viernes, 20 de febrero de 2015

50 Sombras de Grey: Mi Visión

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

I

Cuando el libro “50 sombras de Grey”, de Erika Leonard James, salió al mercado, muchos detractores defenestraron el texto tachándolo de “porno para mamás”.  Al ver la película, considero que tal calificativo es injusto. Semejante somnífero menosprecia la sexualidad de las madres. Las aventuras sadomasoquistas de la estudiante Anastasia Steele con el millonario Christian Grey tienen la excitación sexual de una fosa séptica. Pobres mamás, que menosprecien su expresión sexual haciéndolas consumidoras modelo de esto, las vuelven frígidas sin necesidad de utilizar los tabúes religiosos o la ablación del clítoris.

Filme que deprime la libido, la película de Sam Taylor-Johnson utiliza el género erótico como canción de cuna. Los personajes son tan torpes en sostener una conversación interesante que el espectador espera las escenas de sexo como una retribución insuficiente a la escucha de tantas frases hechas. Los secundarios son insignificantes (por allí aparece Marcia Gay Harden en un cameo inservible). Dakota Johnson y Jamie Dornan solo están allí para enseñar el culo, porque las posibilidades interpretativas de los personajes del libro no motivan a rememorar las clases de actuación de ambos histriones. Un productor de telenovelas o un lector del “Sensacional de Traileros” pueden esbozar escenas de cama más picantes y calenturientas que los desabridos encuentros entre el millonario pervertido y la estudiante boba-virginal.  En síntesis, “50 sombras de Gray” es el milagro del psicoterapeuta que cura insomnes y garantía de despido para consejeros matrimoniales y sexólogos.

II

La cultura BDSM (Bondage Domination Sadism Masoquism) se puede equiparar a la escenificación de una obra de teatro. Existen dos personajes principales, el sádico sexual, el que siente satisfacción en infligir dolor, sufrimiento o humillación a otra persona mediante el sexo; y el masoquista sexual, quien tiene estímulos, fantasías y placer en ser golpeado, atado o torturado, con el fin de la excitación. La escenografía incluye cuerdas, esposas, látigos, y otros dispositivos con los cuáles el dominante puede ejercer su control sobre el sumiso.

Una posible respuesta para el éxito editorial del libro de James responde a la frecuencia  con que las personas se imaginan fantasías sadomasoquistas, esas imaginaciones que rara vez llevarán a la práctica por miedo al qué dirán. Alfred Kinsey, pionero en la investigación sobre la sexualidad, señala que el 26% de los hombres y el mismo porcentaje de las mujeres encontraron respuesta erótica limitada o frecuente en ser mordidos, una forma menor de dolor físico. Y aunque los practicantes de esta cultura sean una minoría (de un estudio en Australia que incluyó a 20 mil personas, solo 2.2% de los hombres y 1.3% de las mujeres admitían tener prácticas sadomasoquistas), los altos ingresos por taquilla que seguramente tendrá la película no solo responden a un mal gusto de los espectadores por el cine comercial o la expectación de los fanáticos literarios obsesionados por decir “el libro es menos peor que la película”, sino a una posible pulsión sexual sadomasoquista latente en muchas personas.

III

Una impronta de los malos escritores es el desarrollo de estereotipos y conductas reprobables en sus personajes. En una escena de la película, Christian Grey se entera que su conquista es una chica virginal y casta, y le dice a Anastasia “¿Dónde has estado?, estoy seguro que todos los hombres se te echan encima”. El macho alfa, extasiado ante el trofeo que tiene ante su alcance, “redirecciona” la relación y se la coge en el lecho de rosas para hacerla sentir amada. O dicho de otro modo, “malea” a su chica para prepararla en rituales más “experimentados”, como el sadomasoquismo.

Semejante desarrollo de acontecimientos abochornan a las feministas, con razón.  Pero eso no quiere decir que el personaje de Anastasia Steele sea una conspiración para mantener la dominación falocéntrica en las relaciones afectivas. La muchacha más bien es un reflejo de los sueños húmedos de cierto tipo de mujer moderna, clase media-alta. Princesas nunca besadas con colonia Channel, tan tímidas que no se atreven ni a pedir un lápiz cuando ven a su chico Armani enfrente, solo esperan el momento adecuado para entregarle su himen a un príncipe azul buenorro, con dinero, helicóptero privado y hoteles cinco estrellas.  Sin la suerte de ser tan esculturales e incólumes como Steele, la espectadora de “50 Sombras de Grey” se tendrá que conformar con aspirantes a fotógrafos latinos o dependientes de una ferretería.

