Por Carlos Andrés
Gallegos Valdez
Sólo a los reclusos del manicomio, los que
detentan demasiado poder o los cándidos, les puede gustar el mundo en que
viven. Los demás imprecamos las hostilidades de nuestro entorno. Los políticos
son corruptos, los pobres y su miseria se incrementan, la brutalidad es el
alimento de muchas personas e instituciones, los bienes están muy mal
repartidos. El buzón de quejas sobre el mundo está repleto de cartas, pero los
departamentos que resuelven su lectura son pocos y están disgregados. Algunos
deciden inventarse mundos alternativos, ficciones de bondad, ambiciones del
querer que propongan honestidad a la sordidez de la realidad. Los llaman
utopías, palabra endilgada a los sueños imposibles de alcanzar.
Como el mundo está jodido desde
siglos atrás, varios filósofos y escritores pusieron por escrito sus proyectos
de regeneración. En su libro “Del Amanecer a la Decadencia”, el historiador de
la cultura Jacques Barzun resume las principales propuestas de tres escritores
utópicos del siglo XVII, Tomás Moro, Francis Bacon y Tomasso Campanella. El
primero fue el teólogo inglés que popularizó “utopía”, vocablo griego que
significa “ningún lugar”, como la palabra que describe los gobiernos ideales en
general, y la de su isla en particular. Francis Bacon retomó el mito de Platón
para crear una “Nueva Atlántida” y su ejemplar comunidad radicada en la isla de
Bensalem. Campanella, poeta italiano, implantó su sociedad perfecta lejos del
agua, en una “Ciudad del Sol”. Arquitectos cuyas maquetas esbozan sociedades
igualitarias, racionales, felices, (aunque
en ocasiones también restrictivas y autoritarias), sus ideas invitan al desafío de la
construcción pese a la antigüedad de los proyectos o la posible inviabilidad de
los materiales propuestos.
Mapa de Utopía, la isla de Tomás Moro |
Otro sueño de los utopistas es la
libertad de culto. Pese a basarse en éticas cristianas, estas sociedades
imaginarias tienen tolerancia a las otras religiones, según lo ve Barzun. Un
recordatorio ante grupos políticos que pretenden implantar morales y
educaciones religiosas a la fuerza en un sistema que se dice laico. Como esas
nuevas creaciones (Frente Humanista y Partido Encuentro Social) que intentarán
ganarse un lugar en el ya congestionado sistema de partidos de México.* Hablando de religión, que las mujeres puedan
ser sacerdotes en la Utopía de Tomás Moro resulta una idea revolucionaria
incluso ahora, en creencias fundamentadas en el patriarcado. Tommaso Campanella
avalaba que las mujeres fueran un bien común también. Pensar esto en una sociedad occidental mayoritariamente monógama
generaría bastantes muecas desaprobatorias hoy en día.
Tommaso Campanella, autor de "La Ciudad del Sol" |
El progreso mediante la ciencia es la apuesta
de Francis Bacon, uno de los principales consejeros del método científico y
padre del empirismo británico. En su “Nueva
Atlántida”, dibuja una sociedad feliz gracias al progreso científico, una
comunidad que funciona como un gran instituto de investigación. Aunque la ciencia es una actividad intelectual
que ha generado avances muy preciados a lo largo de la historia de la
civilización, conviene mantenerla al servicio del hombre y no a intereses
tecnócratas. Cuando los avances de la medicina se restringen al registro de
patentes que beneficien al capital privado, cuando al mapa genético de la
humanidad se le ponen canceles para explotar sus parcelas, en situaciones donde
el capital intelectual del científico se dirija a la destrucción del planeta o
el conocimiento científico sea logia masónica dirigida y manipulada por una
élite sabihonda y endogámica, alejada de la sociedad que financia su
mantenimiento con los impuestos, ahí es donde los utópicos deben levantar la
voz para que les regresen lo que es suyo. Y así, generar varios Bensalems donde
la ciencia sea algo sumamente grato.
Una propuesta interesante de
Campanella es organizar la ciudad como exposición de las artes y las ciencias. Así,
el ambiente urbano también sería pedagógico. Que las paredes no fueran simples murallas
de contención, sino pizarrones donde la gente recibiera lecciones. El que
escribe estas líneas vive en Guadalajara, una ciudad de muros descarapelados y
polvorientos en muchas colonias. Las grandes construcciones, si no están
manchadas o a punto de caerse, se atiborran de publicidad o de rejas
electrificadas. El arte callejero está desacreditado y la arquitectura de las
unidades habitacionales se construye en fotocopias, con modelos idénticos. Las
paredes de los pobres solo pueden enseñar cuarteaduras y precariedad, islotes
descartados por el inmenso océano de la urbe. Solo los edificios históricos
podrían impartir clases, pero cada vez se deterioran más en un entorno urbano
que las constriñe a la paradoja de una soledad en pleno epicentro de la ciudad.
Una planeación urbana que deje de esclavizarse por los autos y los camiones ruidosos,
más el rescate de espacios públicos podrían ayudar a recuperar nuestras
paredes, y a tener un público con tiempo para aprender de ellas.
Fuente: Barzun, Jacques. "Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de vida cultural en Occidente". Taurus, 2005.
*Sé que MORENA, el partido político de López Obrador, también mamará del presupuesto gubernamental. Como este asunto está fuera del tema del ensayo, sólo diré que el problema con los nuevos partidos no es tanto su número, si no el elevado mantenimiento que reciben del INE.