Crónica personal del sismo
Por Andrés Gallegos
Por Andrés Gallegos
I
A las 10:58 horas, el vuelo 121 de Aeroméxico salió del
aeropuerto de Guadalajara con destino a la Ciudad de México. Cumpliendo la
bitácora, el Boeing 747 arribó a la capital del país a las 12:25 horas.
Allí esperan a una persona. Empleados de una agencia de
viajes lo conducirán a Puebla, en un viaje por carretera de dos horas
aproximadamente. En las instalaciones de la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla (BUAP), se celebrará el Seminario Iberoamericano de Periodismo
Científico, Tecnológico y de Innovación, del 20 al 22 de septiembre.
- Bienvenido a la Ciudad de México. Si tenemos fortuna,
llegaremos a comer a Puebla. Allá ya están varios de los participantes del
seminario, y por supuesto, conocerá el hotel donde se va a hospedar. ¿Todo bien
durante su viaje? – pregunta una amable agente de viajes
- No, ningún problema – responde el pasajero recién
desempacado del avión
Minutos después, la tierra tembló, el suelo se resquebrajó,
y todo se volvió difuso…
II
Cuando sentí el temblor del 85, yo tenía 16 años e iba en el
Colegio del Aire. Éramos muy pendejos. Nos estábamos bañando y cuando el agua
se movía de un lado a otro y chocábamos con las paredes, nos reíamos y
decíamos, “que chingón se siente”. Pero dieron la orden de evacuar y casi
salimos todos encuerados, sin entender nada, todavía haciendo bromas.
Entendí la verdadera magnitud de la tragedia cuando salimos
a las calles a ayudar y veíamos a la gente dormir en la intemperie, llorando
por haberlo perdido todo, sacábamos personas de los escombros y el olor a
muerto era insoportable. Admiré el gran valor de los chilangos, mis respetos a
esos cabrones, solidarios y dispuestos a echar una mano. ¿Quieres un pueblo
capaz de sobrevivir a todo?, allí están los defeños.
Lo peor no fue el temblor principal, sino las réplicas.
Cuando percibía una de ellas, el miedo se apoderaba de mí y tuve que sacar
valor de donde ya no lo tenía. Pero hubo una noche que recuerdo con mucho
dolor. Casi después de una réplica, cayó un tormentón, y cuando observé el
sufrimiento de los damnificados, la terrible indefensión que percibí en sus
rostros, el cómo las gruesas gotas de lluvia se confundían con el llanto de
aquellas mejillas, y puse atención a los edificios derrumbados a mí alrededor,
me eché a llorar.
Espero que nunca vivas lo que yo viví en esos días, hijo.
Nadie puede explicar ni soportar tal desasosiego. Es feo… muy feo.
III
Por las vidas truncadas, por cada lágrima derramada.
Por el dolor y la pena inabarcables.
Por la desgracia que nos ha dejado en la nada,
te ofrezco solidaridad y ayuda inagotables.
Ninguna diferencia nos separará,
ningún temor nos dividirá.
ningún temor nos dividirá.
Es tiempo del perdón que nos curará
y de la mano que reparará.
Ensombrecidos estamos, y en sombras deambulamos,
sin entender las razones de este infortunio
sin entender las razones de este infortunio
Pero con esperanza y valor nos levantamos,
reconstruiremos cada casa y cada palacio
19 de septiembre maldito,
si no podemos borrarte del calendario,
que este sea el día bendito,
de la esperanza y el espíritu gregario
de la esperanza y el espíritu gregario
IV
... Pero en realidad, el vuelo se retrasó casi tres horas, y nunca
emprendí mi viaje a Puebla.
A las 10:58 horas, yo estaba tomando un chocolate pasando
unas grabaciones de un reportaje para su periódico, un poco molesto porque a
esa hora debía abrocharse el cinturón de mi asiento, el 23-A, junto a la
ventana
- Saldrá a las 12:00, está atrasado, le hicieron unas
modificaciones al avión – me dijeron
Deambulé con mi chayo-maleta regalada por la empresa Intel y
mi mochila de siete libros y una computadora desgastada que ya juega tiempos
extras. Hice el check-in, y miré las
tiendas y restaurantes ubicados en las salas de espera
- ¡Pinche comida está carísima!. No mames –hablé para mí
mismo, como fan de los soliloquios que soy, al ver que el precio de una
hamburguesa era de 150 pesos.
Tardé en encontrar la puerta 20, pero la encontré. Llegué 15
minutos antes.
- Disculpe señor, el avión todavía no ha llegado al
aeropuerto. Vuelva a las 12:40 – le dijo una empleada de Aeroméxico.
A la hora indicada, empezaron a pasar a los pasajeros a unos
camiones que los llevarían a abordar el avión.
- Por razones de tráfico aéreo, saldremos a la 1:30 de la
tarde – nos advirtió la empleada con una bocina defectuosa.
Ya en el avión, las sobrecargos explicaban cómo se deben
poner los cinturones y las máscaras de oxígeno en caso de una emergencia.
Alguien habla de un sismo en la Ciudad de México. “Debe ser
igual al de hace doce días”, pensé, “seguramente la ciudad volvió a resistir”.
Pero 10 minutos después, el capitán del vuelo 121 Aeroméxico
indica que el sismo suspendió los vuelos, por lo que no saldrán de Guadalajara
hasta nuevas órdenes.
Los pasajeros, preocupados, llaman a sus familias.
- ¡Estuvo fuerte el temblor, no mames, ya me dijeron!
- El aeropuerto está cerrado, no creo que salgamos hoy, mi
vida
- Chale, ya perdí la conexión de las cuatro
- ¿Podemos cambiar nuestros boletos? - En la operadora de Aeroméxico, señorita.
- ¡Tengan cuidado, no salgan!, me dicen que todo está muy
cabrón por allá.
- Para que los quieran quedarse en Guadalajara, vendrán
autobuses para llevarlos de nuevo al aeropuerto.
Whatsapp, Facebook y Twitter informan al instante de la
desgracia. Es un absurdo tener el celular en modo vuelo. Mientras tanto en el
avión, con un calor sofocante por el nulo aire acondicionado, ya llevamos casi
dos horas esperando las determinaciones del aeropuerto capitalino. Sabía ya que
el Seminario sería cancelado.
- Y yo que me quería desenfocar un poco del trabajo diario
del periódico, y que me ayudaran con mi tesis pendiente de Muy Interesante –
pensé resignado.
A las cuatro, se confirma que no habrá Seminario. El sismo
ha ocupado toda la atención. “Lo mejor es estar con nuestras familias y apoyar
a la comunidad”, leo uno de los mensajes del grupo de Whatsapp del evento en
Puebla.
Hay varios de los asistentes a ese evento que si vivieron lo
que yo no sentí. Estaban en México y en Puebla, ciudad donde perdieron la vida unas 30 personas por el terremoto. Terribles minutos deben de
estar pasando.
- Gracias a Dios que su vuelo se retrasó y no le tocó vivir
esto tan complicado – me manda decir por Whatsapp la agente de viajes que me
esperaba en Ciudad de México.
De nuevo en el aeropuerto de Guadalajara, varado como Tom
Hanks en La Terminal, no puedo evitar sentirme afortunado y soltar una lágrima.
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