jueves, 4 de agosto de 2016

Remembranzas de Juegos Olímpicos

Por Andrés Gallegos

SYDNEY 2000

Alejandro Cárdenas, el tercer lugar mundial de la carrera de 400 metros más rápida de la historia, era la gran esperanza de medalla mexicana. Pero sus piernas estaban rotas, y no nos dimos cuenta hasta que se partieron en pedazos en el tartán de Sydney.

Todos los mexicanos nos sentíamos orgullosos de tener un cuerpo como el de Soraya Jiménez.

Descalificado por tercera vez en la carrera antes de cruzar la meta, Bernardo Segura simuló ganar el oro de los 20 kilómetros de marcha, mientras México simulaba festejar su proeza, y después, junto con él, simulamos ser víctimas de un robo olímpico. Al simulador, consciente de su farsa, se le cayó el teatrito en el momento que el presidente Ernesto Zedillo simulaba felicitarlo, ya que eran los últimos momentos de una democracia simulada de partido único de 70 años, mientras su sucesor prometía un cambio que terminó por ser una simulación.

Los esteroides BALCO dominaban las pruebas de velocidad, a través de sus representantes Maurice Greene y Marion Jones. Años después, en un acto de escarnio público, la corredora perdió sus medallas, su casa y su libertad. BALCO no respondió por su mejor cliente, porque la empresa no se hace responsable del mal uso que la persona destine a sus productos.

No sabía nadar, se ahogaba, y era tan lento como el agua estancada de un charco. No obstante, allí va, casi chapoteando en la piscina, Eric Moussambani, el nadador que mejor personificó el espíritu olímpico, y el que más emociones provocó a todo el mundo en el año 2000.

ATENAS 2004

Acorralados por los vampiros del antidoping, Konstantinos Kenteris y Ekatherine Thanou planearon su última evasión. Los Bonnie y Clyde helénicos, ídolos nacionales prefabricados por el Estado a través de un programa de anabólicos y otras drogas, presumían de medallas olímpicas pero solo corrían en competencias sin policías ni ley. Asustados, perdidos en la carretera y cobijados en la oscuridad de la noche previa a la inauguración de las Olimpiadas, a sabiendas de que no podían huir de la ley como tantas otras veces, se accidentaron en su motocicleta, y fueron hospitalizados. Los griegos, incrédulos, pedían que les dijeran la verdad, pero no podía haber verdad en donde todo, hasta el accidente, era mentira.

En 2012, la senadora del Partido de Trabajo por el estado de Sonora, Ana Gabriela Guevara, fue a rendir protesta de su puesto a San Lázaro, la sede de la Cámara de Diputados. Al lamentar su falta de ubicuidad, la funcionaria pública seguramente recordó que este defecto también marcó su carrera como velocista de 400 metros. En 2003, Guevara ganó competencia tras competencia, incluido el Mundial de Atletismo. Nadie le hacía sombra. Pero en 2004, año olímpico, la bahameña Tonique Williams la relegó a un segundo plano, y además, Guevara tenía problemas físicos. Sus 49 segundos con 56 centésimas le entregaron una merecida y valiosa plata, pero muchos mexicanos, acostumbrados a sus primeros lugares, vieron el premio como una decepción. Ana Gabriela no perdió el oro, lo que pasó fue que corrió tan rápido que llegó con demasiada anticipación a la meta, exactamente un año antes, y se equivocó de sitio.

Alexei Nemov, el gimnasta bello, enamoró a los aficionados de la gimnasia, pero los jueces lo dejaron fuera del podio de medallas al darle calificaciones bajas. Mientras los griegos enardecían como en los tiempos del juicio de Sócrates, Nemov pidió silencio para que la competencia pudiera proseguir. Debían asumir la condena, por injusta que fuera, tal y como el viejo barbón e impertinente les había enseñado dos mil 300 años antes.

BEIJING 2008

Usain Bolt corrió tan rápido los 100 metros, que algunos temieron que a sus pies le salieran ruedas y en su espalda se encendiera un cohete. El jamaicano se dio cuenta en los últimos 20 metros, y decidió celebrar antes de tiempo para que nadie lo perdiera de vista.

El tacto es esencial para que los seres humanos sientan, físicamente, el amor y la estima de nuestros semejantes. Damos palmadas amistosas en la espalda a un amigo, el bebé toca la cara o los dedos de sus padres para conocer el mundo en que vivirá, y las manos palpan y recorren, tibias, con fuerza, los cuerpos de los amantes. En la natación, no basta con tocar, sino tocar con fuerza, porque en el tacto decidido se definen las medallas y los récords mundiales. Los 100 metros libres de Beijing se definieron en un duelo de caricias  El sistema tecnológico que registra los manotazos finales dio como ganador a Michael Phelps, abriéndole la posibilidad de ganar 8 medallas de oro e ingresar a la eternidad olímpica. Yo aún ahora, sigo creyendo que el serbio Milorad Cavic tocó primero la meta. Pero se limitó a tocar como un amigo, como un bebé, como un amante, y no como un nadador.

