miércoles, 31 de octubre de 2012

Tratado sobre la bonditud hipster

O el pobre debut de Sin Filtro

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez
Televisa se salió con la suya. Redujo su promesa de abrir espacios críticos a la juventud en un ramillete de estereotipos. Las fresas, los pseudointelectuales, el grillo, el nerd de lentes grandes, el rollero, el mamón, todos formaron parte del espectáculo. Foro TV convirtió una de las tantas charlas hipster, de café y cigarros, en un programa semanal de 54 minutos. A eso se resume la respuesta del gigante mediático de América Latina a las demandas de pluralidad en medios de comunicación. Seis chicos “bien” naufragando en un océano de obviedades, lugares comunes, frases y poses hechas. Yo, como muchos televidentes, terminé fastidiado. Y Azcárraga Jean, desde su trono, celebra con vino y rosas. Sin Filtro no le puede hacer nada a nadie. Televisa ha triunfado otra vez.

El proyecto nació muerto y sin credibilidad. El caso de Antonio Attolini, quien dejó el movimiento #YoSoy132 (del que era cara visible) y acepto el espacio televisivo de Sin Filtro para criticar a Televisa “desde adentro”, es el ejemplo más claro. Bajo promesas vagas de libertad de expresión, Attolini y sus compañeros de emisión se embarcan en un laberinto cuyo Minotauro ha devorado presas mucho más grandes y guerreras. Azcárraga Jean, lamentablemente, se aprovechará de estudiantes que carecen de la inteligencia de Dédalo. Un ejemplo, si tanto presumes independencia y del poder de Internet, ¿Por qué no hacer el programa por este medio?. Lo que yo pienso es que buscan más la fama que la congruencia o la integridad intelectual. Las cámaras de televisión son los cantos de sirena que despistan al “rebelde” y “revolucionario”, y si a eso le agregas el ego y la soberbia, el caldo de cultivo solo engendrará más bacterias.
 
Pero la razón principal de este escrito radica en la ingenuidad de su autor. Aún con el escepticismo y la incredulidad ante el debut de Sin Filtro, pensé que la primera emisión podría tener algunos atisbos de calidad. La formación universitaria de sus jóvenes y un hipotético traslado efectivo a la práctica de los ideales ingenuos con los que se creó la emisión me condujeron a esa inferencia. Cuando vi el promocional de este programa, me temí lo peor, pero aduje ese pesimismo a los nervios e inexperiencia de sus participantes. Vi casi completo el primer programa, y como el protagonista del poema de Edgar Allan Poe ante el cuervo y su sombra en el dintel de la puerta, puedo gritar con horror: “Nunca más”.  Describo para ustedes las dolencias estomacales del alimento chatarra que ingerí.
 
Una escenografía digna de un KFC, apabullada por demasiados colores (parecidos al mejor sueño de Erno Rubik) y un montón de inscripciones del título del programa, era la carta de bienvenida a una sucesión de tropiezos. El moderador Genaro Lozano y sus compañeros dedicaron el primer bloque a responder agravios y acusaciones, hechas en su mayor parte por usuarios de las redes sociales. En suma, una serie de justificaciones que nadie solicitó, solo para salvar la imagen de los estudiantes que participan en Sin Filtro. Desde el primer momento, el tono fresa de algunos de sus participantes logró poner en estado de emergencia a mis tímpanos. Y cuando mencionaron que su tema sería la democratización de los medios, me pregunté, ¿qué eso no lo habían dicho antes, en otros lugares bajo otras denominaciones?. El formato, poco novedoso, se degeneró en una concatenación de interrupciones y gritos, donde el moderador no moderó nada y los participantes soltaron ocurrencias de los temas o se desviaban de los mismos. La opinología, en su versión especial juvenil.
Sin Filtro carece de estudiantes que realmente sean representantes de una juventud estudiosa, informada y crítica.  Con molestia recibí cada participación de Gisela Pérez de Acha, estudiante del ITAM mejor conocida como “EstoyHarta”.  Sus intervenciones eran condimentadas con frases repetidas hasta la epilepsia como “el estado falló”, excusa y explicación para sus naderías intelectuales. La muchacha siempre caía en contradicciones, ya que aceptaba que Televisa simulaba pluralidad con el ejercicio de Sin Filtro (¿y qué carajos hacía en Foro TV?). En un ejercicio de inusitada soberbia y en abierto frente contra lo que defendió cuando pertenecía al movimiento #YoSoy132 , Pérez sentenció: “no tengo interés en democratizar los medios mediante esta vía, sólo vengo a opinar sobre los temas que me interesan”. En otra contradicción, pide más voces para evitar la fusión entre verdad y poder en los medios de comunicación y luego dice que no hay que abrir espacio a todas las voces porque no todas las opiniones “son brillantes” (¿y cómo se mide la brillantez?, ¿cuáles son las inteligentes y pésimas opiniones?). Pero la joya de la corona fue el término nuevo que acuñó para la posteridad, la “bonditud”. Palabra inexistente, pero que Pérez de Acha puede decir con toda impunidad mientras el castellano se retuerce del dolor.  Con este vocablo, me queda claro que los “meros moles” de esta joven son las charlas de Starbucks televisadas para mero onanismo mental.
 
