domingo, 22 de febrero de 2015

Reflexiones científicas

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

El movimiento “anti-vacunas” y su estupidez

Pese a la comprobación empírica de los beneficios de la vacunación en la salud de millones de personas, ciertos colectivos irracionales, alarmistas y fanáticos continúan asustando a la gente sobre supuestas maldiciones y pecados resultantes de ser vacunados.  Me ha tocado saber que en Guadalajara, algunos especialistas aprovechan la ignorancia de muchas personas y la torpeza de los medios de comunicación, incapaces de distinguir entre verdadera y falsa ciencia, para opinar en contra de la vacuna del virus del papiloma humano. En aras de la libertad de expresión, los activistas vacunafóbicos exigen ser escuchados, aunque sus argumentos sean falsos y afecten la salud pública de miles de personas, además de una mejor comprensión pública de la ciencia, que tanta falta hace en este país. Los anti-vacunas son un conglomerado de tendencias variopintas donde se pueden encontrar médicos que avergüenzan la profesión, fanáticos religiosos, seguidores de tendencias “new-age”, homeópatas, ministros cristianos y musulmanes o amantes de las teorías de la conspiración, entre otros.

El rechazo a las vacunas comenzó desde el mismo momento en que Edward Jenner logró encontrar la cura contra la epidemia de la viruela que acechó al continente europeo durante finales del siglo XVIII. Jenner logró identificar que la viruela de las vacas era benigna en los cuerpos humanos, y con este descubrimiento, inoculó a un niño de ocho años (en una decisión éticamente muy controvertida incluso ahora, pero que permitió salvar millones de vidas con el tiempo) con resultados positivos. No obstante, su trabajo fue rechazado por la Real Academia de Ciencias de Londres, además de generar enorme revuelo en la sociedad de la época (un doctor de la época hizo circular un panfleto con el dibujo de un niño con cabeza de buey, representando los efectos de la vacuna) y en la iglesia, con sacerdotes furibundos advirtiendo de la trasgresión a los designios divinos que eran las inyecciones. Por la época, ya con la vacuna disponible, un pueblo británico se negaba a inmunizarse contra la varicela, pero el sacristán del lugar, harto de tantos entierros, decidió que la vacunación no era más un pecado contra Dios y mandó a todos sus feligreses a inocularse. La evidencia empírica se había impuesto, y la viruela como epidemia se extinguió con el tiempo hasta ser una enfermedad controlada totalmente en 1980. Y sin embargo, durante la historia, en países como Estados Unidos se han dado protestas de hasta cientos de miles de personas contrarias a las vacunas.

Médicos vacunan contra el ébola en Guinea, África.
Sin embargo, el movimiento anti-vacunación no se molesta en revisar los avances científicos de la microbiología y la virología, además de sus resultados históricos, y se incrustan en los medios de comunicación en aras de un “equilibrio de posturas” mentiroso. Habría que recordar a los periodistas que presentar los “dos lados” de la noticia, o “todas las caras” de un acontecimiento, no significa dar espacio a charlatanes que desinformen sobre temas socialmente tan importantes como la salud pública, porque antes de cualquier “debate” existe la obligación de suministrar información veraz a las audiencias. Pero los medios de comunicación suelen despreciar el periodismo científico, actividad que actualmente desarrolla cualquier mercachifle o inexperto, para presentar notas amarillistas e insustanciales. Los anti-vacunas saben que el periodista que cubre ciencia suele deslumbrarse por la figura de autoridad y hablan como “doctores” o “expertos” en salud para arrogarse un crédito que en el ámbito científico jamás tendrán. Y también saben que el periodista suele distraerse por la nota “tremendista” o “escandalosa” que pueda enganchar a más lectores, en vez de acontecimientos científicos verdaderamente importantes, para implantar la duda y el temor en la gente iletrada en temas de salud.

En su libro “Mala Ciencia”, el médico y divulgador inglés Ben Goldacre hace mención a varios casos donde los activistas anti-vacunación han ocasionado temor, alarmismo y confusión en la sociedad, con los daños a la salud en consecuencia. Por ejemplo, en Inglaterra se rumoró que la vacuna contra la tos ferina provocaba daños neurológicos. Hace veinte años, los franceses pensaban que si se vacunaban contra la hepatitis B, podrían contraer esclerosis múltiple. Y un médico, llamado Andrew Wakefield, investigó una falsa asociación entre la vacuna triple vírica y el autismo en doce niños, una grosería que Goldacre cuenta en detalle en su obra. Existe un ejemplo más en el cual me quiero detener. Conozco personas que hubieran dado todo lo que tienen por haberse vacunado contra la poliomielitis desde niños, que tanto daño físico y emocional les causó en sus vidas. La polio es una infección que debilita el cuerpo hasta dejarlo paralítico en casos graves, con inmovilidad en el cuello y la espalda, dificultad para caminar y deformaciones en partes del cuerpo como los brazos. Pues en Nigeria, unos líderes religiosos se negaron a que la comunidad se vacunara contra esta enfermedad, ya que las inoculaciones eran parte de un complot estadounidense que buscaba propagar el sida y la infertilidad. Más o menos como ciertas argumentaciones de los negacionistas del VIH, otros charlatanes de los que se hablará luego.

Pese a la efectividad comprobada de la vacunación, que han erradicado epidemias antes mortíferas como el cólera, el sarampión o la tuberculosis, aún hay resistencias de varios grupos sociales en ser inoculados. De vez en cuando, los medios hablan de brotes de enfermedades que pueden ser curadas con vacunas, demostrando la vigencia de esta postura que no tiene razón de ser. Sería bueno que la prensa colabore en la divulgación de notas médicas más didácticas e interesantes, en vez de presentar publicidad encubierta como “información que cura” con la señora que da las noticias de la tarde en Televisa. Si los agentes anti-vacunación continúan existiendo, pese a su incapacidad por comprobar sus dichos empíricamente y con métodos científicos, es también por los miembros de la prensa, su desprecio por la información sobre ciencia y su ignorancia en tratar e informar sobre asuntos de importancia capital para la sociedad.

Fuente: Goldacre, Ben. “Mala ciencia”. Editorial Paidós, 2011.

Galileo, el católico que revolucionó la ciencia

Existe la visión histórica de que el matemático, físico y astrónomo italiano Galileo Galilei, fue condenado por una Inquisición Católica villana, idólatra y medieval que se oponía a la luz de la razón, la ciencia y la revolución que representaba el héroe italiano. Aceptar tal interpretación sería negarle a la historia la posibilidad del contexto. Más bien, Galileo Galilei fue un científico brillante, víctima de unas circunstancias nada propicias para implantar pacíficamente una visión revolucionaria del mundo físico.

Galileo estudió y creció en un contexto donde las ideas comenzaban a propagarse en abundancia. Existían dos visiones, la académica, la que enseñaba la filosofía natural de Aristóteles desde cientos de años atrás; y la que germinaba en la periferia de los círculos escolares, donde humanistas y traductores circulaban los textos de Platón, Pitágoras, las filosofías cabalísticas y neoplatónicas, pero sobretodo, los manuscritos de matemática experimental hechos por Arquímedes, en quien se fundamentó Galileo para formar un nuevo concepto de ciencia, basado en la matematización de los conceptos. Aristóteles, el filósofo que lo sabía todo y que nunca se equivocaba, tambaleó su figura de autoridad cuando Galileo refutó sus conceptos sobre el movimiento de los cuerpos. Pero eso no era lo único que caería del imperio aristotélico del saber.

