lunes, 14 de diciembre de 2015

Un amigo de alto rendimiento

Por Andrés Gallegos

I

“Estimado Felipe:

Disculpa por escribir esta carta con dos años y medio de retraso. Lamento que mi amistad contigo sea como los cometas, una estrella fugaz que se aparece cada periodo prolongado de tiempo. Mis buenos propósitos duran tanto como un recuerdo en la cabeza de Dory, la pez azul de Buscando a Nemo. Pero antes de que se me vuelva a olvidar, aprovecho para agradecerte por invitarme a tu fiesta de graduación.

Me dio mucho gusto verte con una felicidad tan erguida, que llegué a pensar si realmente tu lugar era como reportero en un medio de comunicación o en una duela de baloncesto. Cuando me presentaste a tu familia diciendo “este es el joven de quien les hablaba”, rememoraste mi graduación, en donde mi padre, un palo de escoba con patas, se puso a bailar (seguramente por algún embrujo) por primera vez desde su matrimonio hace más de 20 años. Eras un cántaro tan rebosante de sueños, que yo me empapé de ellos y calmaba mi sed mientras bebía, “si, eso es lo que VAMOS a llegar a ser”.  

Seguramente me dirás “muchas gracias, tocayo, fue muy importante que usted fuera a aquella fiesta”. Pero aún no sabes lo importante que esa invitación fue para mí. Cuando les comenté a mis padres que un muchacho llamado Felipe me pedía acompañarlo a su fiesta de graduación, ellos se entusiasmaron más que yo, quién no terminaba de creerlo. “Pero si no lo he frecuentado tantas veces como al Nava o al Gerard, ¿qué habrá visto él en mi para hacerme esa invitación?”. Me respondieron “eres un ejemplo para muchos, pero aún no te has percatado”, “¿ejemplo de qué?”, “de ser una buena persona, aunque eres tan acomplejado que apenas lo percibes. Ve a Ocotlán, ándale, mientras aprovechamos para limpiar tu mugrero de cuarto”.

Creo que una de las grandes cualidades de los amigos es que motivan a percatarte de tus propias virtudes. Con ellos, nos volvemos menos agrestes, solemnes, apáticos. En definitiva, menos culeros. No olvidaré que, motivado por esa invitación, dejé de lado los juicios fatalistas sobre mí mismo. Aprendí a ser agradecido con los que te brindan cariño, a abandonar el egoísmo que todo lo pide y nunca se ofrece. Fuiste muy gentil al pedirme que te acompañara, y espero que esa presencia mía, muchas veces distraída y perezosa,  haya sido estimulante para ti.

Dormí bien aquella noche. Perdona por no cumplir uno de tus sueños, que era despedirnos juntos en el programa de radio “Alto rendimiento”, hablando de deportes y esos temas que tanto nos gustan. Lástima que nuestra predicción de que a Gerardo Martino le iba a ir bien en el Barcelona fue fallida. El “Tata” nada más no dio el ancho (no es albur).

Con afecto: Andrés”.

II

¿Te acuerdas de esas pláticas futboleras?. Andábamos el Toño, tú y yo, hablando y hablando, con premura para que no se nos agotara el tiempo de plática, en voz alta para que la gente escuchara nuestro borlote. Empezaste diciendo que cómo veías a nuestras Chivas, y yo decía “de la chingada”, y nos reímos con esa risa lastimera y estruendosa que disfraza las miserias con bromas que intentan sujetar al optimismo de las greñas para que no se vaya. Después el Toño decía que los partidos de Chivas se volvían más aburridos, y que a los jugadores les faltaba corazón y entrega, y se tocaba el pecho como cerciorándose que el organismo de él si latía con fuerza, no como el de esos mercenarios sin sangre, que apestaban a muertos pero que nadie les había avisado. Después, yo te dije que el mejor partido que había visto en mi vida como aficionado chiva, era aquel 4-0 contra Boca Juniors. Y sonreímos de nuevo con aquellos pinches golazazazos del Bofo Bautista, que traía como perros a los defensores argentinos; con la cara de Abbondanzieri que nada más le faltó llorar aquella noche; del Chuy Corona que le sacó una pelota de gol al Chelo Delgado, y concordamos en que, pese a ser atlista, le agradecíamos aquellos dos grandes partidos que dio con Chivas.