IV

En el sadomasoquismo pueden intercambiarse los roles de dominante y sumiso (el llamado switch), pero por lo general,  sus actores no gustan de la versatilidad y se encasillan en roles de héroes y villanos como en las telenovelas. Y, hartos de la libertad agobiante del mundo real, los practicantes del BDSM no quieren tomar decisiones y deciden colocarse en sus muñecas los grilletes de la esclavitud.  En un estudio de Moser y Levitt de hace veinte años (citado en Shibley, 2006) se menciona que el 41% de los hombres y 40% de las mujeres prefieren ejercer el rol de sumisos, mientras que el 33% de los hombres y 28% de las mujeres eligen ser dominantes.

La preferencia por el masoquismo sexual podría deberse, según el psicólogo Roy Baumeister (1988), a un modo de escapar de tener conciencia de sí mismo. Como los alcohólicos y los que tienen alguna conducta compulsiva, los masoquistas se cansaron de decidir, de tener libre albedrío, de ensimismarse en las equivocaciones resultantes de una vida autónoma. Que otros los liberen de sus tensiones internas, tal vez con el golpe del látigo, los amos les enseñarán a tener la disciplina que no tienen en la vida real.

V

La película es una continua glorificación de la banalidad. Copas de vino caro se beben sin pudor durante el largometraje, siendo el perfecto afrodisiaco para la liberación de los cuerpos. Claro que si beben cerveza u otro alcohol corriente, la apariencia se autodestruye en el vómito y la virginidad corre riesgo de ser mancillada por borrachines latinos anclados en la “friend zone”. Ante la amenaza de que la chica pueda romper el contrato de la relación, se le motiva a dejar su “vochito” firme y aguantador por el resplandor de un carro último modelo. Y aunque a Christian Grey apenas lo veamos trabajar para sacar sus negocios adelante, sabemos que es millonario porque tiene como diez carros propios, aviones (y además pilotea tan bien que encanta), un ayudante y restaurantes.  Además es un gran filántropo, dona dinero a los pobres, los hambrientos y las instituciones educativas. Y es tan sensible que toca canciones tristes en el piano. Grey es el modelo soñado de Paco Rabanne, el hombre cuya perfección puede ser narrado en un slogan de un comercial a blanco y negro.

Películas como “50 sombras de Grey” se ven para que muy pronto se olviden. Estamos en una comida familiar y se aborta la charla del comedor, un buen modo de ahondar en la psicología de los personajes, para repetir el enésimo melodrama de la pareja Grey-Steele. Los escenarios siempre son oficinas, pistas de aterrizaje y habitaciones de hotel, como para remarcar la riqueza del sádico perturbado por sus cincuenta sombras. Para impedir que la pareja se fatigue en las conversaciones cara a cara, se desarrolla el romance en chats cibernéticos y contratos de negocios. Atiborremos el soundtrack de la película con canciones pop que las chicas puedan tararear. Finalmente, la señorita Steele termina por enamorarse del fastidio, y tan aburrida está que reproduce el esquema cliché del “pégame pero no me dejes”. Como buena parte de los fanáticos de “50 sombras de Grey”, lectores perezosos y masoquistas que llenan las salas de cine para sufrir la inverosimilitud y la chabacanería de sus personajes en la vida real.

VI

Como la ciencia suele tener miedo de que la vean como pervertida, raras veces estudia a profundidad la cultura BDSM. Los pocos estudios al respecto no suelen ser muy concluyentes, porque incluso llegan a contradecirse entre sí. Estudios señalan que los sadomasoquistas están igual de perturbados emocionalmente que Christian Grey, con sus problemas de excitación, traumas infantiles y su historial de abusos sexuales.  Pero otras investigaciones ponen paños calientes al asunto, asegurando que la cultura BDSM es sólo una práctica más, que apenas genera infelicidad, ansiedad o problemas de sexualidad respecto a prácticas más normales, además de que solo genera obsesiones y desajustas emocionales en personas con problemas psicológicos, no en parejas calenturientas que buscan diversificar su vida sexual.

