lunes, 14 de julio de 2014

Utopías

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

Sólo  a los reclusos del manicomio, los que detentan demasiado poder o los cándidos, les puede gustar el mundo en que viven. Los demás imprecamos las hostilidades de nuestro entorno. Los políticos son corruptos, los pobres y su miseria se incrementan, la brutalidad es el alimento de muchas personas e instituciones, los bienes están muy mal repartidos. El buzón de quejas sobre el mundo está repleto de cartas, pero los departamentos que resuelven su lectura son pocos y están disgregados. Algunos deciden inventarse mundos alternativos, ficciones de bondad, ambiciones del querer que propongan honestidad a la sordidez de la realidad. Los llaman utopías, palabra endilgada a los sueños imposibles de alcanzar.

Como el mundo está jodido desde siglos atrás, varios filósofos y escritores pusieron por escrito sus proyectos de regeneración. En su libro “Del Amanecer a la Decadencia”, el historiador de la cultura Jacques Barzun resume las principales propuestas de tres escritores utópicos del siglo XVII, Tomás Moro, Francis Bacon y Tomasso Campanella. El primero fue el teólogo inglés que popularizó “utopía”, vocablo griego que significa “ningún lugar”, como la palabra que describe los gobiernos ideales en general, y la de su isla en particular. Francis Bacon retomó el mito de Platón para crear una “Nueva Atlántida” y su ejemplar comunidad radicada en la isla de Bensalem. Campanella, poeta italiano, implantó su sociedad perfecta lejos del agua, en una “Ciudad del Sol”.  Arquitectos cuyas maquetas esbozan sociedades igualitarias, racionales, felices, (aunque en ocasiones también restrictivas y autoritarias), sus ideas invitan al desafío de la construcción pese a la antigüedad de los proyectos o la posible inviabilidad de los materiales propuestos.

Mapa de Utopía, la isla de Tomás Moro
Los tres utópicos coinciden en la desigualdad entre ricos y pobres como causa de los males sociales. Atacan la propiedad y piden que se compartan todos los bienes. Los utópicos ya eran comunistas antes de que Marx y Engels invitaran al proletariado a romper sus cadenas.  La reducción de las diferencias entre poseedores y desposeídos es una flama que aún ofrece calor a los utopistas de hoy. En un sistema económico globalizado que extiende la precariedad a los países periféricos, los países acaudalados se reúnen en clubes exclusivos para diseñar la remodelación de sus patios traseros, mientras las naciones empobrecidas reciben a los fiesteros para que hagan sus aquelarres y éstos les dejan mugre y manchas en las paredes. Desmantelar una estructura económica basada en el consumo y la especulación financiera en décimas de segundo resulta harto complicado en una actualidad que descarta el reparto de riqueza al considerarlo un regalo para viciosos. “Si son pobres, que trabajen”, “hago televisión para gente jodida que nunca saldrá de jodida”. Pero, en la profundidad de los anhelos, las personas exigen mayor seguridad social, educación libre y gratuita para los hijos, un trabajo estable que les deje un salario suficiente para cubrir sus requerimientos básicos de bienestar. En mi opinión, este sistema económico es incapaz de cubrir tales demandas. Solo una radical redistribución de los recursos equilibraría la balanza, y no tengo mucha confianza en el esquema actual del capitalismo para lograr ese reparto. Sin llegar al totalitarismo estatal y respetando las libertades individuales, la pobreza debe ser resuelta.

Otro sueño de los utopistas es la libertad de culto. Pese a basarse en éticas cristianas, estas sociedades imaginarias tienen tolerancia a las otras religiones, según lo ve Barzun. Un recordatorio ante grupos políticos que pretenden implantar morales y educaciones religiosas a la fuerza en un sistema que se dice laico. Como esas nuevas creaciones (Frente Humanista y Partido Encuentro Social) que intentarán ganarse un lugar en el ya congestionado sistema de partidos de México.*  Hablando de religión, que las mujeres puedan ser sacerdotes en la Utopía de Tomás Moro resulta una idea revolucionaria incluso ahora, en creencias fundamentadas en el patriarcado. Tommaso Campanella avalaba que las mujeres fueran un bien común también. Pensar esto en una sociedad occidental mayoritariamente monógama generaría bastantes muecas desaprobatorias hoy en día.

