Por Andrés Gallegos
SYDNEY 2000
Alejandro Cárdenas, el tercer lugar mundial de la carrera de
400 metros más rápida de la historia, era la gran esperanza de medalla
mexicana. Pero sus piernas estaban rotas, y no nos dimos cuenta hasta que se
partieron en pedazos en el tartán de Sydney.
Todos los mexicanos nos sentíamos orgullosos de tener un
cuerpo como el de Soraya Jiménez.
Descalificado por tercera vez en la carrera antes de cruzar
la meta, Bernardo Segura simuló ganar el oro de los 20 kilómetros de marcha,
mientras México simulaba festejar su proeza, y después, junto con él, simulamos
ser víctimas de un robo olímpico. Al simulador, consciente de su farsa, se le
cayó el teatrito en el momento que el presidente Ernesto Zedillo simulaba
felicitarlo, ya que eran los últimos momentos de una democracia simulada de partido único de 70 años, mientras su sucesor prometía un cambio que terminó por ser una
simulación.
Los esteroides BALCO dominaban las pruebas de velocidad, a
través de sus representantes Maurice Greene y Marion Jones. Años después, en un
acto de escarnio público, la corredora perdió sus medallas, su casa y su
libertad. BALCO no respondió por su mejor cliente, porque la empresa no se
hace responsable del mal uso que la persona destine a sus productos.
No sabía nadar, se ahogaba, y era tan lento como el agua
estancada de un charco. No obstante, allí va, casi chapoteando en la piscina, Eric
Moussambani, el nadador que mejor personificó el espíritu olímpico, y el que
más emociones provocó a todo el mundo en el año 2000.
ATENAS 2004
Acorralados por los vampiros del antidoping, Konstantinos
Kenteris y Ekatherine Thanou planearon su última evasión. Los Bonnie y Clyde
helénicos, ídolos nacionales prefabricados por el Estado a través de un
programa de anabólicos y otras drogas, presumían de medallas olímpicas pero
solo corrían en competencias sin policías ni ley. Asustados, perdidos en la
carretera y cobijados en la oscuridad de la noche previa a la inauguración de
las Olimpiadas, a sabiendas de que no podían huir de la ley como tantas otras
veces, se accidentaron en su motocicleta, y fueron hospitalizados. Los griegos,
incrédulos, pedían que les dijeran la verdad, pero no podía haber verdad en
donde todo, hasta el accidente, era mentira.
En 2012, la senadora del Partido de Trabajo por el estado de
Sonora, Ana Gabriela Guevara, fue a rendir protesta de su puesto a San Lázaro,
la sede de la Cámara de Diputados. Al lamentar su falta de ubicuidad, la
funcionaria pública seguramente recordó que este defecto también marcó su
carrera como velocista de 400 metros. En 2003, Guevara ganó competencia tras
competencia, incluido el Mundial de Atletismo. Nadie le hacía sombra. Pero en
2004, año olímpico, la bahameña Tonique Williams la relegó a un segundo plano,
y además, Guevara tenía problemas físicos. Sus 49 segundos con 56 centésimas le
entregaron una merecida y valiosa plata, pero muchos mexicanos, acostumbrados a
sus primeros lugares, vieron el premio como una decepción. Ana Gabriela no
perdió el oro, lo que pasó fue que corrió tan rápido que llegó con demasiada anticipación
a la meta, exactamente un año antes, y se equivocó de sitio.
Alexei Nemov, el gimnasta bello, enamoró a los aficionados
de la gimnasia, pero los jueces lo dejaron fuera del podio de medallas al darle
calificaciones bajas. Mientras los griegos enardecían como en los tiempos del
juicio de Sócrates, Nemov pidió silencio para que la competencia pudiera
proseguir. Debían asumir la condena, por injusta que fuera, tal y como el viejo
barbón e impertinente les había enseñado dos mil 300 años antes.
BEIJING 2008
Usain Bolt corrió tan rápido los 100 metros, que algunos
temieron que a sus pies le salieran ruedas y en su espalda se encendiera un
cohete. El jamaicano se dio cuenta en los últimos 20 metros, y decidió celebrar
antes de tiempo para que nadie lo perdiera de vista.
El tacto es esencial para que los seres humanos sientan,
físicamente, el amor y la estima de nuestros semejantes. Damos palmadas
amistosas en la espalda a un amigo, el bebé toca la cara o los dedos de sus
padres para conocer el mundo en que vivirá, y las manos palpan y recorren,
tibias, con fuerza, los cuerpos de los amantes. En la natación, no basta con
tocar, sino tocar con fuerza, porque en el tacto decidido se definen las medallas
y los récords mundiales. Los 100 metros libres de Beijing se definieron en un
duelo de caricias El sistema tecnológico
que registra los manotazos finales dio como ganador a Michael Phelps,
abriéndole la posibilidad de ganar 8 medallas de oro e ingresar a la eternidad
olímpica. Yo aún ahora, sigo creyendo que el serbio Milorad Cavic tocó primero
la meta. Pero se limitó a tocar como un amigo, como un bebé, como un amante, y
no como un nadador.
