Por Carlos Andrés Gallegos Valdez
I
Cuando el libro “50 sombras de
Grey”, de Erika Leonard James, salió al mercado, muchos detractores
defenestraron el texto tachándolo de “porno para mamás”. Al ver la película, considero que tal
calificativo es injusto. Semejante somnífero menosprecia la sexualidad de las
madres. Las aventuras sadomasoquistas de la estudiante Anastasia Steele con el
millonario Christian Grey tienen la excitación sexual de una fosa séptica.
Pobres mamás, que menosprecien su expresión sexual haciéndolas consumidoras
modelo de esto, las vuelven frígidas sin necesidad de utilizar los tabúes
religiosos o la ablación del clítoris.
Filme que deprime la libido, la
película de Sam Taylor-Johnson utiliza el género erótico como canción de cuna.
Los personajes son tan torpes en sostener una conversación interesante que el
espectador espera las escenas de sexo como una retribución insuficiente a la
escucha de tantas frases hechas. Los secundarios son insignificantes (por allí
aparece Marcia Gay Harden en un cameo inservible). Dakota Johnson y Jamie
Dornan solo están allí para enseñar el culo, porque las posibilidades
interpretativas de los personajes del libro no motivan a rememorar las clases
de actuación de ambos histriones. Un productor de telenovelas o un lector del
“Sensacional de Traileros” pueden esbozar escenas de cama más picantes y
calenturientas que los desabridos encuentros entre el millonario pervertido y
la estudiante boba-virginal. En
síntesis, “50 sombras de Gray” es el milagro del psicoterapeuta que cura
insomnes y garantía de despido para consejeros matrimoniales y sexólogos.
II
La cultura BDSM (Bondage
Domination Sadism Masoquism) se puede equiparar a la escenificación de una obra
de teatro. Existen dos personajes principales, el sádico sexual, el que siente
satisfacción en infligir dolor, sufrimiento o humillación a otra persona
mediante el sexo; y el masoquista sexual, quien tiene estímulos, fantasías y
placer en ser golpeado, atado o torturado, con el fin de la excitación. La
escenografía incluye cuerdas, esposas, látigos, y otros dispositivos con los
cuáles el dominante puede ejercer su control sobre el sumiso.
Una posible respuesta para el
éxito editorial del libro de James responde a la frecuencia con que las personas se imaginan fantasías
sadomasoquistas, esas imaginaciones que rara vez llevarán a la práctica por
miedo al qué dirán. Alfred Kinsey, pionero en la investigación sobre la
sexualidad, señala que el 26% de los hombres y el mismo porcentaje de las
mujeres encontraron respuesta erótica limitada o frecuente en ser mordidos, una
forma menor de dolor físico. Y aunque los practicantes de esta cultura sean una
minoría (de un estudio en Australia que incluyó a 20 mil personas, solo 2.2% de
los hombres y 1.3% de las mujeres admitían tener prácticas sadomasoquistas),
los altos ingresos por taquilla que seguramente tendrá la película no solo
responden a un mal gusto de los espectadores por el cine comercial o la expectación
de los fanáticos literarios obsesionados por decir “el libro es menos peor que
la película”, sino a una posible pulsión sexual sadomasoquista latente en
muchas personas.
III
Una impronta de los malos
escritores es el desarrollo de estereotipos y conductas reprobables en sus
personajes. En una escena de la película, Christian Grey se entera que su
conquista es una chica virginal y casta, y le dice a Anastasia “¿Dónde has
estado?, estoy seguro que todos los hombres se te echan encima”. El macho alfa,
extasiado ante el trofeo que tiene ante su alcance, “redirecciona” la relación
y se la coge en el lecho de rosas para hacerla sentir amada. O dicho de otro
modo, “malea” a su chica para prepararla en rituales más “experimentados”, como
el sadomasoquismo.
Semejante desarrollo de
acontecimientos abochornan a las feministas, con razón. Pero eso no quiere decir que el personaje de
Anastasia Steele sea una conspiración para mantener la dominación falocéntrica
en las relaciones afectivas. La muchacha más bien es un reflejo de los sueños
húmedos de cierto tipo de mujer moderna, clase media-alta. Princesas nunca
besadas con colonia Channel, tan tímidas que no se atreven ni a pedir un lápiz
cuando ven a su chico Armani enfrente, solo esperan el momento adecuado para entregarle
su himen a un príncipe azul buenorro, con dinero, helicóptero privado y hoteles
cinco estrellas. Sin la suerte de ser
tan esculturales e incólumes como Steele, la espectadora de “50 Sombras de
Grey” se tendrá que conformar con aspirantes a fotógrafos latinos o
dependientes de una ferretería.