Luego nos quejamos con amargura del pinche juguetito que es la Selección Nacional. Yo te acordaba de aquella misma Libertadores del 2005, y lamentaba con énfasis que, si el pendejo de LaVolpe nos hubiera dejado a los seleccionados de Chivas, y si la puta Confederaciones no se hubiese jugado al mismo tiempo, ese plantel si se andaba chingando al Sao Paulo en la gran final, porque nadie nos podía parar, y jugábamos el mejor futbol de Latinoamérica. Pero tuvimos que jugárnosla con el pendejo de Talavera, que se tragó dos de los tres goles de ese equipillo brasileño, el Paranaense, que no tenían nada y jugaban basura, pero nos echaron de la Copa en semifinales y ni modo, había que guardarse la ilusión para otro momento. De mi parte, no había gritado ningún gol de aquel Tri que según la prensa jugó un futbol maravilloso, para terminar como cuarto de ocho equipos, en un torneo molero de selecciones que de pronto pasó a ser como una segunda Copa del Mundo para los payasos de la prensa deportiva mexicana mediocre y matraquera.

Recordábamos momentos felices, y empezamos a enumerar a nuestros ídolos con premura, como si se nos fueran a olvidar si los dejábamos de recordar. Hablamos de Ramoncito Morales, que le pegaba a los tiros libres como Dios y mandaba unos centros chingones con la zurda, y que además de elegante era una gran persona. Nos acordamos de Ramón Ramírez y su juego creativo, el cual el pendejo de Salvador Martínez Garza lo vendió al América, y nuestro ídolo, incómodo y frustrado, decía defender los colores azulcremas como todo un profesional, pero lo decía de dientes para afuera, porque Ramón era chiva de corazón y jamás jugaría mejor que con nuestra camiseta. Del pinche Bofo intermitente, que cuando quería jugar era un crack, y que le estábamos agradecidos por siempre por aquel gol del título del 2006 contra Toluca. Del Manuel Sol que siempre se la rifó en la contención. Y hasta del Maza Rodríguez, ese troncazo que nos sacó dolores de cabeza al verlo jugar, pero al final le reconocimos su entrega y pundonor… hasta que se vendió por unos cuantos dólares para jugar con las wilas. Luego creo que yo mencioné Oswaldo Sánchez, y el Toño me dijo “no mames, ese jodido traidor que se quede en Santos, nos vendió por el puto dinero”, pero yo lo defendí, diciendo que el guardameta se la rifó con Chivas, y que después de todo, no podíamos recriminarle a alguien que vino procedente del América y se había formado en el Atlas. No sé si tú mencionaste Omar Bravo, y el Toño y yo decíamos que el mochiteco nos caía de la chingada, porque fallaba un montón de goles y además, como en la película de Matando Cabos, está bien pinche visco.

En otro momento te dije que yo ya estaba hasta la madre del dueño idiota que teníamos, y de su esposa Angélica, y que ya no iba al Omnilife como protesta por las continuas cagadas del vende-polvos, tantas que las Chivas tenían más aspecto de fosa séptica que de equipo de futbol. Acto seguido, usted me dijo “le voy a seguir la corriente, tocayo, ya la neta me hartaron las pinches Chivas”, y yo me reí incrédulo como diciendo “este cabrón es más chiva que su primo el Juanito Magallón, y más rojiblanco que el escudo, seguro lo dijo de broma”, pero usted me dijo “es en serio”, y renegaste del imbécil del Chapo Sánchez que no daba un puto pase correcto, del pecho frío de la Pina Arellano que se lesionaba cada dos minutos, del borracho de Marquito Fabián que nomás nos vendía espejitos, y del “Güero” Real, técnico sobrevalorado por la prensa que se cagó en la final de la Libertadores del 2010 con su juego medroso y sus espantosos cambios.

Y luego el Timby salía de algún lado y se ponía a hablar de lo chingón que era su América, y que las pinches Chivas apestosas se iban a ir a jugar contra los Leones Negros en el ascenso. Le decíamos que dejara de mamar con su pinche club sobrevalorado por Telerisa, y el presidente de Periodismo nada más se reía, mientras yo lo hacía para mis adentros al ratificar que él era americanista hasta en su anatomía, ya que tenía el cuello de Cuauhtémoc Blanco y la complexión robusta de Salvador Cabañas. Después aparecía el esperanzado patológico de Luis, y decía que arriba el Atlas aunque gane, y nosotros le respondíamos que cuando les iban a pagar a sus jugadores, antes de que TV Azteca comprara al equipo. Al mismo tiempo, se arrimaba Arturo Ramírez Gallo y nada más se reía y decía a todo “no mames” mientras improvisábamos chistoretes. Pero finalmente todos se tenían que ir a alguna parte, y yo les decía, “hay que vernos de nuevo”, y el Toño decía, “claro que sí tocayo”, y tú decías “cuando quieras”, y nos alejábamos mientras ondeábamos las palmas, y yo ya buscaba un baño porque tenía ganas de mear.