lunes, 16 de febrero de 2015

Reflexiones cinéfilas

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

El verdadero Harvey Milk

En los nuevos tiempos del Hollywood políticamente correcto, los mismos señores que proscribían homosexuales ahora reconocen a los luchadores sociales a favor de los derechos gay con biopics sobre sus vidas. Gus Van Sant presentó en 2008 su película “Milk”, que le valió a Sean Penn un Óscar como mejor actor. La historia de Harvey Milk, el primer homosexual que ocupó un cargo público en San Francisco, está bien filmada, con un guión didáctico que delinea la personalidad, el liderazgo y la magnitud de la lucha que peleaba el activista estadounidense.  No obstante, la película no termina por hilvanar la verdadera importancia de Harvey Milk, cuya influencia aún persiste en las comunidades gay de la actualidad. Manuel Castells, en su segundo volumen de La Era de la Información titulado El Poder de la Identidad, explica muy bien la figura de Milk y en el sociólogo español me basé para la información de los siguientes párrafos.

Perseguidos y estigmatizados por una brutal homofobia, defensora del sueño americano de la familia nuclear que heredó la mentalidad siempre puritana de los peregrinos, los gay emprendieron su particular fiebre de oro y migraron a San Francisco. La ciudad de California representó un refugio para los homosexuales, pero también una oportunidad de reafirmar la identidad sexual mediante la organización activa. Desterrados de las instituciones heterosexuales como la marina y reprimidos por los santurrones católicos, millones de jóvenes solitarios comenzaron a hacerse amigos, muchos eligieron ser homosexuales y descubrieron la fuerza de la unión. Se apoyaron tanto entre sí que decidieron vivir en los mismos barrios, beber en los mismos bares y crear una misma cultura, con el apoyo de otros repudiados como los “beatniks” y sus escritores vagabundos. Con el apogeo de la lucha estudiantil de los sesenta y su énfasis en la liberación sexual, más homosexuales vieron en San Francisco su particular Disneylandia. Los gays, juntos, buscaron espacios cerrados de apoyo y protección, como Castro, un distrito de obreros arruinados que dieron paso a la prosperidad gay de emprendedores como Harvey Milk.

Milk comandando una protesta contra la Iniciativa Briggs
El ex-analista financiero recordó sus habilidades en economía y motivó a los gays “a comprar gay”. Posible génesis de las actuales zonas diversas que se encuentran en las grandes ciudades, la idea de Milk sembró la semilla de una acción política que diera relevancia a los derechos de los homosexuales y las lesbianas. Unidos y en buen número, los gays ya podían decidir elecciones e imponer agendas. Cuando un candidato a gobernar San Francisco, George Moscone, se agenció el apoyo de Harvey Milk, consiguió ganar la alcaldía. Siempre con un discurso que ofrecer y una presencia que ya no era posible ignorar, los gays de San Francisco le dijeron no a una propuesta (la Iniciativa Briggs) para excluir a los homosexuales de la enseñanza pública en el estado de California. En 1978, un resentido de la “desviación sexual” mató a Harvey Milk. Pero unas balas ya no podían detener a una fortalecida comunidad homosexual.

Cuando el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH o Sida) apareció, el castigo divino a Sodoma y Gomorra parecía repetirse. Los maricones eran los culpables, Dios los quiere ver muertos, Dios los aborrece por sus pecados contra la vida y la decencia. Los católicos, conservadores y homofóbicos  encontraron que la realidad daba la razón a sus prejuicios. En vez de alegar semejantes acusaciones con virulencia, la comunidad gay de San Francisco respondió con medidas preventivas de salud pública, campañas informativas, cuidado de los enfermos, reducción de los riesgos y difusión de los mejores conocimientos disponibles sobre el VIH.  Los homosexuales contribuyeron a la lucha contra el Sida con sensatez y con la verdad: el VIH no es una enfermedad de maricones y sodomitas, es un virus que todos pueden contraer sin importar sus preferencias sexuales. Y luchando de esta manera, cambiaron los prejuicios culturales y salvaron millones de vidas. Sin el ejemplo de organización y valentía de Harvey Milk, ganar la batalla podría haber sido más difícil.

Ahora los gays que se conocieron durante la época de Harvey Milk quieren formar familias estables. Poco a poco, en San Francisco y otras ciudades como el Distrito Federal, las leyes reconocen el derecho de personas del mismo sexo a casarse y tener hijos. El reconocimiento de todas las preferencias sexuales comienza a cristalizarse en una igualdad jurídica de derechos que poco a poco saca del ostracismo y la vergüenza a miles de miembros de la comunidad LGBT en general. En todo esto tuvo que ver el protagonista de la película de Van Sant y sus compañeros activistas, como Cleve Jones, interpretado por Emile Hirsch; Scott Smith, actuado por James Franco; o la luchadora social lesbiana Anne Kronenberg, personificada por Alison Pill.  Como bien dice Manuel Castells, “si esta diversidad puede expresarse dentro de un movimiento más amplio que permite a la gente la libertad de elegir a quién amar, en contradicción con la norma heterosexual, es debido a que Harvey Milk y otros pioneros construyeron una vez una comuna libre en el Oeste” (p. 246).

Fiebre de Óscar para Iñárritu

En México, los periodistas de espectáculos se envuelven en la bandera, se pintan la cara y fomentan un mensaje alegre pero pernicioso: si Alejandro Gonzalez Iñárritu gana el Óscar como mejor director, será un triunfo para México. El trasatlántico de porristas con micrófono, envalentonados por el éxito de Alfonso Cuarón en la ceremonia del año pasado, se ufana en presumir el talento mexicano y la “buena” escuela cinematográfica nacional, pero como el Titanic, pronto el iceberg los hundirá en el océano.

Tanto González Iñárritu como Cuarón son garbanzos de a libra, gente que se formó de un nombre en los estudios independientes de Hollywood, amparados por los recursos de los grandes estudios. Por supuesto que ambos tuvieron que construir su reputación en México, con películas como “Amores Perros” o “Solo con tu pareja”, pero es indudable que no tendrían la fama y el prestigio que atesoran si no hubieran tomado la decisión de emigrar al extranjero. En el caso del “Negro”, trabajos interesantes pero a veces complacientes con la visión norteamericana del multiculturalismo, como “Babel”, o tendientes al melodrama, como “21 gramos”, le han generado una merecida reputación entre los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Cuarón e Iñárritu son trabajadores tenaces y habilidosos de la división artística de una industria cinematográfica con el mayor poder de distribución y posicionamiento mediático del mundo. No pertenecen ya a un inexistente “cine nacional” ni sus premios son “orgullosamente mexicanos”.

No he visto “Birdman”, así que no puedo juzgar si la película es merecedora de sus nueve nominaciones a los Óscar. Pero en todo caso, los periodistas no se molestarán en explicar los atributos cinematográficos del filme que estelariza Michael Keaton y se pondrán a hacer la ola o a ondear la bandera mientras esperan el sobre que anuncie el premio a Mejor Director. Y si no es así, siempre quedarán los vestidos de las actrices de moda. Las ceremonias donde se entregan premios son pretextos para rellenar quinielas y fabricar dramas competitivos al estilo del deporte. Las bromas a Leonardo DiCaprio por no ganar el Premio de la Academia son bastante elocuentes al respecto.


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