domingo, 22 de febrero de 2015

Reflexiones científicas

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

El movimiento “anti-vacunas” y su estupidez

Pese a la comprobación empírica de los beneficios de la vacunación en la salud de millones de personas, ciertos colectivos irracionales, alarmistas y fanáticos continúan asustando a la gente sobre supuestas maldiciones y pecados resultantes de ser vacunados.  Me ha tocado saber que en Guadalajara, algunos especialistas aprovechan la ignorancia de muchas personas y la torpeza de los medios de comunicación, incapaces de distinguir entre verdadera y falsa ciencia, para opinar en contra de la vacuna del virus del papiloma humano. En aras de la libertad de expresión, los activistas vacunafóbicos exigen ser escuchados, aunque sus argumentos sean falsos y afecten la salud pública de miles de personas, además de una mejor comprensión pública de la ciencia, que tanta falta hace en este país. Los anti-vacunas son un conglomerado de tendencias variopintas donde se pueden encontrar médicos que avergüenzan la profesión, fanáticos religiosos, seguidores de tendencias “new-age”, homeópatas, ministros cristianos y musulmanes o amantes de las teorías de la conspiración, entre otros.

El rechazo a las vacunas comenzó desde el mismo momento en que Edward Jenner logró encontrar la cura contra la epidemia de la viruela que acechó al continente europeo durante finales del siglo XVIII. Jenner logró identificar que la viruela de las vacas era benigna en los cuerpos humanos, y con este descubrimiento, inoculó a un niño de ocho años (en una decisión éticamente muy controvertida incluso ahora, pero que permitió salvar millones de vidas con el tiempo) con resultados positivos. No obstante, su trabajo fue rechazado por la Real Academia de Ciencias de Londres, además de generar enorme revuelo en la sociedad de la época (un doctor de la época hizo circular un panfleto con el dibujo de un niño con cabeza de buey, representando los efectos de la vacuna) y en la iglesia, con sacerdotes furibundos advirtiendo de la trasgresión a los designios divinos que eran las inyecciones. Por la época, ya con la vacuna disponible, un pueblo británico se negaba a inmunizarse contra la varicela, pero el sacristán del lugar, harto de tantos entierros, decidió que la vacunación no era más un pecado contra Dios y mandó a todos sus feligreses a inocularse. La evidencia empírica se había impuesto, y la viruela como epidemia se extinguió con el tiempo hasta ser una enfermedad controlada totalmente en 1980. Y sin embargo, durante la historia, en países como Estados Unidos se han dado protestas de hasta cientos de miles de personas contrarias a las vacunas.

Médicos vacunan contra el ébola en Guinea, África.
Sin embargo, el movimiento anti-vacunación no se molesta en revisar los avances científicos de la microbiología y la virología, además de sus resultados históricos, y se incrustan en los medios de comunicación en aras de un “equilibrio de posturas” mentiroso. Habría que recordar a los periodistas que presentar los “dos lados” de la noticia, o “todas las caras” de un acontecimiento, no significa dar espacio a charlatanes que desinformen sobre temas socialmente tan importantes como la salud pública, porque antes de cualquier “debate” existe la obligación de suministrar información veraz a las audiencias. Pero los medios de comunicación suelen despreciar el periodismo científico, actividad que actualmente desarrolla cualquier mercachifle o inexperto, para presentar notas amarillistas e insustanciales. Los anti-vacunas saben que el periodista que cubre ciencia suele deslumbrarse por la figura de autoridad y hablan como “doctores” o “expertos” en salud para arrogarse un crédito que en el ámbito científico jamás tendrán. Y también saben que el periodista suele distraerse por la nota “tremendista” o “escandalosa” que pueda enganchar a más lectores, en vez de acontecimientos científicos verdaderamente importantes, para implantar la duda y el temor en la gente iletrada en temas de salud.

En su libro “Mala Ciencia”, el médico y divulgador inglés Ben Goldacre hace mención a varios casos donde los activistas anti-vacunación han ocasionado temor, alarmismo y confusión en la sociedad, con los daños a la salud en consecuencia. Por ejemplo, en Inglaterra se rumoró que la vacuna contra la tos ferina provocaba daños neurológicos. Hace veinte años, los franceses pensaban que si se vacunaban contra la hepatitis B, podrían contraer esclerosis múltiple. Y un médico, llamado Andrew Wakefield, investigó una falsa asociación entre la vacuna triple vírica y el autismo en doce niños, una grosería que Goldacre cuenta en detalle en su obra. Existe un ejemplo más en el cual me quiero detener. Conozco personas que hubieran dado todo lo que tienen por haberse vacunado contra la poliomielitis desde niños, que tanto daño físico y emocional les causó en sus vidas. La polio es una infección que debilita el cuerpo hasta dejarlo paralítico en casos graves, con inmovilidad en el cuello y la espalda, dificultad para caminar y deformaciones en partes del cuerpo como los brazos. Pues en Nigeria, unos líderes religiosos se negaron a que la comunidad se vacunara contra esta enfermedad, ya que las inoculaciones eran parte de un complot estadounidense que buscaba propagar el sida y la infertilidad. Más o menos como ciertas argumentaciones de los negacionistas del VIH, otros charlatanes de los que se hablará luego.