El caso de Antonio Attolini fue menos trágico, pero igualmente revelador. Defendiendo con fervor su congruencia, el ex integrante de #YoSoy132 se paso repitiendo datos sin sustentar debidamente las fuentes, sólo para apantallar a las audiencias (no se acordó del nombre de un libro de Trejo Delarbre y no citó las fuentes oficiales donde sacó los datos del número de canales y radiodifusoras de este país). Sus explicaciones sobre el espectro radioeléctrico y la concentración de medios eran reiterativas en ciertos puntos del debate, además de insuficientes (ok, el 80% de las radiodifusoras están en diez manos, pero ¿qué más?, ¿porqué esa concentración?, ¿cuáles son las comparaciones de este tema respecto a otros países? ). En un argumento que pudo agradecer con aplausos y vítores Hugo Chávez, calificó como “golpista” al canal de Venezuela RCTV, lo que alimenta las sospechas de varios críticos de aceptar implícitamente la conveniencia de un Estado interventor que ejerza la censura en los medios de comunicación. Y junto a Gisela Pérez de Acha, dedicó buena parte de la emisión a hablar sobre la veracidad del periodismo en base a artículos que escribieron medios como Proceso o MVS respecto a su persona. Algunos dicen que Attolini fue el mejor panelista de este programa, pero es como decir que en tierra de ciegos el tuerto es rey.
Los demás chicos no se salvan. Jorge Galván, un estudiante militante del PRI, soltó una frase que bien pudo firmar al pie de la letra cualquiera de los presentes: “vengo aquí a defender mis opiniones”, y “quizá” a generar propuestas. El mismo Galván sentenciaba que se confundían “conceptos técnicos, políticos” cuando se habló de pluralidad, pero jamás explicó cómo se debía abordar esos temas, además de insistir en el sesgo de las opiniones de Televisa. Aunque es difícil delimitar lo que significan conceptos como poder, veracidad, sesgo informativo, Estado o democracia para los especialistas en Ciencias Sociales, al menos se basan en los postulados de los expertos de la materia para abordarlos en la realidad concreta. En Sin Filtro, no se vio ese esclarecimiento. Marco Vinicio, por su parte, habló sobre un acceso universal a Internet para lograr una mejor democratización de los medios como una muletilla, sin explicar cómo será el modo de acceder a la conexión en red o las políticas para que los pueblos y comunidades más empobrecidos y sin instrucción tengan las computadoras o los medios para poseer esa panacea, que por sí sola no ejerce la total democracia. Al alabar la Ley de Medios de Argentina, se le olvidó que la Human Right Watch (Derechos Humanos) y la Sociedad Interamericana de Prensa se han pronunciado con grandes reservas y críticas a las “bondades” de esta ley.  Jorge Pérez, el “Astroboy”, no tuvo demasiadas intervenciones como para criticarlo, más allá de su sueño de hacer una cinta de video sexual. Y Daniela Higuera, estudiante del Tec de Monterrey, demostró muchos nervios e incapacidad para hilar dos frases coherentes, denotó poca preparación y nunca podía terminar una frase sin soltar una risa nerviosa, lo que comprobó que nunca tuvo idea de lo que se estaba hablando.
 
Luego de 54 minutos que pude emplear para rascarme la entrepierna o hacer mis tareas escolares, ratifico que el daño está hecho. Aunque es la primera emisión y pese a mi obstinación en que algo de Sin Filtro podrá cambiar, lo que pasó el domingo se presta más a una broma involuntaria que a un verdadero ejercicio democrático. El discurso hueco, la verborragia crónica y el tratamiento baladí de los temas solo pueden generar sopor y ganas de sintonizar una buena cinta porno en vez de este programa. Desacreditado por muchos sectores de la juventud, este espacio y su presencia en una empresa cuyo ropaje de abuelita esconde a un lobo feroz vuelve frágil su permanencia y recuerdo en los televidentes. Donde se presume apertura, sólo hay una falsa ilusión que se desvanece, entre poses hipsters y charlas de café y cigarros.