jueves, 19 de abril de 2012

La Revolución Mexicana: Ensayo anti-patriota y blasfemo


Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

   Miles de mexicanos repitieron durante años la doctrina del catecismo laico, y el dogma se convirtió en realidad. Cuando un mexicano quiere escapar del presente, se refugia en un pasado utópico, en la tierra de la leche y miel, llena de corridos, cartucheras y adelitas. México recuerda de vez en tanto la Revolución, la prueba fehaciente de un país que mira hacia atrás cuando los demás caminan hacia adelante.

   La Revolución significa el ideario de generaciones educadas en discursos políticos, televisión abierta y libros de historia escolares. Las consecuencias son en su mayoría funestas: maestros sindicalizados que protestan para mantener un empleo para el que no están capacitados, manutención de empresas petroleras inoperantes e incapaces de competir con el mundo globalizado, hordas de burócratas cuyo único servicio público es cobrar el aguinaldo de fin de año, tierras ociosas y sin cultivar, política basada en el parentesco y el pillaje, “gafapastas” anacrónicos que aún debaten lo que Álvaro Obregón pudo realizar por México de haber conservado el brazo que perdió en la batalla de Celaya, etcétera. Cada 20 de noviembre, miles de niños, estudiantes de primaria educados por los videojuegos y el Internet, fungen sus papeles revolucionarios en obras de teatro y danzas autóctonas que pretenden aferrarse a un pasado cada vez más distante de la realidad.

   Reúnes toda la motivación que tu adormecido cerebro es capaz de acumular, predispones tus emociones de aspirar a la “élite intelectual”, como un hombre renovado con sus efímeros propósitos de año nuevo, cuando abres el periódico y lees una tediosa entrevista donde el director de equis obra de teatro explica su puesta en escena de la ¡Revolución Mexicana!. Ya bastante tenemos con estatuas conmemorativas, nombres de calles, y acervo histórico de los Libros de Texto Gratuito, como para soportar tanta ensoñación y “redención de nuestro pasado”, como si el mundo se detuviese en 1910. Los gobiernos piden “ayudar a la cultura” como si solicitaran caridad. Quiero socorrer a la cultura, de verdad, pero ella no me deja.

La fotografía "pop" de la Revolución.
   Es triste repasar la historia y saber que los temas de la Revolución los aprendiste mediante postales y poses dramatizadas por literatos frustrados devenidos en historiadores. Te hablan de Zapata, y te llega a la mente el lema “Tierra y Libertad” como si el campesino morelense lo recitara en una ópera, con ademanes afectados y vista hundida en la pared más lejana del teatro.  O la historia de Pancho Villa como un Robin Hood duranguense, con su eterno bigote y sus “dos viejas a la orilla”. Madero es el Mahatma Gandhi nacional, sólo que el “estadista” llamó a las armas por necesidad de abatir el cáncer porfirista y fue cruelmente asesinado por el villano más malo y caricaturesco de la historia mexicana, Victoriano Huerta, más unidimensional que una película de Vin Diesel, el traidor por excelencia, al que sólo le falta ponerle un parche en el ojo y una pata de palo para hacerlo más malévolo.

   Con el desarrollo de las campañas presidenciales, no faltará aquel candidato de izquierda que recuerde a Zapata como el espíritu del campesino mexicano “ideal”, aquel que sufre cuando le quitan sus semillas y sus tierras, es “tranzado” por los intermediarios y los “pillos del PRIAN y el imperio norteamericano”, y viste de sombrero con calzones de manta para preservar su “identidad” y sus “costumbres”, como señalan los trasnochados intelectuales que jamás han arado la tierra. O el candidato de derecha rescatando a Madero, el demócrata, el espíritu libre de Coahuila, el terrateniente que sacrificó su vida por entregarle a México el “sufragio efectivo no reelección (léase de corrido)”, ese derecho a elegir al representante de gobierno del cual el votante no sabe cómo se llama ni su expediente delictivo, perdón, político, ese derecho que el partido “del cambio” tiró a la basura con gobiernos defectuosos. O al candidato de “los poderes fácticos”, reivindicando los “principios” de la Revolución, esa razón por la cual gobernaron un país durante 70 años como un régimen corporativo y repartieron el botín de todo un país a las familias leales, los zalameros y los hijos de los jefes del partido.

La lucha armada de 1910, gran argumento para mantener a niños pegados al televisor.

   Lo más triste de todo es que la Revolución no te dejará sólo, aunque quieras. Lo encontrarás en las más "elevadas" manifestaciones culturales del país, en los letreros de las calles, en casi toda la pintura de la segunda mitad del siglo XX, en los políticos que presumen la biblia sagrada de aquella época (la Constitución) pero no se saben los artículos de la misma, en los discursos políticos, en el apartado “Novela de la Revolución” de los cursos de literatura mexicana, en la música “autóctona” y en los turistas que piensan que México es un país de enanos con bigote y bebedores de tequila. Tendrás que convivir con ella, como lo has hecho todos los días de tu vida. Y sigues esclavizada a ella, como lo demuestra el hecho de que el autor de este ensayo siga escribiendo “revolución” con letra mayúscula, como si fuese la encarnación de Dios.

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