Liu Xiang ganó el oro y el récord mundial de los 110 metros
con vallas en Atenas 2004, y fue tan ovacionado por los chinos, que vieron en
el corredor a un nuevo Aquiles. Xiang se lo creyó tanto que al final lo imitó
en todo, hasta en la debilidad de su tendón. El héroe que podía saltar hasta la
Gran Muralla, tenía a más de mil millones de compatriotas dependiendo y
viviendo de sus pies, y la carga fue tanta que su tendón del pie derecho se
desgarró. El estadio de atletismo enmudeció como los lectores de
la Iliada, Aquiles había sido alcanzado por la flecha de Paris antes de que
empezara a entrenar siquiera. Cuatro años después, Xiang regresó a la pista, y
el maldito tendón lo volvió a retirar, esta vez para siempre.
LONDRES 2012
I
Le hicieron una pregunta al editor web de deportes de “El
Informador” (no daré su nombre, pero varios de mis lectores habituales sabrán quién es) "¿Cuál era la última Olimpiada donde México ganó más de cinco
medallas?". Yo sabía la respuesta, y se la di a uno de los jefes de ese
periódico. Le dije de memoria los ganadores de las seis medallas de Sydney
2000, con nombres de los atletas y la disciplina donde lo lograron. Ese jefe me
escuchó y finalmente le dijo al editor, “cuídate, porque te van a quitar la
chamba”.
El editor, zalamero con los jefes y antipático con sus
subalternos, no tolero la intromisión de su chalán y me habló, en ese tono
conciliatorio que seguramente aprendió de las películas de mafiosos. “Yo le iba
a decir la respuesta, por favor no lo vuelvas a hacer”, dijo. Luego me contó la
historia de un chico que entró a prácticas del periódico, que tenía muchos
conocimientos de tenis y convenció a un editor jefe, al que le gustaba el mismo
deporte, sin embargo, tiempo después demostró ser un incompetente y lo corrieron, por presumido. Era
una indirecta para mí, aunque tal vez ese editor me estaba contando su
autobiografía, aunque sin los conocimientos del deporte blanco ni el despido. Moraleja:
cuando se encuentren a una persona así, ríanse, porque tiene más miedo que ustedes, y luego váyanse, corren el riesgo de pudrirse a su lado.
II
Jorge Enríquez se quedó a vivir en Londres, y ya nunca más
regresó a México. Al ganar el oro con su Selección Nacional, decidió que era el
momento de terminar con su carrera futbolística, pues ya había llegado a un
momento cumbre en su vida. Se quedó a pasear en el Támesis, a contar las horas
en el Big Ben, a disfrutar del arte en el Tate Modern, y a visitar a la reina
en el Palacio de Buckingham. Practicó su “queen english” con transmisiones de
la BBC, y ahora habla con un perfecto acento británico.
A los ganadores de las antiguas Olimpiadas griegas, se les
construían estatuas y los poetas les componían canciones en su honor. Enríquez
decidió honrar su hazaña del 2012 mediante un contínuo culto mental a ese
logro, él mismo se canta y se erige esculturas, las cuales adornan cada rincón
de su vida. Cuentan los pocos londinenses que lo reconocen, que ven caminar
todos los días por sus calles a un chico sin pelo, con ropa deportiva de camisa blanca y pantalón verde, alto y
moreno, con una medalla de oro colgada al cuello y una corona de olivo en la
cabeza. Cuando alguno intenta indagar su vida, solo responde, “This is my gold
medal”, y baja la mirada hacia el brillo reluciente de su metal dorado.
Muchos dicen que lo que digo es mentira. Aseguran que Enríquez
regresó a México, y continuó jugando al futbol. Amigos me mostraron un partido
de un tal Coras Tepic, enfrentando a un equipo al que nombran Leones Negros, y
me dijeron, “ese hijo de la chingada vividor que viste entrar de cambio, es el
Chatón Enríquez”. Yo insisto en que mi historia es verdadera. Enríquez es un
londinense más, y dice que está tan a gusto por allá, que ni el Brexit lo hará
regresar.
RIO DE JANEIRO 2016
Solicito una oportunidad para contar más historias olímpicas
en cualquier medio. Dispuesto a compaginar mi trabajo actual con la cobertura
de las Olimpiadas. Razón principal: conmigo Andrés Gallegos, contactarme a mi
perfil en Facebook, o a mi correo andresgallegosvaldez@gmail.com.
Les paso mi cel por Inbox o email. Gracias.
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