Tommaso Campanella, autor de "La Ciudad del Sol"
Tommaso Campanella propone que se trabaje cuatro horas al día, para crear prosperidad en toda la comunidad de Ciudad del Sol. La tecnificación de procesos antes destinados a las manos humanas y el incremento de los índices de desempleo por recortes presupuestales, abaratamiento de los salarios o aligeramiento burocrático, dejan cada vez a más personas desocupadas. En sociedades donde las personas trabajan dobles turnos y sin seguridad social, donde el comercio informal llega a un 60 por ciento como en México, una reducción de horarios podría ayudar a ampliar las posibilidades de trabajo. Así evitaría el estrés de muchos trabajadores “siempre delgados a causa del exceso de trabajo” y que los desempleados dejen ser “presa de indolencia, avaricia, mala salud, lascivia, usura y otros vicios”, parafraseando a Campanella en un fragmento rescatado por Jacques Barzun.

El progreso mediante la ciencia es la apuesta de Francis Bacon, uno de los principales consejeros del método científico y padre del empirismo británico.  En su “Nueva Atlántida”, dibuja una sociedad feliz gracias al progreso científico, una comunidad que funciona como un gran instituto de investigación.  Aunque la ciencia es una actividad intelectual que ha generado avances muy preciados a lo largo de la historia de la civilización, conviene mantenerla al servicio del hombre y no a intereses tecnócratas. Cuando los avances de la medicina se restringen al registro de patentes que beneficien al capital privado, cuando al mapa genético de la humanidad se le ponen canceles para explotar sus parcelas, en situaciones donde el capital intelectual del científico se dirija a la destrucción del planeta o el conocimiento científico sea logia masónica dirigida y manipulada por una élite sabihonda y endogámica, alejada de la sociedad que financia su mantenimiento con los impuestos, ahí es donde los utópicos deben levantar la voz para que les regresen lo que es suyo. Y así, generar varios Bensalems donde la ciencia sea algo sumamente grato.

Una propuesta interesante de Campanella es organizar la ciudad como exposición de las artes y las ciencias. Así, el ambiente urbano también sería pedagógico. Que las paredes no fueran simples murallas de contención, sino pizarrones donde la gente recibiera lecciones. El que escribe estas líneas vive en Guadalajara, una ciudad de muros descarapelados y polvorientos en muchas colonias. Las grandes construcciones, si no están manchadas o a punto de caerse, se atiborran de publicidad o de rejas electrificadas. El arte callejero está desacreditado y la arquitectura de las unidades habitacionales se construye en fotocopias, con modelos idénticos. Las paredes de los pobres solo pueden enseñar cuarteaduras y precariedad, islotes descartados por el inmenso océano de la urbe. Solo los edificios históricos podrían impartir clases, pero cada vez se deterioran más en un entorno urbano que las constriñe a la paradoja de una soledad en pleno epicentro de la ciudad. Una planeación urbana que deje de esclavizarse por los autos y los camiones ruidosos, más el rescate de espacios públicos podrían ayudar a recuperar nuestras paredes, y a tener un público con tiempo para aprender de ellas.

En una realidad donde los enfermos se mueren en las salas de espera, las embarazadas dan a luz en los patios de los hospitales, los convalecientes agonizan porque no tienen dinero que los resucite y el acceso de los remedios requieren expediente bancario en Suiza antes que seguro médico universal, faltan los hospitales públicos gratuitos soñados por Moro, Bacon y Campanella. En un mundo donde abundan los requiebros y las gambetas interpretativas de los leguleyos, bien haría falta suprimir la abogacía, como en las utopías del Siglo XVII (bueno, no iría tan lejos, hay algunos abogados que realmente defienden un estado de derecho). Para que el comercio sea justo, habría que aplicar reglamentaciones estatales justas, como soñaba Moro, muy a pesar de la esquizofrenia de tipos como esos locutores de radio americanos que abjuran contra los apóstatas del libre mercado. Muchas de las realidades concretas empezaron con imaginaciones inviables. Los utópicos del Siglo XVII podrán ser idealistas, excesivamente benévolos con el hombre, desconocedores de las complejidades que siempre resultan de solucionar problemas sociales, o algunos detalles de sus utopías sean extraños o desagradables (en los tres utópicos permean ciertas prácticas como la eugenesia o el esclavismo), pero sus imaginaciones han traspasado el imaginario cultural occidental y por lo tanto, aún tienen voz para darse a escuchar. Porque sus inquietudes, a 400 años de distancia, siguen siendo las nuestras.

Fuente: Barzun, Jacques. "Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de vida cultural en Occidente". Taurus, 2005.

*Sé que MORENA, el partido político de López Obrador, también mamará del presupuesto gubernamental. Como este asunto está fuera del tema del ensayo, sólo diré que el problema con los nuevos partidos no es tanto su número, si no el elevado mantenimiento que reciben del INE.