martes, 6 de marzo de 2012

Defecaciones de un universitario (Divagación literaria)

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

Cambio mi título universitario por papel higiénico, porque la mierda que sale del culo necesita ser limpiada y no puede esperar que la deje expuesta al aire, dejarla que anide en los costados de mis glúteos como lodo anegado en el pantano y exhiba su impúdico olor decadente y lastimero. Mi diploma es prescindible y puedo vivir sin él, la mierda es omnipresente y tengo que convivir con ella todos los días, por el resto de mi vida.

Porque ¿es menester sacrificar los esfínteres de mi cuerpo por una obscena presunción universitaria?, ¿la humanidad debe renunciar a su naturaleza por esa convención social insoportable, siempre igual, de entregar reconocimientos en las ceremonias de graduación?. Les aseguro que ninguna carrera universitaria vale tanto como encontrar en el excusado algún rollo repleto de hojas perfectamente cuadriculadas, de suave y perfumado papel de baño. Nada peor que un cilindro de cartón, desnudo y lleno de cicatrices, muerto e incapaz de cumplir su labor, después de rendir tributo al inodoro con los frutos de nuestros intestinos.

¿Acaso los más grandes genios no han sentido la necesidad de acudir al baño, y tener a la mano un lienzo para mantener limpio e inmaculado su trasero de suciedades y miasmas?. Einstein no edificó la teoría de la relatividad con calzones empapados de excremento agonizante, como sangre coagulada o baba que escurre de nuestros labios. Es una contradicción imaginar al gran filósofo inglés Bertrand Russell protestar contra las armas nucleares con una gran mancha marrón en su ropa interior.

Es necesario abatir esa satisfacción esclava de los diplomas escolares. ¿Acaso el conocimiento merece ser colgado en una pared y dejarlo marchitarse como planta sin regar?. Sólo los locos y los ególatras piensan que un título universitario les abrirá las puertas de par en par, únicamente los estúpidos tienen la idea de que su diploma los hace más sabios por arte de magia. Algún desamparado cree que el título le dará para comer, para vestirse, para limpiarse el culo. La vida, como la mierda, es una sucesión de eventos que llegan sin esperarse, y que cuando llegan, solo hay que poner manos a la obra como un burócrata eficiente.

Por eso, invito a todos ustedes vender, regalar incluso, sus diplomas escolares y utilizar ese intercambio en algo más útil, de mayor provecho. El aparentemente prosaico y pueril acto de cagar nos enseña que el mundo es transitorio, que el esfuerzo largo y sostenido no vale porque el día a día te demanda transitar en el camino seguro del presente y no edificar las carreteras del futuro. La urgencia por solventar las necesidades primarias, entre ellas las fisiológicas, son las que verdaderamente mueven la moral del hombre. Los idealismos y los proyectos a futuro son únicamente para los ociosos y los desocupados.

Además, limpiarse la mierda es preservar la higiene de la sociedad. ¿Acaso quieren vivir como hace tres siglos, época donde la gente hacía sus necesidades en la calle, sin otra herramienta de limpieza que la brisa del viento y los pedazos de excremento se lanzaban al cuerpo de algún transeúnte y alimentaban a los patos, las gallinas y los cerdos?. Ninguna gran idea de la ciencia, la filosofía y la técnica se han edificado con molestos hedores fabricados por el aparato digestivo y montoncitos de lingotes cafés regados en las banquetas. También mantiene con buena salud a las personas. Les aseguro, ¡oh grandes estreñidos del conocimiento!, que más gente ha muerto por complicaciones renales o torzones postergados que por la tristeza causada por no ser un licenciado o un ingeniero. 

Soy un hombre práctico, realista y centrado. Por eso les entrego mi título universitario para poder usarlo por vez primera como algo de provecho. Soy la mayoría de la humanidad. Por eso ninguna manifestación gradual y trabajada de inteligencia debe prevalecer por las necesidades corporales, porque sin ellas dejaríamos de ser los humanos que ves ahora.

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