Cuando Nicolás Copérnico propuso el heliocentrismo (los planetas girando en torno al sol) como un modelo explicativo más exacto a las órbitas circulares aristotélicas y sus cuerpos igualmente circulares y perfectos rodeando la Tierra, anterior centro del Universo, Galileo Galilei se mostró dispuesto a comprobar la verdad empírica de aquella teoría. Perfeccionando el telescopio, el italiano miró a los cielos y encontró satélites en Júpiter, montañas en la Luna, estrellas en la Vía Láctea y las fases de Venus (la parte del planeta que ilumina el Sol, similar a las fases lunares), además de otras pruebas concluyentes de que Copérnico tenía razón.  Con estos argumentos, Galileo se sintió en condiciones de defender el heliocentrismo presentándolo ante la autoridad papal, para que la religión pudiera sustentar sus creencias en base a una astronomía indiscutible.

Galileo ante la Inquisición, según cuadro de Robert-Fleury.
En el proceso de convencimiento a la Iglesia Católica, la divulgación representó un papel importante. Antes de que se convirtieran en expertos de su campito de conocimiento, con un lenguaje inentendible y especializado que solo los colegas entienden, los científicos como Galileo tenían la capacidad de hacerse entender con el vulgo, escribiendo de manera atractiva y comprensible sus conocimientos. Con este espíritu comunitario, de ser entendido por el mayor número de personas posible, Galileo Galilei criticó la interpretación de las Escrituras Bíblicas, defendió a Copérnico y presentó las evidencias a favor del heliocentrismo de tal manera que no pudieran ser refutadas de ningún modo. La diseminación de estos conocimientos, sin embargo, no provocó la renovación profunda de la Iglesia, como pretendía el italiano. Había fuerzas profundas al interior del catolicismo que terminaron por derribar el sueño de Galileo.

En 1632, Maffeo Berberini se convirtió en Papa con el nombre de Urbano VIII. Hombre considerado culto y abierto a la investigación científica, los hombres de ciencia en Italia, incluyendo Galileo Galilei, recibieron su nombramiento con optimismo. Motivado por este panorama, Galileo publicó los “Diálogos sobre los máximos sistemas”, una defensa de la nueva teoría de los cielos en forma de diálogo entre tres personajes, uno de ellos el aristotélico de mente cerrada Simplicio. Algunos eclesiásticos cercanos al Papa, simplistas como el personaje inventado por Galileo, interpretaron al aristotélico como una burla del Sumo Pontifice. Urbano VIII, el Papa en quien tanto confiaban Galileo y los otros científicos para renovar la Iglesia y defender la verdad del sistema heliocéntrico de Copérnico, sucumbió a las presiones de los grupos conservadores y mandó arrestar a Galileo, para hacerle el juicio famoso del “sin embargo, se mueve…”.

Los dominicos fueron los principales opositores a Galileo. Fieles al aristotelismo como su fe en Dios, se negaron a ver a través del telescopio de Galileo para mirar una realidad que les habría destruido años de saber escolástico. Algunos jesuitas, como el cardenal Ingoli, también eran contrarios a las ideas de Galileo. A ellos y al resto de la Iglesia, intentó convencer el italiano. Pero eran tiempos convulsos. Además, la religión y la ciencia no suelen llevarse muy bien, por lo que a veces es mejor que cada una vaya por su camino. Pero al final, la verdad empírica de Galileo se impuso, y con ella una nueva visión del hombre y el universo.

Fuente: Sánchez, António. “Galileo y la génesis de la ciencia moderna”. Artículo publicado en el libro de González García, Moisés. “Filosofía y Cultura”, Siglo XXI de España, 2003.

viernes, 20 de febrero de 2015

Mundial de Natación, Villa Panamericana y otros desperdicios

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

Piscina clausurada

El sueño que no será
La reciente declinación de Guadalajara a recibir el Mundial de Natación del 2017 confirma la depresión que vive el deporte en México actualmente. Oficialmente, se adujo como argumento el recorte de presupuesto gubernamental al deporte, que afectó la disponibilidad de dinero para organizar este evento. Mientras tanto, la capital jalisciense y las autoridades federales pierden 10 millones de dólares (150 millones de pesos) ya gastados en la obtención de la sede, y otros 5 millones de billetes verdes (75 millones de pesos) por la multa que se le pagará a la Federación Internacional de Natación (Fina) al declinar la organización del evento. Con esta renuncia, Guadalajara desecha otro evento deportivo a organizar, luego de retirar sus candidaturas para los Juegos Olímpicos de la Juventud del 2014 y 2018, y la sede de la Copa Mundial Ecuestre realizada en 2013.

Más allá de la particular ilusión que me hacía ver a los mejores exponentes del deporte acuático mundial en la Perla Tapatía, lo verdaderamente triste de esta declinación es que la Comisión Nacional del Deporte y el CODE estatal acepten mansamente los recortes presupuestales en el deporte y no puedan convencer a sus jefes de la importancia de eventos deportivos como éste Mundial de Natación para ofrecer una bonita vitrina a sus atletas, además de elaborar una mayor difusión de otros deportes que no sean tan populares como el futbol.  Primero serán eventos como los Juegos Olímpicos de la Juventud o los Mundiales Acuáticos, después los gobiernos tendrán manga ancha para recortar becas estudiantiles, Olimpiadas Nacionales, subvenciones a atletas y otras inversiones necesarias para el crecimiento del deporte mexicano.  Los estamentos que se encargan de difundir la cultura física y el deporte se atan las manos y sobreviven acatando órdenes sin siquiera fabricar una posibilidad de réplica, no vaya a ser que les quiten dinero hasta dejarlos en calzones. Mientras tanto, el gobierno federal seguirá cancelando eventos deportivos mientras se gasten 6 millones de pesos diarios en propaganda mediática, según información del diario Reforma.

El Centro Acuático de Guadalajara no se utilizará
Aristóteles Sandoval, gobernador de Jalisco, señala que el estado no puede permitirse invertir mil 500 millones de pesos, dinero que serviría más en otros departamentos como la educación, salud y seguridad, entre otros asuntos prioritarios para la población. Semejante vocación de austeridad suena interesante, y yo estaría de acuerdo si verdaderamente se utilizara ese dinero ahorrado en beneficio de los jaliscienses. El problema es que, haciendo gala de los dichos populares, los políticos no dan paso sin huarache y aprovecharán la oportunidad de jalar agua para su molino.  Suena poco creíble el discurso del ahorro y el interés social en un gobernador que dejó a Guadalajara como el municipio más endeudado del país, según un estudio de la Secretaria de Hacienda y Crédito Público federal, con más de 2600 millones de pesos por saldar.  Además, de acuerdo a una investigación de Reporte Índigo, el gobierno estatal a través de la Secretaría de Finanzas, suelen apapachar a los empresarios condonándoles multas por el  impago de impuestos, por lo que el erario jalisciense ha dejado de percibir ingresos nada despreciables de 30 millones de pesos durante 2013. Tanta brillantez en el manejo de la economía estatal ciega a los más incrédulos, por eso  Ricardo Villanueva, el secretario de Finanzas que solapó estas irregularidades, buscará la alcaldía de Guadalajara para continuar con esos altos estándares de competitividad financiera. Si hacemos caso a la visión de que fue el gobierno federal el que declinó la organización del Mundial y no la entidad estatal, que solo acataría órdenes de arriba, sorprende que el Ejecutivo nacional no revise estas anomalías de uno de sus Estados, que llevan a desajustes y reducciones presupuestales en el reparto federal de recursos públicos.