IV
En el sadomasoquismo pueden
intercambiarse los roles de dominante y sumiso (el llamado switch), pero por lo
general, sus actores no gustan de la
versatilidad y se encasillan en roles de héroes y villanos como en las
telenovelas. Y, hartos de la libertad agobiante del mundo real, los
practicantes del BDSM no quieren tomar decisiones y deciden colocarse en sus
muñecas los grilletes de la esclavitud.
En un estudio de Moser y Levitt de hace veinte años (citado en Shibley,
2006) se menciona que el 41% de los hombres y 40% de las mujeres prefieren
ejercer el rol de sumisos, mientras que el 33% de los hombres y 28% de las
mujeres eligen ser dominantes.
La preferencia por el masoquismo
sexual podría deberse, según el psicólogo Roy Baumeister (1988), a un modo de
escapar de tener conciencia de sí mismo. Como los alcohólicos y los que tienen
alguna conducta compulsiva, los masoquistas se cansaron de decidir, de tener
libre albedrío, de ensimismarse en las equivocaciones resultantes de una vida
autónoma. Que otros los liberen de sus tensiones internas, tal vez con el golpe
del látigo, los amos les enseñarán a tener la disciplina que no tienen en
la vida real.
V
La película es una continua
glorificación de la banalidad. Copas de vino caro se beben sin pudor durante el
largometraje, siendo el perfecto afrodisiaco para la liberación de los cuerpos.
Claro que si beben cerveza u otro alcohol corriente, la apariencia se
autodestruye en el vómito y la virginidad corre riesgo de ser mancillada por
borrachines latinos anclados en la “friend zone”. Ante la amenaza de que la
chica pueda romper el contrato de la relación, se le motiva a dejar su
“vochito” firme y aguantador por el resplandor de un carro último modelo. Y
aunque a Christian Grey apenas lo veamos trabajar para sacar sus negocios
adelante, sabemos que es millonario porque tiene como diez carros propios,
aviones (y además pilotea tan bien que encanta), un ayudante y restaurantes. Además es un gran filántropo, dona dinero a
los pobres, los hambrientos y las instituciones educativas. Y es tan sensible
que toca canciones tristes en el piano. Grey es el modelo soñado de Paco
Rabanne, el hombre cuya perfección puede ser narrado en un slogan de un
comercial a blanco y negro.
Películas como “50 sombras de
Grey” se ven para que muy pronto se olviden. Estamos en una comida familiar y se
aborta la charla del comedor, un buen modo de ahondar en la psicología de los
personajes, para repetir el enésimo melodrama de la pareja Grey-Steele. Los
escenarios siempre son oficinas, pistas de aterrizaje y habitaciones de hotel,
como para remarcar la riqueza del sádico perturbado por sus cincuenta sombras.
Para impedir que la pareja se fatigue en las conversaciones cara a cara, se
desarrolla el romance en chats cibernéticos y contratos de negocios. Atiborremos
el soundtrack de la película con canciones pop que las chicas puedan tararear. Finalmente,
la señorita Steele termina por enamorarse del fastidio, y tan aburrida está que
reproduce el esquema cliché del “pégame pero no me dejes”. Como buena
parte de los fanáticos de “50 sombras de Grey”, lectores perezosos y
masoquistas que llenan las salas de cine para sufrir la inverosimilitud y la
chabacanería de sus personajes en la vida real.
VI
Como la ciencia suele tener miedo
de que la vean como pervertida, raras veces estudia a profundidad la cultura
BDSM. Los pocos estudios al respecto no suelen ser muy concluyentes, porque
incluso llegan a contradecirse entre sí. Estudios señalan que los
sadomasoquistas están igual de perturbados emocionalmente que Christian Grey,
con sus problemas de excitación, traumas infantiles y su historial de abusos
sexuales. Pero otras investigaciones
ponen paños calientes al asunto, asegurando que la cultura BDSM es sólo una
práctica más, que apenas genera infelicidad, ansiedad o problemas de sexualidad
respecto a prácticas más normales, además de que solo genera obsesiones y
desajustas emocionales en personas con problemas psicológicos, no en parejas
calenturientas que buscan diversificar su vida sexual.
