Ensayos sobre lecturas,
temas variopintos y otras ocurrencias
Por Carlos Andrés Gallegos Valdez
I
Esa música es de
nacos
Confieso que tengo cierto miedo de exponer mis preferencias
musicales. Temo al ‘qué dirán’ de las murmuraciones de los melómanos beatos, de
los censores con el olor canino para distinguir los sonidos perfumados de los malolientes.
Los caballeros de la buena música desenfundan sus espadas y las clavan en forma
de etiquetas a los paganos. ¿Escuchas pop?, ¡pero si eso es música para
mariquitas!; ¿reggaetón?, ¡pero si nada más te falta el solvente para monear!;
¡esas bandas para fresas y hipsters se cagan al escuchar el poder del metal!. Expresar
tu ignorancia en la música te vuelve sensible a las orejas de burro, correctivo
pedagógico de los maestros de orquesta. No tengo el alma estoica para sufrir
escarnios públicos, flagelaciones que me ha tocado ver en páginas de Internet
con jueces que acusan con base en
sentencias del tipo ¡Esto ya se volvió un Vive Latindio!, ¡Quédense con su
festival de chakas mientras yo me voy a Coachella! o ¡estos villamelones no
distinguen entre Frederic Chopin y Richard Clayderman!.

Continúa Bourdieu, "ser 'insensible a la música' es una
forma especialmente inconfesable de barbarie: la 'élite' y las 'masas', el arte
y el cuerpo...". Yo aclararía “ser
insensible a determinados géneros musicales o ser sensible a los géneros
equivocados”. Si el metal es un montón de ruido, es que no entiendes la
complejidad de tan agresivo sonido. Si los grupos de rock indie alternativo se
oyen todos iguales, es que las corporaciones te taladraron el cerebro con
Britney Spears o Lady Gaga. Si la cumbia te hace mover los pies, eres un pobre
diablo que debe ser marcado con la Estrella de David de lo “naco”. ¿Cómo vas a
saber de Schubert, si apenas te alcanza el capital cultural para escuchar
recopilatorios gruperos proporcionados por algún Robin Hood que vende su mercancía
a diez pesos?. Lo que pasa es que yo escucho a Radiohead, y tú a la Banda
Astilleros, por eso no podemos hablar como hermanos de sangre.
Concuerdo que hay música interesante, con el suficiente
potencial estético de emocionar el alma y el cuerpo. Y claro está, también hay
música bastante mala e irritante. Pero siempre hay modo de proteger los oídos,
aunque sea con una almohada. Tampoco voy
a pretender decir cuál música es buena o mala, porque como decía Le Rochefoucauld,
citado por Bourdieu, "nuestro amor propio sufre con más impaciencia la
crítica de nuestros gustos que la de nuestras opiniones".
II
Al final del viaje
Desde 1977, dos veteranos fotógrafos no dejan de retratar al
Sistema Solar. Las lentes de sus cámaras le han proporcionado al hombre los
mejores rostros de nuestros vecinos, los planetas, específicamente aquellos gigantescos
compañeros que exhalan gas frío porque están alejados del calor del Sol
(Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón, antes de que perdiera su reputación
noble y pasara a ser un simple plebeyo de nuestro barrio). Las sondas Voyager 1
y Voyager 2 conocieron cara a cara los luminosos anillos de Saturno, el
enigmático lunar que tiene Júpiter en la cara (los astrónomos la llaman la Gran
Mancha Roja), y el agua congelada de Titán, satélite de Saturno, que disparó la
imaginación de una segunda casa para el hombre, tema recurrente en escritores
de ciencia ficción.

Pero las sondas aún guardan la esperanza de abandonar la
soledad de su destierro. Dentro de las Voyager, vienen unos discos de oro, con los
sonidos de la Tierra que saludarán a la vida extraterrestre que tenga la
fortuna de escucharlas. En esos discos, se grabaron bienvenidas terrícolas en
más de 50 idiomas, imágenes de la Tierra y canciones representativas de las
naciones del mundo. Si la hipotética vida inteligente encuentra la razón de ser
de esos artefactos ovalados, la humanidad tendrá un compañero grano dentro de
la inmensa arena del universo.
III
¿Por qué es necesario reírse en los velorios?
Si la muerte se entromete subrepticiamente en la
conversación, siempre le hago la misma petición a mis padres. Cuando yo me
muera, quiero que hagan una fiesta en mi honor. Que maten al cerdo más gordo,
lo sirvan en carnitas y se saturen hasta la indigestión en memoria de mi cuerpo
marchito. Ese día, la música tiene que
ser alegre y fácil de bailar. Quienes más me conozcan, armen un cónclave
ruidoso para contar las tonterías, los atropellos, las seducciones fallidas y
los rebuznos que solía hacer el difunto cuando aún tenía vida. Me gustaría que
las risas ahogaran los llantos, para que la tristeza se difumine o al menos se
sienta sonrojada entre tanta algarabía. Y si se olvidaron de reír, pueden
contratar a alguien como Chivolito para que anime el ambiente con buenos
chistes (a cual más colorados, mejor).

Si me quieren tanto que no pueden evitar llorar mi descenso
dantesco a los infiernos, al menos ríanse de la muerte en general. En México lo hacemos desde mucho tiempo atrás,
con los grabados de José Guadalupe Posada, los cráneos azucarados y la poesía
satírica de las calaveritas que se ciñe al corsé de la rima. La risa puede
convertir el adiós en una efusiva mandadera de besos y eufóricas pancartas
verbales de agradecimiento y un más optimista “hasta luego”. Cuando su
compañero Graham Chapman murió, los integrantes del grupo cómico británico
Monty Python le cantaron “Siempre mira el lado brillante de la vida”, en vez de
dedicarle recuerdos llorosos. O si nada de eso resulta, pídanle a Chivolito que
les cuente el chiste del hombre de las dos próstatas. Ese nunca falla.
Link a la crónica de Salcedo Ramos: http://cronicasperiodisticas.wordpress.com/2010/10/08/el-bufon-de-los-velorios/
FRASE
“(…) quienes pretendan seriamente buscar o preservar la
verdad deberían considerarse obligados a analizar de qué manera podrían
expresarse sin las oscuridades, las ambigüedades o los equívocos a que están
expuestos naturalmente las palabras de los hombres cuando no se pone cuidado en
ellas” (John Locke. Ensayo sobre el entendimiento humano)
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