Pese a la efectividad comprobada de la vacunación, que han erradicado epidemias antes mortíferas como el cólera, el sarampión o la tuberculosis, aún hay resistencias de varios grupos sociales en ser inoculados. De vez en cuando, los medios hablan de brotes de enfermedades que pueden ser curadas con vacunas, demostrando la vigencia de esta postura que no tiene razón de ser. Sería bueno que la prensa colabore en la divulgación de notas médicas más didácticas e interesantes, en vez de presentar publicidad encubierta como “información que cura” con la señora que da las noticias de la tarde en Televisa. Si los agentes anti-vacunación continúan existiendo, pese a su incapacidad por comprobar sus dichos empíricamente y con métodos científicos, es también por los miembros de la prensa, su desprecio por la información sobre ciencia y su ignorancia en tratar e informar sobre asuntos de importancia capital para la sociedad.

Fuente: Goldacre, Ben. “Mala ciencia”. Editorial Paidós, 2011.

Galileo, el católico que revolucionó la ciencia

Existe la visión histórica de que el matemático, físico y astrónomo italiano Galileo Galilei, fue condenado por una Inquisición Católica villana, idólatra y medieval que se oponía a la luz de la razón, la ciencia y la revolución que representaba el héroe italiano. Aceptar tal interpretación sería negarle a la historia la posibilidad del contexto. Más bien, Galileo Galilei fue un científico brillante, víctima de unas circunstancias nada propicias para implantar pacíficamente una visión revolucionaria del mundo físico.

Galileo estudió y creció en un contexto donde las ideas comenzaban a propagarse en abundancia. Existían dos visiones, la académica, la que enseñaba la filosofía natural de Aristóteles desde cientos de años atrás; y la que germinaba en la periferia de los círculos escolares, donde humanistas y traductores circulaban los textos de Platón, Pitágoras, las filosofías cabalísticas y neoplatónicas, pero sobretodo, los manuscritos de matemática experimental hechos por Arquímedes, en quien se fundamentó Galileo para formar un nuevo concepto de ciencia, basado en la matematización de los conceptos. Aristóteles, el filósofo que lo sabía todo y que nunca se equivocaba, tambaleó su figura de autoridad cuando Galileo refutó sus conceptos sobre el movimiento de los cuerpos. Pero eso no era lo único que caería del imperio aristotélico del saber.

Cuando Nicolás Copérnico propuso el heliocentrismo (los planetas girando en torno al sol) como un modelo explicativo más exacto a las órbitas circulares aristotélicas y sus cuerpos igualmente circulares y perfectos rodeando la Tierra, anterior centro del Universo, Galileo Galilei se mostró dispuesto a comprobar la verdad empírica de aquella teoría. Perfeccionando el telescopio, el italiano miró a los cielos y encontró satélites en Júpiter, montañas en la Luna, estrellas en la Vía Láctea y las fases de Venus (la parte del planeta que ilumina el Sol, similar a las fases lunares), además de otras pruebas concluyentes de que Copérnico tenía razón.  Con estos argumentos, Galileo se sintió en condiciones de defender el heliocentrismo presentándolo ante la autoridad papal, para que la religión pudiera sustentar sus creencias en base a una astronomía indiscutible.

Galileo ante la Inquisición, según cuadro de Robert-Fleury.
En el proceso de convencimiento a la Iglesia Católica, la divulgación representó un papel importante. Antes de que se convirtieran en expertos de su campito de conocimiento, con un lenguaje inentendible y especializado que solo los colegas entienden, los científicos como Galileo tenían la capacidad de hacerse entender con el vulgo, escribiendo de manera atractiva y comprensible sus conocimientos. Con este espíritu comunitario, de ser entendido por el mayor número de personas posible, Galileo Galilei criticó la interpretación de las Escrituras Bíblicas, defendió a Copérnico y presentó las evidencias a favor del heliocentrismo de tal manera que no pudieran ser refutadas de ningún modo. La diseminación de estos conocimientos, sin embargo, no provocó la renovación profunda de la Iglesia, como pretendía el italiano. Había fuerzas profundas al interior del catolicismo que terminaron por derribar el sueño de Galileo.

En 1632, Maffeo Berberini se convirtió en Papa con el nombre de Urbano VIII. Hombre considerado culto y abierto a la investigación científica, los hombres de ciencia en Italia, incluyendo Galileo Galilei, recibieron su nombramiento con optimismo. Motivado por este panorama, Galileo publicó los “Diálogos sobre los máximos sistemas”, una defensa de la nueva teoría de los cielos en forma de diálogo entre tres personajes, uno de ellos el aristotélico de mente cerrada Simplicio. Algunos eclesiásticos cercanos al Papa, simplistas como el personaje inventado por Galileo, interpretaron al aristotélico como una burla del Sumo Pontifice. Urbano VIII, el Papa en quien tanto confiaban Galileo y los otros científicos para renovar la Iglesia y defender la verdad del sistema heliocéntrico de Copérnico, sucumbió a las presiones de los grupos conservadores y mandó arrestar a Galileo, para hacerle el juicio famoso del “sin embargo, se mueve…”.

Los dominicos fueron los principales opositores a Galileo. Fieles al aristotelismo como su fe en Dios, se negaron a ver a través del telescopio de Galileo para mirar una realidad que les habría destruido años de saber escolástico. Algunos jesuitas, como el cardenal Ingoli, también eran contrarios a las ideas de Galileo. A ellos y al resto de la Iglesia, intentó convencer el italiano. Pero eran tiempos convulsos. Además, la religión y la ciencia no suelen llevarse muy bien, por lo que a veces es mejor que cada una vaya por su camino. Pero al final, la verdad empírica de Galileo se impuso, y con ella una nueva visión del hombre y el universo.

Fuente: Sánchez, António. “Galileo y la génesis de la ciencia moderna”. Artículo publicado en el libro de González García, Moisés. “Filosofía y Cultura”, Siglo XXI de España, 2003.

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