lunes, 23 de abril de 2012

Conociendo a Totoro: Crónica desquiciada de un periodista en paro

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

   La semana pasada acudí al Rojo Café para ver la película de Hayao Miyazaki, “Mi vecino Totoro”. Para un hombre que no conoce más mundo que el enclavado en las cuatro paredes de su cuarto, esta clase de experiencias resultan ser extraordinarias. Tanto, que son tema para una crónica.

   Acudí al lugar con la devoción de un hipster, o un otaku amante de los Estudios Ghibli (compañía japonesa que hizo la película, equivalente a Disney en Estados Unidos). Me llamó mucho la atención las buenas críticas a Hayao Miyazaki, director de grandes obras animadas como “La Princesa Mononoke”, “Ponyo en el acantilado”, “El increíble castillo vagabundo” o “El viaje de Chihiro”. Nunca había visto una película del renombrado cineasta nipón, y pensé que era una buena oportunidad para hacerlo por primera vez. Las sensaciones finales son satisfactorias, pero de eso hablaré más adelante.


   Al llegar a Rojo Café, me senté en una mesa y pedí un chocolate, pero me lo trajeron media hora después, con una mesera naufragando en mesas desocupadas. En ese lapso de tiempo muerto, revisé un programa de eventos con las actividades culturales del recinto gastronómico. Me dio coraje saber que una de mis películas favoritas de siempre, “La Vida de Brian”, una comedia del grupo británico Monty Python, fue exhibida un 2 de abril. Lo malo de encerrarse en la casa y no salir ni para tomar aire. Absorto por tanta cultura, tomé un tríptico que parecía de pasta dura para disponer de un buen rato de lectura. Pero me percate a tiempo de que era la carta. Tan imbuido me encontraba en expandir mis horizontes culturales, que pensé en leer literatura clásica allí donde decía “Frapuccino, 60 pesos”.  

   El lugar donde se exhiben las películas no es más que un largo pasillo donde hay varias mesas para los comensales, además de un templete donde además de cine, se exhiben algunas obras de teatro. El gran conflicto de mostrar filmes en una cafetería es la necesidad de alargar el cuello como una jirafa, esperando que las teorías de Lamarck respecto a la herencia de los caracteres adquiridos se haga realidad contigo y puedas ser lo suficientemente alto para sortear las cabezas de enfrente, esas molestas barreras que te impiden ver a plenitud la película. Rojo Café también cuenta con unas sillas incómodas, perfectas para delinear generaciones de ancianos encorvados y jóvenes con achaques de viejos, además de precios prohibitivos para carteras de desempleados como yo.




    Hubo problemas con el equipo de video. Afortunadamente, se resolvieron adecuadamente. Pero el proceso previo es digno de destacar. Un proyector que tarda horas en presentar un recuadro moribundo en una pared, una computadora que mantiene una riña de incompatibilidades con el proyector, como si se cayesen gordos de antemano. Los encargados de poner la cinta, de pronto se ven rebasados por una tecnología que decide jubilarse repentinamente, y es obligada a trabajar con golpes, como un burro mostrenco. Finalmente, cuando al fin la imagen se dignó en aparecer, cual padre irresponsable que abandona por años a sus hijos, el sonido de la película decidió ponerse una mordaza en la boca. Los técnicos le devolvieron el habla a patadas, provocando un estruendo agudo y chirriante que duró varios segundos. Lo anterior logró una sordera temporal en los asistentes y que el sonido saliera de las bocinas como un vómito y un ronquido a la vez, sin ecualización y con saturación. Todo esto, hasta que el inicio de “Mi vecino Totoro” compuso del todo las cosas.

   Antes de la proyección de “Mi vecino Totoro”, se mostró un cortometraje llamado “Jacinta”. Narra la historia de una anciana que borda telas hasta que decide morir… bordando. En el proceso, se muestra la vida de varios ancianos, lo que genera en la obvia metáfora de la vejez como un proceso preparatorio hacia la muerte. La animación es sobria y se prescinde del diálogo para contarlo todo con imágenes. El corto es disfrutable si se prescinde del análisis “hipsteriano” de los símbolos visuales y los planos cinematográficos. Hay más honestidad en un tipo que devora palomitas mientras se emociona al escuchar la enésima explosión de una película de “Transformers”, que en un joven que dice aprender mucho de Dziga Vertov y entender del todo “Mullholland Drive” de David Lynch.

Hayao Miyazaki, director de "Mi vecino Totoro"
   “Mi vecino Totoro” es un entrañable fin de 1988 sobre una familia, compuesta por dos niñas y su padre, que viven en una casa de campo por allá de la década de los cincuenta. Cuando al inicio, muestran a los “duendes del polvo”, pensé que esa era una buena excusa para no limpiar mi cuarto. Después de presentar a los personajes y los ambientes, con una extraordinaria animación (a pesar del bajo presupuesto), Mei, la hermana menor, conoce a Totoro, un animal parecido a un oso (¿o era un conejo, o un Furbie?), que logra el cariño de las niñas y del público pese a no tener un solo diálogo. Totoro, que funge un papel parecido al espíritu del bosque (o una metáfora de esas que les encantan a los críticos de cine), logra hacer crecer las semillas, usar de manera correcta un paraguas para protegerse de la lluvia (en la mejor escena de la película) y ayuda a Satsuki a encontrar a su hermana Mei (y de paso ver a su madre en el hospital) con la ayuda del “Gatobús”, un original medio de transporte que yo usaría sin ninguna duda como sustituto del transporte público de Guadalajara.


   El filme es muy bueno. Animación inteligente sin necesidad de atiborrar de melaza o personajes estúpidos a los niños. Muestra sutilmente temas como el miedo a perder a una madre, el cuidado de la naturaleza, y la superación de los miedos, prescindiendo de sucesiones de chistes referentes a la cultura pop o lenguaje de eslóganes hechos por publicistas hipócritas de las grandes empresas. Los estudios Ghibli lo bordan con paisajes animados de gran calidad. Una gran película, para recuperar los principios básicos de una película de dibujitos.

   Me fui con el propósito de salir más tiempo de mi casa y de huir de los innecesarios comentarios de la película después de la proyección, hechas para inflar el ego de los dueños del establecimiento. A las afueras de Rojo Café, la noche ya presentaba su apogeo, la mayoría de los hogares y comercios estaban cerrados y silenciosos, era hora de llegar a casa.

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