Por Carlos Andrés
Gallegos Valdez
El verdadero Harvey Milk

Perseguidos y estigmatizados por
una brutal homofobia, defensora del sueño americano de la familia nuclear que
heredó la mentalidad siempre puritana de los peregrinos, los gay emprendieron
su particular fiebre de oro y migraron a San Francisco. La ciudad de California
representó un refugio para los homosexuales, pero también una oportunidad de
reafirmar la identidad sexual mediante la organización activa. Desterrados de
las instituciones heterosexuales como la marina y reprimidos por los
santurrones católicos, millones de jóvenes solitarios comenzaron a hacerse
amigos, muchos eligieron ser homosexuales y descubrieron la fuerza de la unión.
Se apoyaron tanto entre sí que decidieron vivir en los mismos barrios, beber en
los mismos bares y crear una misma cultura, con el apoyo de otros repudiados
como los “beatniks” y sus escritores vagabundos. Con el apogeo de la lucha
estudiantil de los sesenta y su énfasis en la liberación sexual, más
homosexuales vieron en San Francisco su particular Disneylandia. Los gays,
juntos, buscaron espacios cerrados de apoyo y protección, como Castro, un
distrito de obreros arruinados que dieron paso a la prosperidad gay de
emprendedores como Harvey Milk.
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Milk comandando una protesta contra la Iniciativa Briggs |
El ex-analista financiero recordó
sus habilidades en economía y motivó a los gays “a comprar gay”. Posible
génesis de las actuales zonas diversas que se encuentran en las grandes
ciudades, la idea de Milk sembró la semilla de una acción política que diera
relevancia a los derechos de los homosexuales y las lesbianas. Unidos y en buen
número, los gays ya podían decidir elecciones e imponer agendas. Cuando un
candidato a gobernar San Francisco, George Moscone, se agenció el apoyo de
Harvey Milk, consiguió ganar la alcaldía. Siempre con un discurso que ofrecer y
una presencia que ya no era posible ignorar, los gays de San Francisco le
dijeron no a una propuesta (la Iniciativa Briggs) para excluir a los homosexuales de la enseñanza
pública en el estado de California. En 1978, un resentido de la “desviación sexual” mató a Harvey Milk.
Pero unas balas ya no podían detener a una fortalecida comunidad homosexual.
Cuando el Virus de
Inmunodeficiencia Humana (VIH o Sida) apareció, el castigo divino a Sodoma y
Gomorra parecía repetirse. Los maricones eran los culpables, Dios los quiere
ver muertos, Dios los aborrece por sus pecados contra la vida y la decencia. Los
católicos, conservadores y homofóbicos
encontraron que la realidad daba la razón a sus prejuicios. En vez de alegar
semejantes acusaciones con virulencia, la comunidad gay de San Francisco
respondió con medidas preventivas de salud pública, campañas informativas,
cuidado de los enfermos, reducción de los riesgos y difusión de los mejores
conocimientos disponibles sobre el VIH. Los
homosexuales contribuyeron a la lucha contra el Sida con sensatez y con la
verdad: el VIH no es una enfermedad de maricones y sodomitas, es un virus que
todos pueden contraer sin importar sus preferencias sexuales. Y luchando de
esta manera, cambiaron los prejuicios culturales y salvaron millones de vidas.
Sin el ejemplo de organización y valentía de Harvey Milk, ganar la batalla
podría haber sido más difícil.
Ahora los gays que se conocieron
durante la época de Harvey Milk quieren formar familias estables. Poco a poco,
en San Francisco y otras ciudades como el Distrito Federal, las leyes reconocen
el derecho de personas del mismo sexo a casarse y tener hijos. El
reconocimiento de todas las preferencias sexuales comienza a cristalizarse en
una igualdad jurídica de derechos que poco a poco saca del ostracismo y la
vergüenza a miles de miembros de la comunidad LGBT en general. En todo esto
tuvo que ver el protagonista de la película de Van Sant y sus compañeros
activistas, como Cleve Jones, interpretado por Emile Hirsch; Scott Smith,
actuado por James Franco; o la luchadora social lesbiana Anne Kronenberg,
personificada por Alison Pill. Como bien
dice Manuel Castells, “si esta diversidad puede expresarse dentro de un
movimiento más amplio que permite a la gente la libertad de elegir a quién
amar, en contradicción con la norma heterosexual, es debido a que Harvey Milk y
otros pioneros construyeron una vez una comuna libre en el Oeste” (p. 246).
Fiebre de Óscar para
Iñárritu
En México, los periodistas de espectáculos
se envuelven en la bandera, se pintan la cara y fomentan un mensaje alegre pero
pernicioso: si Alejandro Gonzalez Iñárritu gana el Óscar como mejor director,
será un triunfo para México. El trasatlántico de porristas con micrófono,
envalentonados por el éxito de Alfonso Cuarón en la ceremonia del año pasado,
se ufana en presumir el talento mexicano y la “buena” escuela cinematográfica
nacional, pero como el Titanic, pronto el iceberg los hundirá en el océano.

No he visto “Birdman”, así que no
puedo juzgar si la película es merecedora de sus nueve nominaciones a los Óscar. Pero
en todo caso, los periodistas no se molestarán en explicar los atributos
cinematográficos del filme que estelariza Michael Keaton y se pondrán a hacer la ola o a ondear la bandera mientras
esperan el sobre que anuncie el premio a Mejor Director. Y si no es así,
siempre quedarán los vestidos de las actrices de moda. Las ceremonias donde se
entregan premios son pretextos para rellenar quinielas y fabricar dramas
competitivos al estilo del deporte. Las bromas a Leonardo DiCaprio por no ganar
el Premio de la Academia son bastante elocuentes al respecto.
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