Está claro que la organización de un evento deportivo internacional representa gastos elevados. Ya lo vivió Guadalajara con los Juegos Panamericanos (tranquilos, ahorita toco esta canción). El problema es que se recortan los gastos que convienen. Por ejemplo, se invertirán mil 100 millones de pesos en la construcción de una nueva sede para las Fiestas de Octubre. Sin tener nada en contra de tal evento, es evidente que representa, en términos publicitarios y comerciales, un apoyo mucho más redituable para el Estado construir una nueva Feria que albergar un Mundial de Natación. Continuando con la crítica al discurso “social” de Aristóteles Sandoval, se hace hincapié en los gastos que conlleva el campeonato deportivo, pero las erogaciones en temas sociales son opacas. Este viernes salió una nota que señala anomalías fiscales en el reporte de los recursos utilizados para el Seguro Popular durante 2013, primer año de gobierno de Aristóteles.  De los 3 mil 300 millones de pesos transferidos a Jalisco, alrededor de 650 millones de pesos no se reportaron debidamente a Hacienda, lo que representa un tercio del presupuesto total. Semejante transparencia en las auditorías estatales no me llevan a confiar en el buen uso de los mil 500 millones de pesos que se dejarán de usar en la organización del Mundial acuático. Y ya ni hablemos de los 225 millones de pesos tirados a la basura en la declinación de la sede. Pequeño gran detalle.

Villa Panamericana, el elefante blanco que nunca debieron alimentar

Leí en La Jornada Jalisco una nota sobre la Villa Panamericana y su futuro destino. Más allá de la cuestionable redacción de la noticia, que parecía dictada por el priismo con frases opinativas sin sustento interpretativo como “herencias negras del emilismo” o “elefante blanco del panismo”, está claro que la Villa Panamericana nunca fue un modelo sustentable, ni urbano ni ecológico. El daño ecológico irreversible a la cuenca hidrológica de El Bajío solo es consecuencia de una ciudad que solo crece a los lados, como un obeso mórbido, pero nunca planea un crecimiento de altura, hacia arriba, que permita desarrollar la buena salud de una ciudad todavía adolescente e inmadura.

En la noticia se consignó una diferencia de opiniones entre el PRD y el Ingeniero Roberto Dávalos López. Mientras los perredistas quieren demoler el complejo habitacional, el Secretario de Infraestructura y Obra Pública se negaba a esa opción.  La Villa Panamericana, en la cual se desperdiciaron mil 200 millones de pesos, es un símbolo de la torpeza en la planificación urbana y la corrupción en los altos mandos panistas que aprobaron esta construcción, sin embargo, de algún modo le quieren hallar utilidad al elefante blanco, para ver si se saca algo de provecho a algo que jamás debió existir. Hay un proyecto para convertir la Villa en una Ciudad del Adulto Mayor, y tres empresas del ramo de la construcción desean comprar los terrenos. La imperiosa necesidad en sacar recursos mediante la urbanización de una zona protegida, que también afecta el desarrollo ambiental de la cuenca de Atemajac y los bosques de La Primavera y Colomos, continúa haciendo de Guadalajara una ciudad sin visión de mediano y largo plazo, un rancho grandote que quiere pan para hoy y hambre para mañana.

Mientras los alcaldes de la Zona Metropolitana y el gobernador hablan de investigar los créditos y deudas de la Villa Panamericana, los culpables siguen sueltos y más tiempo se desperdicia en la toma de acciones que piensen en la salud de la ciudad. Pero yo no recuerdo tanta inflamación del partido que gobierna cuando estas cuestionables decisiones fueron tomadas. Los priistas que antes callaron sibilinamente el despilfarro ahora se presentan como paladines de la austeridad y defensores ecológicos encendidos al más puro estilo Greenpeace. Mientras tanto, la Villa Panamericana seguirá deteriorándose, pidiendo a gritos que le apliquen la eutanasia, pero fieles a la vida, los políticos le darán respiración artificial hasta que puedan descubrir el testamento.

50 Sombras de Grey: Mi Visión

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

I

Cuando el libro “50 sombras de Grey”, de Erika Leonard James, salió al mercado, muchos detractores defenestraron el texto tachándolo de “porno para mamás”.  Al ver la película, considero que tal calificativo es injusto. Semejante somnífero menosprecia la sexualidad de las madres. Las aventuras sadomasoquistas de la estudiante Anastasia Steele con el millonario Christian Grey tienen la excitación sexual de una fosa séptica. Pobres mamás, que menosprecien su expresión sexual haciéndolas consumidoras modelo de esto, las vuelven frígidas sin necesidad de utilizar los tabúes religiosos o la ablación del clítoris.

Filme que deprime la libido, la película de Sam Taylor-Johnson utiliza el género erótico como canción de cuna. Los personajes son tan torpes en sostener una conversación interesante que el espectador espera las escenas de sexo como una retribución insuficiente a la escucha de tantas frases hechas. Los secundarios son insignificantes (por allí aparece Marcia Gay Harden en un cameo inservible). Dakota Johnson y Jamie Dornan solo están allí para enseñar el culo, porque las posibilidades interpretativas de los personajes del libro no motivan a rememorar las clases de actuación de ambos histriones. Un productor de telenovelas o un lector del “Sensacional de Traileros” pueden esbozar escenas de cama más picantes y calenturientas que los desabridos encuentros entre el millonario pervertido y la estudiante boba-virginal.  En síntesis, “50 sombras de Gray” es el milagro del psicoterapeuta que cura insomnes y garantía de despido para consejeros matrimoniales y sexólogos.

II

La cultura BDSM (Bondage Domination Sadism Masoquism) se puede equiparar a la escenificación de una obra de teatro. Existen dos personajes principales, el sádico sexual, el que siente satisfacción en infligir dolor, sufrimiento o humillación a otra persona mediante el sexo; y el masoquista sexual, quien tiene estímulos, fantasías y placer en ser golpeado, atado o torturado, con el fin de la excitación. La escenografía incluye cuerdas, esposas, látigos, y otros dispositivos con los cuáles el dominante puede ejercer su control sobre el sumiso.

Una posible respuesta para el éxito editorial del libro de James responde a la frecuencia  con que las personas se imaginan fantasías sadomasoquistas, esas imaginaciones que rara vez llevarán a la práctica por miedo al qué dirán. Alfred Kinsey, pionero en la investigación sobre la sexualidad, señala que el 26% de los hombres y el mismo porcentaje de las mujeres encontraron respuesta erótica limitada o frecuente en ser mordidos, una forma menor de dolor físico. Y aunque los practicantes de esta cultura sean una minoría (de un estudio en Australia que incluyó a 20 mil personas, solo 2.2% de los hombres y 1.3% de las mujeres admitían tener prácticas sadomasoquistas), los altos ingresos por taquilla que seguramente tendrá la película no solo responden a un mal gusto de los espectadores por el cine comercial o la expectación de los fanáticos literarios obsesionados por decir “el libro es menos peor que la película”, sino a una posible pulsión sexual sadomasoquista latente en muchas personas.

III

Una impronta de los malos escritores es el desarrollo de estereotipos y conductas reprobables en sus personajes. En una escena de la película, Christian Grey se entera que su conquista es una chica virginal y casta, y le dice a Anastasia “¿Dónde has estado?, estoy seguro que todos los hombres se te echan encima”. El macho alfa, extasiado ante el trofeo que tiene ante su alcance, “redirecciona” la relación y se la coge en el lecho de rosas para hacerla sentir amada. O dicho de otro modo, “malea” a su chica para prepararla en rituales más “experimentados”, como el sadomasoquismo.