En su libro “S=EX2: La Ciencia
del Sexo”, el divulgador científico Pere Estupinyá realiza entrevistas a
asiduos practicantes del sadomasoquismo. Los testimonios insisten en el
carácter consensuado de su actividad, la cual interpretan como el alcance de un
estado alterado de conciencia provocado por el dolor, que genera catarsis,
bienestar y unión en la pareja. Y aunque parezca una opinión degenerada para
las buenas conciencias, la ciencia suele recurrir a su sierva, la
endocrinología, para darle la razón a los sadomasoquistas. Se reducen los
niveles de cortisol (hormona del estrés) y aumenta la testosterona (hormona del
deseo sexual) en las mujeres sumisas o masoquistas, y las parejas practicantes
del BDSM presentan secreciones endocrinas que representan unión afectiva y relajación.
VII
Hollywood, estudiante huérfano de
esfuerzo, recurre a los best-sellers como acordeón para pasar sus exámenes. Y
si son parte de una saga de libros, mejor. Historias que se pueden contar en un
ejemplar se alargan en varios tomos para que las taquillas recauden más dinero en
futuras adaptaciones al cine. Fenómenos editoriales como “Crepúsculo” y “Juegos
del Hambre” son las niñas mimadas de los productores de los grandes estudios y
sus cadenas mundiales de distribución, asegurando una amplia base de fans y
buenas cotizaciones en la industria del entretenimiento.
Erika Leonard James lo sabe y por
eso escribió sus “50 Sombras de Grey” en una trilogía. Los nuevos escritores de
literatura “fast-food” están obligados a ser prolíficos en sus limitaciones;
que repitan sus diálogos deshilachados, que medio hilvanen situaciones
dramáticas mal construidas, que construyan personajes repelentes y tontorrones,
eso no importa, mientras las sagas literarias motiven a lucrar con los derechos
de autor para el cine. La originalidad de las historias tampoco interesa, si la
señora James pudo hacer fama y fortuna adaptando la historia de Crepúsculo en
un formato erótico vanilla (expresión
usada para describir la versión suave del sadomasoquismo), los otros escritores
pueden tomarse licencias de donde sea, desde películas japonesas hasta
divorcios. Seguramente se adaptarán al cine los otros dos libros de la trilogía
de James (“50 sombras más oscuras” y “50 sombras liberadas”), el éxito en
taquilla les respaldará. Y si la historia no pudiera extenderse más allá de un
libro de 200 páginas, allí estará Peter Jackson para que la gallina de los
huevos de oro produzca de tres en tres.
VIII
Las fronteras entre el dolor y el
placer se difuminan, teniendo una relación bastante cercana entre ellas. Esa es
la clave para intentar comprender la cultura BDSM. La ciencia siempre ha
investigado el dolor y el placer como entidades separadas, y tampoco ha
comparado las sensaciones entre sadomasoquistas y los que no practican tal
actividad sexual, por lo que surgen hipótesis que tratan de responder la
pregunta ¿el dolor puede generar placer?. En el libro de Estupinyá, la investigadora
Siri Leknes señala que las neuronas dopaminérgicas, relacionadas con el ansia y
la motivación, comparte circuitos con los neurotransmisores que nos hacen
sentir dolor, y dentro de una relación sadomasoquista, esto provoca el aumento
del deseo sexual (p. 347). Semejante comportamiento, continúa Leknes, es
parecido a las personas que comen chile, esos temerarios que siempre lloran y
moquean cuando ingieren picante pero que disfrutan este sufrimiento
alimenticio.
La psicología maneja la hipótesis
de que el dolor puede eliminar otro dolor. Cuando más intenso es un dolor,
mayor es el bienestar que se siente cuando desaparece. Se ha documentado que el
dolor físico puede aliviar dolores mentales, debido a la concentración que
reclama tal malestar cuando se presenta. Tampoco es cierto que los masoquistas
sientan menos dolor, éste es evolutivo ya que acompaña al hombre desde su
aparición en el mundo. Lo aprovechan para liberar tensiones internas.
Con la práctica, el dolor puede ser atenuado para sustituirlo por el placer
sexual.
Fuentes:
Estupinyá, Pere. "S=EX2: La ciencia del sexo". Editoral Debate, 2013.
Shibley, Jane y DeLamater John, "Sexualidad Humana". Editoral McGraw Hill. 2006.
Fuentes:
Estupinyá, Pere. "S=EX2: La ciencia del sexo". Editoral Debate, 2013.
Shibley, Jane y DeLamater John, "Sexualidad Humana". Editoral McGraw Hill. 2006.
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