políticos, televisión abierta y
libros de historia escolares. Las consecuencias son en su mayoría funestas:
maestros sindicalizados que protestan para mantener un empleo para el que no
están capacitados, manutención de empresas petroleras inoperantes e incapaces
de competir con el mundo globalizado, hordas de burócratas cuyo único servicio
público es cobrar el aguinaldo de fin de año, tierras ociosas y sin cultivar,
política basada en el parentesco y el pillaje, “gafapastas” anacrónicos que aún
debaten lo que Álvaro Obregón pudo realizar por México de haber conservado el
brazo que perdió en la batalla de Celaya, etcétera. Cada 20 de noviembre, miles
de niños, estudiantes de primaria educados por los videojuegos y el Internet, fungen sus papeles
revolucionarios en obras de teatro y danzas autóctonas que pretenden aferrarse
a un pasado cada vez más distante de la realidad.
Reúnes toda la motivación que tu
adormecido cerebro es capaz de acumular, predispones tus emociones de aspirar a
la “élite intelectual”, como un hombre renovado con sus efímeros propósitos de
año nuevo, cuando abres el periódico y lees una tediosa entrevista donde el
director de equis obra de teatro explica su puesta en escena de la ¡Revolución
Mexicana!. Ya bastante tenemos con estatuas conmemorativas, nombres de calles,
y acervo histórico de los Libros de Texto Gratuito, como para soportar tanta
ensoñación y “redención de nuestro pasado”, como si el mundo se detuviese en
1910. Los gobiernos piden “ayudar a la cultura” como si solicitaran caridad.
Quiero socorrer a la cultura, de verdad, pero ella no me deja.
La fotografía "pop" de la Revolución. |
Es triste repasar la historia y
saber que los temas de la Revolución los aprendiste mediante postales y poses
dramatizadas por literatos frustrados devenidos en historiadores. Te hablan de
Zapata, y te llega a la mente el lema “Tierra y Libertad” como si el campesino
morelense lo recitara en una ópera, con ademanes afectados y vista hundida en
la pared más lejana del teatro. O la
historia de Pancho Villa como un Robin Hood duranguense, con su eterno bigote y
sus “dos viejas a la orilla”. Madero es el Mahatma Gandhi nacional, sólo que el
“estadista” llamó a las armas por necesidad de abatir el cáncer porfirista y
fue cruelmente asesinado por el villano más malo y caricaturesco de la historia
mexicana, Victoriano Huerta, más unidimensional que una película de Vin Diesel,
el traidor por excelencia, al que sólo le falta ponerle un parche en el ojo y
una pata de palo para hacerlo más malévolo.
Con el desarrollo de las campañas
presidenciales, no faltará aquel candidato de izquierda que recuerde a Zapata
como el espíritu del campesino mexicano “ideal”, aquel que sufre cuando le
quitan sus semillas y sus tierras, es “tranzado” por los intermediarios y los
“pillos del PRIAN y el imperio norteamericano”, y viste de sombrero con calzones
de manta para preservar su “identidad” y sus “costumbres”, como señalan los
trasnochados intelectuales que jamás han arado la tierra. O el
candidato de derecha rescatando a Madero, el demócrata, el espíritu libre de
Coahuila, el terrateniente que sacrificó su vida por entregarle a México el
“sufragio efectivo no reelección (léase de corrido)”, ese derecho a elegir al representante de gobierno del cual el votante no sabe cómo se llama ni su
expediente delictivo, perdón, político, ese derecho que el partido “del cambio”
tiró a la basura con gobiernos defectuosos. O al candidato de “los poderes
fácticos”, reivindicando los “principios” de la Revolución, esa razón por la
cual gobernaron un país durante 70 años como un régimen corporativo y
repartieron el botín de todo un país a las familias leales, los zalameros y los
hijos de los jefes del partido.
La lucha armada de 1910, gran argumento para mantener a niños pegados al televisor. |
Lo más triste de todo es que la
Revolución no te dejará sólo, aunque quieras. Lo encontrarás en las más "elevadas" manifestaciones culturales del país, en los letreros de las calles, en
casi toda la pintura de la segunda mitad del siglo XX, en los políticos que presumen
la biblia sagrada de aquella época (la Constitución) pero no se saben los
artículos de la misma, en los discursos políticos, en el apartado “Novela de la
Revolución” de los cursos de literatura mexicana, en la música “autóctona” y en
los turistas que piensan que México es un país de enanos con bigote y bebedores
de tequila. Tendrás que convivir con ella, como lo has hecho todos los días de
tu vida. Y sigues esclavizada a ella, como lo demuestra el hecho de que el
autor de este ensayo siga escribiendo “revolución” con letra mayúscula, como si
fuese la encarnación de Dios.
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