Semejante desarrollo de acontecimientos abochornan a las feministas, con razón.  Pero eso no quiere decir que el personaje de Anastasia Steele sea una conspiración para mantener la dominación falocéntrica en las relaciones afectivas. La muchacha más bien es un reflejo de los sueños húmedos de cierto tipo de mujer moderna, clase media-alta. Princesas nunca besadas con colonia Channel, tan tímidas que no se atreven ni a pedir un lápiz cuando ven a su chico Armani enfrente, solo esperan el momento adecuado para entregarle su himen a un príncipe azul buenorro, con dinero, helicóptero privado y hoteles cinco estrellas.  Sin la suerte de ser tan esculturales e incólumes como Steele, la espectadora de “50 Sombras de Grey” se tendrá que conformar con aspirantes a fotógrafos latinos o dependientes de una ferretería.

IV

En el sadomasoquismo pueden intercambiarse los roles de dominante y sumiso (el llamado switch), pero por lo general,  sus actores no gustan de la versatilidad y se encasillan en roles de héroes y villanos como en las telenovelas. Y, hartos de la libertad agobiante del mundo real, los practicantes del BDSM no quieren tomar decisiones y deciden colocarse en sus muñecas los grilletes de la esclavitud.  En un estudio de Moser y Levitt de hace veinte años (citado en Shibley, 2006) se menciona que el 41% de los hombres y 40% de las mujeres prefieren ejercer el rol de sumisos, mientras que el 33% de los hombres y 28% de las mujeres eligen ser dominantes.

La preferencia por el masoquismo sexual podría deberse, según el psicólogo Roy Baumeister (1988), a un modo de escapar de tener conciencia de sí mismo. Como los alcohólicos y los que tienen alguna conducta compulsiva, los masoquistas se cansaron de decidir, de tener libre albedrío, de ensimismarse en las equivocaciones resultantes de una vida autónoma. Que otros los liberen de sus tensiones internas, tal vez con el golpe del látigo, los amos les enseñarán a tener la disciplina que no tienen en la vida real.

V

La película es una continua glorificación de la banalidad. Copas de vino caro se beben sin pudor durante el largometraje, siendo el perfecto afrodisiaco para la liberación de los cuerpos. Claro que si beben cerveza u otro alcohol corriente, la apariencia se autodestruye en el vómito y la virginidad corre riesgo de ser mancillada por borrachines latinos anclados en la “friend zone”. Ante la amenaza de que la chica pueda romper el contrato de la relación, se le motiva a dejar su “vochito” firme y aguantador por el resplandor de un carro último modelo. Y aunque a Christian Grey apenas lo veamos trabajar para sacar sus negocios adelante, sabemos que es millonario porque tiene como diez carros propios, aviones (y además pilotea tan bien que encanta), un ayudante y restaurantes.  Además es un gran filántropo, dona dinero a los pobres, los hambrientos y las instituciones educativas. Y es tan sensible que toca canciones tristes en el piano. Grey es el modelo soñado de Paco Rabanne, el hombre cuya perfección puede ser narrado en un slogan de un comercial a blanco y negro.

Películas como “50 sombras de Grey” se ven para que muy pronto se olviden. Estamos en una comida familiar y se aborta la charla del comedor, un buen modo de ahondar en la psicología de los personajes, para repetir el enésimo melodrama de la pareja Grey-Steele. Los escenarios siempre son oficinas, pistas de aterrizaje y habitaciones de hotel, como para remarcar la riqueza del sádico perturbado por sus cincuenta sombras. Para impedir que la pareja se fatigue en las conversaciones cara a cara, se desarrolla el romance en chats cibernéticos y contratos de negocios. Atiborremos el soundtrack de la película con canciones pop que las chicas puedan tararear. Finalmente, la señorita Steele termina por enamorarse del fastidio, y tan aburrida está que reproduce el esquema cliché del “pégame pero no me dejes”. Como buena parte de los fanáticos de “50 sombras de Grey”, lectores perezosos y masoquistas que llenan las salas de cine para sufrir la inverosimilitud y la chabacanería de sus personajes en la vida real.

VI

Como la ciencia suele tener miedo de que la vean como pervertida, raras veces estudia a profundidad la cultura BDSM. Los pocos estudios al respecto no suelen ser muy concluyentes, porque incluso llegan a contradecirse entre sí. Estudios señalan que los sadomasoquistas están igual de perturbados emocionalmente que Christian Grey, con sus problemas de excitación, traumas infantiles y su historial de abusos sexuales.  Pero otras investigaciones ponen paños calientes al asunto, asegurando que la cultura BDSM es sólo una práctica más, que apenas genera infelicidad, ansiedad o problemas de sexualidad respecto a prácticas más normales, además de que solo genera obsesiones y desajustas emocionales en personas con problemas psicológicos, no en parejas calenturientas que buscan diversificar su vida sexual.

En su libro “S=EX2: La Ciencia del Sexo”, el divulgador científico Pere Estupinyá realiza entrevistas a asiduos practicantes del sadomasoquismo. Los testimonios insisten en el carácter consensuado de su actividad, la cual interpretan como el alcance de un estado alterado de conciencia provocado por el dolor, que genera catarsis, bienestar y unión en la pareja. Y aunque parezca una opinión degenerada para las buenas conciencias, la ciencia suele recurrir a su sierva, la endocrinología, para darle la razón a los sadomasoquistas. Se reducen los niveles de cortisol (hormona del estrés) y aumenta la testosterona (hormona del deseo sexual) en las mujeres sumisas o masoquistas, y las parejas practicantes del BDSM presentan secreciones endocrinas que representan unión afectiva y relajación.

VII

Hollywood, estudiante huérfano de esfuerzo, recurre a los best-sellers como acordeón para pasar sus exámenes. Y si son parte de una saga de libros, mejor. Historias que se pueden contar en un ejemplar se alargan en varios tomos para que las taquillas recauden más dinero en futuras adaptaciones al cine. Fenómenos editoriales como “Crepúsculo” y “Juegos del Hambre” son las niñas mimadas de los productores de los grandes estudios y sus cadenas mundiales de distribución, asegurando una amplia base de fans y buenas cotizaciones en la industria del entretenimiento.


Erika Leonard James lo sabe y por eso escribió sus “50 Sombras de Grey” en una trilogía. Los nuevos escritores de literatura “fast-food” están obligados a ser prolíficos en sus limitaciones; que repitan sus diálogos deshilachados, que medio hilvanen situaciones dramáticas mal construidas, que construyan personajes repelentes y tontorrones, eso no importa, mientras las sagas literarias motiven a lucrar con los derechos de autor para el cine. La originalidad de las historias tampoco interesa, si la señora James pudo hacer fama y fortuna adaptando la historia de Crepúsculo en un formato erótico vanilla (expresión usada para describir la versión suave del sadomasoquismo), los otros escritores pueden tomarse licencias de donde sea, desde películas japonesas hasta divorcios. Seguramente se adaptarán al cine los otros dos libros de la trilogía de James (“50 sombras más oscuras” y “50 sombras liberadas”), el éxito en taquilla les respaldará. Y si la historia no pudiera extenderse más allá de un libro de 200 páginas, allí estará Peter Jackson para que la gallina de los huevos de oro produzca de tres en tres.