En su libro “S=EX2: La Ciencia del Sexo”, el divulgador científico Pere Estupinyá realiza entrevistas a asiduos practicantes del sadomasoquismo. Los testimonios insisten en el carácter consensuado de su actividad, la cual interpretan como el alcance de un estado alterado de conciencia provocado por el dolor, que genera catarsis, bienestar y unión en la pareja. Y aunque parezca una opinión degenerada para las buenas conciencias, la ciencia suele recurrir a su sierva, la endocrinología, para darle la razón a los sadomasoquistas. Se reducen los niveles de cortisol (hormona del estrés) y aumenta la testosterona (hormona del deseo sexual) en las mujeres sumisas o masoquistas, y las parejas practicantes del BDSM presentan secreciones endocrinas que representan unión afectiva y relajación.

VII

Hollywood, estudiante huérfano de esfuerzo, recurre a los best-sellers como acordeón para pasar sus exámenes. Y si son parte de una saga de libros, mejor. Historias que se pueden contar en un ejemplar se alargan en varios tomos para que las taquillas recauden más dinero en futuras adaptaciones al cine. Fenómenos editoriales como “Crepúsculo” y “Juegos del Hambre” son las niñas mimadas de los productores de los grandes estudios y sus cadenas mundiales de distribución, asegurando una amplia base de fans y buenas cotizaciones en la industria del entretenimiento.


Erika Leonard James lo sabe y por eso escribió sus “50 Sombras de Grey” en una trilogía. Los nuevos escritores de literatura “fast-food” están obligados a ser prolíficos en sus limitaciones; que repitan sus diálogos deshilachados, que medio hilvanen situaciones dramáticas mal construidas, que construyan personajes repelentes y tontorrones, eso no importa, mientras las sagas literarias motiven a lucrar con los derechos de autor para el cine. La originalidad de las historias tampoco interesa, si la señora James pudo hacer fama y fortuna adaptando la historia de Crepúsculo en un formato erótico vanilla (expresión usada para describir la versión suave del sadomasoquismo), los otros escritores pueden tomarse licencias de donde sea, desde películas japonesas hasta divorcios. Seguramente se adaptarán al cine los otros dos libros de la trilogía de James (“50 sombras más oscuras” y “50 sombras liberadas”), el éxito en taquilla les respaldará. Y si la historia no pudiera extenderse más allá de un libro de 200 páginas, allí estará Peter Jackson para que la gallina de los huevos de oro produzca de tres en tres.

VIII

Las fronteras entre el dolor y el placer se difuminan, teniendo una relación bastante cercana entre ellas. Esa es la clave para intentar comprender la cultura BDSM. La ciencia siempre ha investigado el dolor y el placer como entidades separadas, y tampoco ha comparado las sensaciones entre sadomasoquistas y los que no practican tal actividad sexual, por lo que surgen hipótesis que tratan de responder la pregunta ¿el dolor puede generar placer?.  En el libro de Estupinyá, la investigadora Siri Leknes señala que las neuronas dopaminérgicas, relacionadas con el ansia y la motivación, comparte circuitos con los neurotransmisores que nos hacen sentir dolor, y dentro de una relación sadomasoquista, esto provoca el aumento del deseo sexual (p. 347). Semejante comportamiento, continúa Leknes, es parecido a las personas que comen chile, esos temerarios que siempre lloran y moquean cuando ingieren picante pero que disfrutan este sufrimiento alimenticio.

La psicología maneja la hipótesis de que el dolor puede eliminar otro dolor. Cuando más intenso es un dolor, mayor es el bienestar que se siente cuando desaparece. Se ha documentado que el dolor físico puede aliviar dolores mentales, debido a la concentración que reclama tal malestar cuando se presenta. Tampoco es cierto que los masoquistas sientan menos dolor, éste es evolutivo ya que acompaña al hombre desde su aparición en el mundo. Lo aprovechan para liberar tensiones internas. Con la práctica, el dolor puede ser atenuado para sustituirlo por el placer sexual.

Fuentes:

Estupinyá, Pere. "S=EX2: La ciencia del sexo". Editoral Debate, 2013.

Shibley, Jane y DeLamater John, "Sexualidad Humana". Editoral McGraw Hill. 2006.

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