Liu Xiang ganó el oro y el récord mundial de los 110 metros con vallas en Atenas 2004, y fue tan ovacionado por los chinos, que vieron en el corredor a un nuevo Aquiles. Xiang se lo creyó tanto que al final lo imitó en todo, hasta en la debilidad de su tendón. El héroe que podía saltar hasta la Gran Muralla, tenía a más de mil millones de compatriotas dependiendo y viviendo de sus pies, y la carga fue tanta que su tendón del pie derecho se desgarró. El estadio de atletismo enmudeció como los lectores de la Iliada, Aquiles había sido alcanzado por la flecha de Paris antes de que empezara a entrenar siquiera. Cuatro años después, Xiang regresó a la pista, y el maldito tendón lo volvió a retirar, esta vez para siempre.

LONDRES 2012

I

Le hicieron una pregunta al editor web de deportes de “El Informador” (no daré su nombre, pero varios de mis lectores habituales sabrán quién es) "¿Cuál era la última Olimpiada donde México ganó más de cinco medallas?". Yo sabía la respuesta, y se la di a uno de los jefes de ese periódico. Le dije de memoria los ganadores de las seis medallas de Sydney 2000, con nombres de los atletas y la disciplina donde lo lograron. Ese jefe me escuchó y finalmente le dijo al editor, “cuídate, porque te van a quitar la chamba”.

El editor, zalamero con los jefes y antipático con sus subalternos, no tolero la intromisión de su chalán y me habló, en ese tono conciliatorio que seguramente aprendió de las películas de mafiosos. “Yo le iba a decir la respuesta, por favor no lo vuelvas a hacer”, dijo. Luego me contó la historia de un chico que entró a prácticas del periódico, que tenía muchos conocimientos de tenis y convenció a un editor jefe, al que le gustaba el mismo deporte, sin embargo, tiempo después demostró ser un incompetente y lo corrieron, por presumido. Era una indirecta para mí, aunque tal vez ese editor me estaba contando su autobiografía, aunque sin los conocimientos del deporte blanco ni el despido. Moraleja: cuando se encuentren a una persona así, ríanse, porque tiene más miedo que ustedes, y luego váyanse, corren el riesgo de pudrirse a su lado.

II

Jorge Enríquez se quedó a vivir en Londres, y ya nunca más regresó a México. Al ganar el oro con su Selección Nacional, decidió que era el momento de terminar con su carrera futbolística, pues ya había llegado a un momento cumbre en su vida. Se quedó a pasear en el Támesis, a contar las horas en el Big Ben, a disfrutar del arte en el Tate Modern, y a visitar a la reina en el Palacio de Buckingham. Practicó su “queen english” con transmisiones de la BBC, y ahora habla con un perfecto acento británico.

A los ganadores de las antiguas Olimpiadas griegas, se les construían estatuas y los poetas les componían canciones en su honor. Enríquez decidió honrar su hazaña del 2012 mediante un contínuo culto mental a ese logro, él mismo se canta y se erige esculturas, las cuales adornan cada rincón de su vida. Cuentan los pocos londinenses que lo reconocen, que ven caminar todos los días por sus calles a un chico sin pelo, con ropa deportiva de camisa blanca y pantalón verde, alto y moreno, con una medalla de oro colgada al cuello y una corona de olivo en la cabeza. Cuando alguno intenta indagar su vida, solo responde, “This is my gold medal”, y baja la mirada hacia el brillo reluciente de su metal dorado.

Muchos dicen que lo que digo es mentira. Aseguran que Enríquez regresó a México, y continuó jugando al futbol. Amigos me mostraron un partido de un tal Coras Tepic, enfrentando a un equipo al que nombran Leones Negros, y me dijeron, “ese hijo de la chingada vividor que viste entrar de cambio, es el Chatón Enríquez”. Yo insisto en que mi historia es verdadera. Enríquez es un londinense más, y dice que está tan a gusto por allá, que ni el Brexit lo hará regresar.

RIO DE JANEIRO 2016

Solicito una oportunidad para contar más historias olímpicas en cualquier medio. Dispuesto a compaginar mi trabajo actual con la cobertura de las Olimpiadas. Razón principal: conmigo Andrés Gallegos, contactarme a mi perfil en Facebook, o a mi correo andresgallegosvaldez@gmail.com. Les paso mi cel por Inbox o email. Gracias.


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