VIII

Las fronteras entre el dolor y el placer se difuminan, teniendo una relación bastante cercana entre ellas. Esa es la clave para intentar comprender la cultura BDSM. La ciencia siempre ha investigado el dolor y el placer como entidades separadas, y tampoco ha comparado las sensaciones entre sadomasoquistas y los que no practican tal actividad sexual, por lo que surgen hipótesis que tratan de responder la pregunta ¿el dolor puede generar placer?.  En el libro de Estupinyá, la investigadora Siri Leknes señala que las neuronas dopaminérgicas, relacionadas con el ansia y la motivación, comparte circuitos con los neurotransmisores que nos hacen sentir dolor, y dentro de una relación sadomasoquista, esto provoca el aumento del deseo sexual (p. 347). Semejante comportamiento, continúa Leknes, es parecido a las personas que comen chile, esos temerarios que siempre lloran y moquean cuando ingieren picante pero que disfrutan este sufrimiento alimenticio.

La psicología maneja la hipótesis de que el dolor puede eliminar otro dolor. Cuando más intenso es un dolor, mayor es el bienestar que se siente cuando desaparece. Se ha documentado que el dolor físico puede aliviar dolores mentales, debido a la concentración que reclama tal malestar cuando se presenta. Tampoco es cierto que los masoquistas sientan menos dolor, éste es evolutivo ya que acompaña al hombre desde su aparición en el mundo. Lo aprovechan para liberar tensiones internas. Con la práctica, el dolor puede ser atenuado para sustituirlo por el placer sexual.

Fuentes:

Estupinyá, Pere. "S=EX2: La ciencia del sexo". Editoral Debate, 2013.

Shibley, Jane y DeLamater John, "Sexualidad Humana". Editoral McGraw Hill. 2006.

martes, 17 de febrero de 2015

Ensayo sobre el sentimiento de lo feo

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

No hay algo que discrimine más o provoque oposiciones de clase tan violentas, como los cánones de fealdad. Pero incluso en la estética de lo horrible existen notables diferencias.  Los negligentes de la apariencia corporal, los fregados de la ciática, los ojerosos con antifaz de ladrón permanente que le roban el sueño a la madrugada, los barbudos neo-hippies, los que tienen la panza pintarrajeada por estrías toscamente delineadas, los que tienen barros más difíciles de expulsar que los gorrones de las fiestas o los borrachines maratonistas de los bares, todos esos pertenecen a la categoría underground y contracultural de lo pinche feo. Estos ejemplares biológicos de lo grotesco parecen idénticos, pero así como entre los perros hay razas, aquellos hombres y mujeres desgraciados, hechos con la verga y no con pincel, se dividen en dos categorías principales. Los feos y los que se sienten feos.

Semejante catálogo de inmundicias no expulsa su hediondez cuando los familiares y amigos abren el bote de la leche caducada y empiezan a oler. El rostro se les descompone mientras te dicen “pero que gordo estás”, “te pusiste más llenito” o “deberías hacer más ejercicio”. Es allí cuando se diferencian los feos de los que se sienten feos. Al feo le vale madres el comentario sibilino de la tía igualmente gorda o de la prima repelente. Al que se siente feo, semejantes descripciones le resultan verdades científicas, dogmas de fe. Con la misma precisión que hacen gala los matemáticos para resolver teoremas, los que se sienten feos se colocan el sambenito de lo horrendo en sus almas y se tapan la cara o se esconden en un rincón para que la gente los deje de ver. Al feo no le importa si colocan su rostro en un museo de Ripley o en el Semanario de lo Insólito, es feliz presumiendo la poca enjundia y esmero con las cuales sus padres hicieron la tarea de procrearlo. El otro feo se coloca voluntariamente la marca de Caín para auto flagelarse en la imposibilidad del cambio, fueron las brujas o las maldiciones quienes lo hicieron así de aborrecible.

El feo por convicción suele calzar pantalones tan libertinos que ni se ruborizan en mostrar el culo. Es un rebelde de la lactancia, bebé lloroso y despreocupado con el pañal cagado haciendo peso en la cintura. Se calzan el pantalón en la pelvis para que no les apriete la barriga. Agradecido por todo lo que Dios coloca en su cuerpo, el feo sentimental realiza ofrendas a sus fluidos corporales. Se deja las lagañas en los ojos porque lo que el Creador da, el hombre no lo puede quitar. Se come los mocos porque los infantes, ángeles de Dios, también lo hacen y hay que mantenerse puros como los niños para llegar al Reino de los Cielos. Como la Naturaleza dio la saliva a los perros para limpiarse, el feo se vuelve animalista y los imita, harto de la dominación antropocéntrica que menosprecia el valor de todas las especies que viven en la Tierra. La comezón se vuelve una pulsión tan natural como el comer. Tirarse pedos resultan liberaciones de la represión del Ello, en términos freudianos, o crítica subversiva de las apariencias burguesas, en términos comunistas.

Los feos que aprenden a aceptar lo chingados y execrables que están, suelen vivir en paz, alcanzando la quietud de espíritu y la iluminación que aún encuentran los filósofos, los religiosos y los drogadictos. Para los tristes acomplejados que se niegan a ser feos les quedan dos alternativas. La primera es aceptar su condición como el cerdo que se acostumbró al chiquero, haciendo todo lo que mencioné líneas atrás y agregando más símbolos decadentes de distinción. Así como al tragón se le conoce por el modo en que agarra el taco, al que se siente feo se le reconoce por sus camisetas desfajadas, sus zapatos empolvados, las rasgaduras de sus pantalones, lo despeinado del pelo, el aliento cadavérico del perezoso que olvidó el cepillo de dientes, los restos de baba que maquillan de blanco los cachetes  o del que escupe con ánimo de quitarse un resfriado.  Algunas tribus urbanas utilizan el cuerpo como signos de identidad, los emos usan flequillo, los aspirantes a invidentes llamados hipsters miran con gafas de pasta, los góticos visten de negro. Los que se sienten feos prefieren no utilizarlo, son platónicos en potencia, ¿para qué preocuparse por lo corporal si podemos vivir en el mundo de las Ideas, siempre inmutables, siempre estables?.

La segunda alternativa del sentimentalmente horrible es evadir su realidad con los estupefacientes, alucinógenos y narcóticos que vende esos carteles legales del narcotráfico llamados medios de comunicación masivos. Los feos sin autoestima son una lucrativa y millonaria fuente de negocios para cirujanos plásticos, empresas de cosméticos y tintes para el pelo, vendedores de productos milagro, compañías de lácteos, diseñadores de modas, perfumerías, farmacéuticas fabricantes de vitaminas y hasta nutricionistas. La publicidad y los programas de televisión se alían para seguir haciendo valer menos a esos títeres grotescos sin autoestima, para venderles fajas reductoras, yogures light, pastillas milagrosas, cremas que quitan las arrugas y blanquean la piel (pobres afroamericanos, quien diría que el Nivea logra lo que el Ku Klux Klan jamás pudo) y desodorantes que funcionan como Viagra para “tetos” y frikis. Toda esta parafernalia provocó la más conmovedora decadencia del sentimentalmente feo, el que quiere ser bonito y luce aún más fregado, como un Frankenstein maquillado con pedazos de cadáveres. El feo que se acepta a si mismo lo ve con sorna, el feo sentimental que sigue la primera alternativa lo mira con desprecio, y los bellos, esas caras lindas con la cabeza de tambor, les cantan a esos monos de circo la frasecita que cantaban en aquella adaptación descerebrada que Televisa hizo del cuento Patito Feo. “Nadie pasa de esta esquina, aquí mandan las divinas, porque somos gasolina, gasolina de verdad”.


Considero que lo feo siempre existirá, y es necesario que siga existiendo. Lo feo nos recuerda las imperfecciones de la vida, lo grotesco nos brinda la comedia que necesitamos para derribar lo solemne y las pretensiones de acomodar la realidad a nuestro control. Por eso el feo aceptado, el tipo que sabe que ESTÁ HECHO mierda con esa cara que se carga, es un tipo ecuánime, porque acepta lo que es, no lo que su orgullo le dice que es o lo que los otros opinen de él. El sentimentalmente feo es un pavo real hinchado de soberbia, un tipo que se piensa perfecto y cuando se mira al espejo se frustra, perdiendo contacto con la realidad, CONSIDERÁNDOSE mierda. Así que lo mejor será dejar de tomar demasiado en serio nuestras imperfecciones, obsesionándonos en el abandono corporal y de imagen, o drogándonos con falsas promesas de belleza. Al final, la muerte nos hará a todos completamente aborrecibles. Y nadie encontraría un placer estético en un cadáver putrefacto, con la carne hinchada y devorado por los gusanos, aunque hay gente para todo.


lunes, 16 de febrero de 2015

Reflexiones cinéfilas

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

El verdadero Harvey Milk

En los nuevos tiempos del Hollywood políticamente correcto, los mismos señores que proscribían homosexuales ahora reconocen a los luchadores sociales a favor de los derechos gay con biopics sobre sus vidas. Gus Van Sant presentó en 2008 su película “Milk”, que le valió a Sean Penn un Óscar como mejor actor. La historia de Harvey Milk, el primer homosexual que ocupó un cargo público en San Francisco, está bien filmada, con un guión didáctico que delinea la personalidad, el liderazgo y la magnitud de la lucha que peleaba el activista estadounidense.  No obstante, la película no termina por hilvanar la verdadera importancia de Harvey Milk, cuya influencia aún persiste en las comunidades gay de la actualidad. Manuel Castells, en su segundo volumen de La Era de la Información titulado El Poder de la Identidad, explica muy bien la figura de Milk y en el sociólogo español me basé para la información de los siguientes párrafos.

Perseguidos y estigmatizados por una brutal homofobia, defensora del sueño americano de la familia nuclear que heredó la mentalidad siempre puritana de los peregrinos, los gay emprendieron su particular fiebre de oro y migraron a San Francisco. La ciudad de California representó un refugio para los homosexuales, pero también una oportunidad de reafirmar la identidad sexual mediante la organización activa. Desterrados de las instituciones heterosexuales como la marina y reprimidos por los santurrones católicos, millones de jóvenes solitarios comenzaron a hacerse amigos, muchos eligieron ser homosexuales y descubrieron la fuerza de la unión. Se apoyaron tanto entre sí que decidieron vivir en los mismos barrios, beber en los mismos bares y crear una misma cultura, con el apoyo de otros repudiados como los “beatniks” y sus escritores vagabundos. Con el apogeo de la lucha estudiantil de los sesenta y su énfasis en la liberación sexual, más homosexuales vieron en San Francisco su particular Disneylandia. Los gays, juntos, buscaron espacios cerrados de apoyo y protección, como Castro, un distrito de obreros arruinados que dieron paso a la prosperidad gay de emprendedores como Harvey Milk.

Milk comandando una protesta contra la Iniciativa Briggs
El ex-analista financiero recordó sus habilidades en economía y motivó a los gays “a comprar gay”. Posible génesis de las actuales zonas diversas que se encuentran en las grandes ciudades, la idea de Milk sembró la semilla de una acción política que diera relevancia a los derechos de los homosexuales y las lesbianas. Unidos y en buen número, los gays ya podían decidir elecciones e imponer agendas. Cuando un candidato a gobernar San Francisco, George Moscone, se agenció el apoyo de Harvey Milk, consiguió ganar la alcaldía. Siempre con un discurso que ofrecer y una presencia que ya no era posible ignorar, los gays de San Francisco le dijeron no a una propuesta (la Iniciativa Briggs) para excluir a los homosexuales de la enseñanza pública en el estado de California. En 1978, un resentido de la “desviación sexual” mató a Harvey Milk. Pero unas balas ya no podían detener a una fortalecida comunidad homosexual.

Cuando el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH o Sida) apareció, el castigo divino a Sodoma y Gomorra parecía repetirse. Los maricones eran los culpables, Dios los quiere ver muertos, Dios los aborrece por sus pecados contra la vida y la decencia. Los católicos, conservadores y homofóbicos  encontraron que la realidad daba la razón a sus prejuicios. En vez de alegar semejantes acusaciones con virulencia, la comunidad gay de San Francisco respondió con medidas preventivas de salud pública, campañas informativas, cuidado de los enfermos, reducción de los riesgos y difusión de los mejores conocimientos disponibles sobre el VIH.  Los homosexuales contribuyeron a la lucha contra el Sida con sensatez y con la verdad: el VIH no es una enfermedad de maricones y sodomitas, es un virus que todos pueden contraer sin importar sus preferencias sexuales. Y luchando de esta manera, cambiaron los prejuicios culturales y salvaron millones de vidas. Sin el ejemplo de organización y valentía de Harvey Milk, ganar la batalla podría haber sido más difícil.

Ahora los gays que se conocieron durante la época de Harvey Milk quieren formar familias estables. Poco a poco, en San Francisco y otras ciudades como el Distrito Federal, las leyes reconocen el derecho de personas del mismo sexo a casarse y tener hijos. El reconocimiento de todas las preferencias sexuales comienza a cristalizarse en una igualdad jurídica de derechos que poco a poco saca del ostracismo y la vergüenza a miles de miembros de la comunidad LGBT en general. En todo esto tuvo que ver el protagonista de la película de Van Sant y sus compañeros activistas, como Cleve Jones, interpretado por Emile Hirsch; Scott Smith, actuado por James Franco; o la luchadora social lesbiana Anne Kronenberg, personificada por Alison Pill.  Como bien dice Manuel Castells, “si esta diversidad puede expresarse dentro de un movimiento más amplio que permite a la gente la libertad de elegir a quién amar, en contradicción con la norma heterosexual, es debido a que Harvey Milk y otros pioneros construyeron una vez una comuna libre en el Oeste” (p. 246).

Fiebre de Óscar para Iñárritu

En México, los periodistas de espectáculos se envuelven en la bandera, se pintan la cara y fomentan un mensaje alegre pero pernicioso: si Alejandro Gonzalez Iñárritu gana el Óscar como mejor director, será un triunfo para México. El trasatlántico de porristas con micrófono, envalentonados por el éxito de Alfonso Cuarón en la ceremonia del año pasado, se ufana en presumir el talento mexicano y la “buena” escuela cinematográfica nacional, pero como el Titanic, pronto el iceberg los hundirá en el océano.

Tanto González Iñárritu como Cuarón son garbanzos de a libra, gente que se formó de un nombre en los estudios independientes de Hollywood, amparados por los recursos de los grandes estudios. Por supuesto que ambos tuvieron que construir su reputación en México, con películas como “Amores Perros” o “Solo con tu pareja”, pero es indudable que no tendrían la fama y el prestigio que atesoran si no hubieran tomado la decisión de emigrar al extranjero. En el caso del “Negro”, trabajos interesantes pero a veces complacientes con la visión norteamericana del multiculturalismo, como “Babel”, o tendientes al melodrama, como “21 gramos”, le han generado una merecida reputación entre los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Cuarón e Iñárritu son trabajadores tenaces y habilidosos de la división artística de una industria cinematográfica con el mayor poder de distribución y posicionamiento mediático del mundo. No pertenecen ya a un inexistente “cine nacional” ni sus premios son “orgullosamente mexicanos”.

No he visto “Birdman”, así que no puedo juzgar si la película es merecedora de sus nueve nominaciones a los Óscar. Pero en todo caso, los periodistas no se molestarán en explicar los atributos cinematográficos del filme que estelariza Michael Keaton y se pondrán a hacer la ola o a ondear la bandera mientras esperan el sobre que anuncie el premio a Mejor Director. Y si no es así, siempre quedarán los vestidos de las actrices de moda. Las ceremonias donde se entregan premios son pretextos para rellenar quinielas y fabricar dramas competitivos al estilo del deporte. Las bromas a Leonardo DiCaprio por no ganar el Premio de la Academia son bastante elocuentes al respecto.


viernes, 13 de febrero de 2015

Reflexiones musicales

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

I

Luego de “Valtari” (2012), un disco para dormir fieras, Sigur Ros se renovó. El tecladista Kjartan Sveinsson abandonó el grupo, y el trío restante se puso a grabar un nuevo álbum al año siguiente. El resultado, “Kveikur”, es más atractivo para las ondas sonoras. Los sonidos ambientales permanecen, pero las canciones suenan más energéticas y agresivas. Recomiendo escuchar “Brennistein”, canción utilizada para promocionar la nueva temporada de la serie “The Walking Dead”, un perfecto uso de la distorsión y la batería. Otros “tracks” llamativos son “Isjaki” y “Blápradur”. Los nostálgicos de la era temprana de la banda de Islandia se quedarán más helados que el clima del país europeo, pero era evidente que el sello Sigur Ros ya estaba desgastado. El ahora trío se desenvuelve con frescura, al abrigo de nuevas ideas, en este álbum.




II

No leer los siguientes párrafos si no han visto “Breaking Bad”.

Los fanáticos de Breaking Bad recordarán a Gustavo Fring, el villano de la máscara de hierro, el vendedor de pollos más implacable de Nuevo México, enfrentar su destino final en una caminata rumbo a la morada de su enemigo, Héctor Salamanca, el viejo de la campana más agobiante jamás escuchada. La escena, ícono de la serie, está ambientada por una música, reedición del Viejo Oeste con manufactura electrónica, obra de Apparat, pseudónimo de Sascha Ring, un DJ alemán que huye de las mezclas y el ponchis-ponchis para diseñar sus propios sonidos. La canción, “Goodbye”, es el perfecto epílogo crepuscular de uno de los mejores villanos de la historia de la televisión. Walter White won.

“Goodbye” es una de las diez gemas digitales qua Apparat nos presenta en su álbum “The Devil’s Walk” como el recorrido de Gustavo Fring hacia el asilo, su infierno particular donde al fin fue condenado. Otras canciones dignas de ser escuchadas son “Candil de la Calle”, “Sweet Unrest” y “Ash/Black Weil”, donde el músico electrónico germano se desenvuelve como un digno alumno del minimalismo sonoro de Steve Reich

Fin de spoilers


III

Un domingo, los radioescuchas de Super Estereo escucharon cien veces seguidas la canción “Mesa que más aplauda” del grupo Clímax. Una decisión inverosímil, justificable únicamente desde la payola o la sordera, terminó por hartar a miles de personas seguidoras de la estación como yo. El 100.3 de FM, amiga fea y vecina más próxima del cuadrante de Exa FM, tenía catálogos limitados y personalidad de imita changos.  Pero para un puberto como el que esto escribe, era suficiente para sintonizar sus contenidos. Algún éxito de Coldplay, raperos con insultos tasados en Nasdaq como 50 cent, canciones para enamoraditos de mano sudada como “Andar conmigo” de Julieta Venegas o pretextos para jalarle el pescuezo al ganso como Britney Spears, desfilaban y se repetían en la programación de Super Estereo. La estación perfecta para músicos como Bacilos, que solo querían pegar en la radio para ganar su primer millón, un día languideció y le dejó su lugar a RMX. De Super Estereo solo quedaron los promocionales de DJ Pelos y el recuerdo del día en que se propusieron enloquecer a la gente con “Mesa que más aplauda”. Y lo lograron.


IV

La mejor manera de combinar exotismo cultural con buena música es echándole un ojo a las músicas del mundo. Géneros musicales como el jazz se combinan con el ambiente sonoro folclórico de los países, para lograr combinaciones más universales y accesibles a un público más homogéneo. Un ejemplo de semejante mezcla es el músico tunecino Anouar Brahem, quien combina el instrumentalismo del jazz con su destreza en el uso del laúd árabe, una especie de guitarra parecida a una pera, popular en las regiones persas. Acompañado de sus compañeros Barbaros Erkose y Lassad Hosni, Brahem firmó un álbum en 1999, Astrakan Café, del cual rescato la siguiente pieza sonora, tranquila, evocativa y nostálgica.




El aplauso mató al director de orquesta (ENSAYO)

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

No soy conocedor ni seguidor de la música clásica. Pero me llamó mucho la atención leer a Jaime García Elías, un gran conocedor del tema, quejarse  en su columna de “El Informador” de los “aplausos impertinentes” de un público “inculto” e “insensible” que asistió a un concierto de la Orquesta Filarmónica de Jalisco. No obstante, también señaló que la asistencia a la sala del Teatro Degollado, donde se realizó el concierto, fue “excelente”, “casi llena”.  Más allá de lo justificada que pueda ser su crítica, su columna me motivó a realizar un repaso acerca de la expresión de los gustos estéticos, la visión de la “alta” cultura como algo “refinado” o al alcance de unos pocos, y el futuro de la música clásica y sus espectadores.


La Orquesta Filarmónica de Jalisco, en acción
El periodista me recordó a José Ortega y Gasset y sus lamentos por la invasión de los escenarios cultos por las "masas", el fenómeno de la aglomeración o el "lleno" por muchedumbres incultas.  Semejante animadversión choca con los múltiples llamados al público a disfrutar del arte selecto de la música clásica, secretarios de cultura y artistas lloran por la carencia de nuevos públicos que disfruten sus creaciones y se escuchan continuos reproches de cierto público “cultivado” contra  los sordos del genio sonoro de Mozart o Strauss. Entonces decidamos, queremos un arte para las minorías "nobles", "selectas", "cultas", aunque eso signifique encorsetar el arte a un grupo siempre reducido de la sociedad. O apostamos por la difusión del arte para el mayor número de personas posibles, aunque eso signifique que muchos de esos espectadores no tengan la suficiente preparación (puede que después la tengan) para apreciar "correctamente" un concierto de música clásica. Personalmente, apostaría por lo segundo, por democratizar el saber cultural. Pero tengo la impresión de que ciertos espectadores, en vez de entender la ignorancia del público primerizo y ayudarlo a entender el arte que está presenciando, prefieren mantener el estatus de “entendidos”, con una visión de la cultura como un coto exclusivo, con vallas y guardias de seguridad por delante de los intrusos.

Cuando el campista neófito se enfrenta a la montaña de la cultura, entiende que debe subir miles de metros para acceder a sus cimas más altas. Como no existen elevadores o sherpas que le ayuden a escalar con mayor facilidad, el principiante de las bellas artes puede elegir entre ignorar el cerro y seguir su camino llano (aunque lo tachen de “inculto”), o echarse a la espalda el abrigo y la mochila para ascender, con la fatiga intelectual que eso implica. En la cima, los expertos o entendidos de la cultura, que conocen varios Himalayas de memoria, miran hacia abajo a los puntos insignificantes que deambulan en las laderas, y tan acostumbrados están en su vida en las alturas, que no les da vértigo mirar hacia abajo.  Sus pulmones se adaptaron hace tiempo al poco aire que respiran en la cumbre, y como en esa zona underground no pueden convivir muchos porque no hay espacio, por miedo a la asfixia, los habitantes de la alta cultura piden a las nubes que los montañistas noveles se mueran de frío antes de llegar. Esta visión jerarquizada de la cultura, la división entre la clase alta y la clase baja, inevitablemente genera diferencias entre los aventureros de cordillera y los imberbes de loma

El Teatro Degollado, principal escenario de conciertos de música clásica
En su libro La distinción (2012), el sociólogo francés Pierre Bourdieu cita al historiador de arte Ernest Gombrich: “En la sociedad estrictamente jerarquizada de los siglos XVI y XVII, la oposición entre lo ‘vulgar’ y lo ‘noble’ llega a ser una de las principales preocupaciones de los críticos, que creen que ciertas formas o ciertos modos son ‘realmente’ vulgares porque seducen a las gentes inferiores, mientras que otros son intrínsecamente nobles porque solo un gusto desarrollado es capaz de apreciarlos”. (p. 266). Lo vulgar es lo que le gusta a la chusma, alborotadores de palmas enrojecidas, patanes cuya actitud arrebatada queda bien en un concierto de Vicente Fernández. Lo noble es lo que el intelecto desarrollado es capaz de apreciar, el único capaz de entender al pianista y su interpretación creadora. El problema con todo esto es que, incluso en la música clásica, las fronteras entre lo que se considera la vulgaridad y lo selecto se cruzan sin generar disonancia. Cantantes de ópera que cantan mariachi, violinistas de formación clásica que colaboran en bandas de rock, sopranos idolatrados como estrellas pop, derriban semejantes esquemas clasistas con toda impunidad.  No olvidemos que la Orquesta Filarmónica de Jalisco tuvo como su directora a una hija del “Star System” de Televisa, Alondra de la Parra.

Como las fronteras entre las clases culturales se difuminan, la necesidad de ciertos consumidores culturales en mantenerse puros, incólumes, también tiene mucho de actuación, como es propio de los llamados hipsters.  Cierto fariseísmo en el arte, lucha que tiene “también como apuesta la imposición de un arte de vivir” según Bourdieu (p. 64, 2012), me provoca tirria hacia el entorno de la música clásica, como las beatas de templo motivan abstinencia a la religión en los ateos. Las reglas de comportamiento y etiqueta, enarboladas como símbolo de diferencia, de alejamiento entre los unos y los otros, solo profundizan el apego al ritual, la incomprensión entre públicos y no genera amor al arte. No olvidemos que, según Bourdieu, “los gustos (esto es, las preferencias manifestadas) son la afirmación práctica de una diferencia inevitable” (p. 18). No todos somos expertos en todas las artes, y ninguno tiene únicamente gustos exquisitos y refinados, pero existe tanta soberbia que sentimos la necesidad de clasificar, de distinguir nuestros gustos de los otros, para ingresar en algún campo donde podamos considerarnos importantes y ostentar legitimidad de cara a los demás. Dice Bourdieu, en La Distinción, “de todos los objetos que se ofrecen a la elección de los consumidores, no existe ninguna más enclasante que las obras de arte legítimas que, globalmente distintivas, permiten la producción de distingos al infinito” (p.18).

La difusión de las artes clásicas debe ser una prioridad para el desarrollo cultural y educativo de una sociedad. Y más cuando la misma sociedad financia con sus impuestos la manutención de una Orquesta Filarmónica. Pero como van a los conciertos llenando de ignorancia y malestar el recinto sagrado de los músicos, mejor que se queden afuera. Podríamos enseñarles, pero sería mucha fatiga y pone en peligro nuestra posición de eruditos en la materia. Pasa lo que Bourdieu señala en Sociología y Cultura. “La divulgación devalúa: los bienes desclasados ya no confieren ‘clase’; los bienes que pertenecían a los happy few se vuelven comunes” (p. 189).  Entonces, el grupo selecto de los que “sí saben”, de los entendidos que tienen el gusto refinado, cuando tienen que convivir con la chusma ignorante y pendenciera que se comporta como en un concierto de Vicente Fernández, se vuelven radicales en sus apreciaciones de los otros. En La distinción, Pierre Bourdieu, lo expresa así:

“(…) los gustos son, ante todo, disgustos, hechos horrorosos o que producen una intolerancia visceral para los otros gustos, los gustos de los otros”. (p. 63).

A lo anterior añade el sociólogo francés:

 “Y lo más intolerable para los que se creen poseedores del gusto legítimo es, por encima de todo, la sacrílega reunión de aquellos gustos que el buen gusto ordena separar”. (p. 64).

Ludwig Van Beethoven
La cultura ya no es un espacio intocable, sagrado, burgués, donde los mortales solo pueden rendir reverencia y únicamente unos pocos “elegidos” son los indicados para interpretar y asimilar sus textos sagrados. Haciendo un repaso histórico, el historiador Eric Hobsbawm, en su obra Tiempo de Rupturas, señala que “la antigua sociedad burguesa fue la era del separatismo en las artes y la alta cultura. Como sucediera antaño con la religión, el arte era algo más ‘elevado’, o un peldaño hacia algo superior, la ‘cultura’.” (p.31). Pero la música clásica no es el único camino para sentirse “culto”, porque la cultura tiene un sentido mucho más amplio y rico, donde más personas se sientan incluidas. El historiador Eric Hobsbawn, así lo expresa:

“El muro entre cultura y vida, entre reverencia y consumo, entre trabajo y placer, entre cuerpo y espíritu, está siendo derribado. Dicho de otro modo: la ‘cultura’, en el sentido burgués y críticamente valorativo del término, está dejando paso en el sentido antropológico puramente descriptivo”. (p. 31).

Mientras el público selecto de la música clásica envejece con sus cánones, la posibilidad de motivar a los jóvenes y los neófitos en disfrutar los goces estéticos de este arte se reduce. De acuerdo a Hobsbawm (2013), “solo a una ínfima parte de las nuevas generaciones, incluso de la gente joven culta, le despiertan entusiasmo las sinfonías. Hay que dar con una fórmula que reúna a las minorías dispersas por el mundo para formar masas solventes, a nivel financiero” (p. 51). A esto añadiría que las generaciones más jóvenes, las que mantendrán con vida esta expresión artística en el futuro cercano, consumen música de un modo muy diferente. Escuchan miles de géneros, en reproductores portátiles, saltándose canciones sin “gancho”, muchas veces no ponen atención a lo que oyen y suelen dispersarse, en contra de la concentración absoluta que demanda una sinfonía de Bach, por ejemplo. Muy influidos por los rituales de los conciertos de música popular (rock, pop, etc.), los gritos y los aplausos resultan una evidente y calurosa aprobación de lo que se escucha. Por lo mismo, resulta difícil para ese público modificar conductas ya muy arraigadas y moldearlas a los gustos exigentes de los melómanos de la música clásica.  

El futuro de los conciertos sinfónicos parece estar amenazado, no solo en Guadalajara, sino en el resto del mundo, por un público que casi no crece o se renueva. Por eso se inventan los festivales musicales y culturales, celebradas en determinadas fechas para que los feligreses acudan en buen número a la parroquia y no la abandonen, como los santos que no son vistos y no son adorados. Hobsbawm señala: “La música clásica vive, en lo esencial, de un repertorio muerto (…) Debemos añadir que el público potencial de estas representaciones (…) apenas se renueva. No durará indefinidamente”. Divulgar el arte, incluir a los nuevos espectadores, motivarlos a seguir yendo a los conciertos, deben ser el camino en vez de censurarlos por sus idas al baño (al fin y al cabo, todos meamos). Mantener el arte vivo con asistencias del público es esencial. Las orquestas no solo tocan por la música, tocan para ser escuchados. La música que no es oída equivale al silencio más cadavérico.